Se considera que los primeros humanos llegaron a la península que hoy conforman los estados de Corea del Norte y del Sur (lo del Centro es una broma tuitera) hace aproximadamente 70 mil años. Pero los primeros datos de su historia, ya como Corea, se remontan al 2.333 A.C. Al principio todos hablaban lenguas provenientes de la Siberia sur y central, y los reinos conformados a partir de clanes unidos en ciudades estado llevó a diversos enfrentamientos hasta que el emperador Taejo de la dinastía Goryeo consiguió unificar el territorio en 936. Hay consenso en considerar que en Goryeo -un estado que alcanzó un importante desarrollo- se creó en el siglo XIV el Jikji (una abreviación del título de un libro que transmite enseñanzas de sacerdotes budistas) utilizando la primera imprenta de tipo movible del mundo. Pero en el medio sucedieron otras cosas.

Por ejemplo, las invasiones mongoles en el siglo XIII (1200), que lo convirtieron en un estado tributario (para los que siguen The Walking Dead, lo que hace Negan con las demás comunidades de sobrevivientes). Pero tras la caída del Imperio mongol, la dinastía Goryeo fue reemplazado por la Joseon en 1388. Y fue durante este período que el rey Sejong el Grande creó en el 1300 el hangul (alfabeto coreano) y propagó los principios del confucionismo en el país.

En buena medida esos dos acontecimientos ocurridos durante el reinado de Joseon marcan hasta hoy la cultura. Si bien el hangui ya no se utiliza, fue el origen de un idioma propio que posibilitó que los 65 millones de habitantes de Corea del Sur, lo mismo que los 5,5 millones de coreanos que viven fuera del país, hablen el coreano, un idioma de invención propia que resultó en uno los factores determinantes de una fuerte identidad nacional. Al tiempo que aisló (Corea llegó a recibir el nombre de Reino Ermitaño), resultó una barrera contra los intentos de colonización cultural.

Por el otro lado, el Confucionismo permite entender el culto a los antepasados, a los que consideran “existiendo” en algún lugar y a los que deben honrar. Sus almas pueden beneficiar o castigar a sus descendientes, por eso cuando a algún personaje de la ficción le están sucediendo cosas malas es porque está enojando (o ha enojado) a sus antepasado. Por el mismo motivo, también, la familia resulta una institución tan fuerte. Los niños son criados en la creencia de que no pueden pagar la deuda que tienen con sus padres por darles la vida y criarlos, así que deben rendirle culto tanto de vivos como de muertos. de ahí la popularidad de culto a los antepasados y el respeto a los parientes y superiores. Hay que estar agradecido, dar la talla y contribuir al legado.

Todo el mundo debe casarse, tener hijos y formar una familia según los criterios “correctos”: entre ellos, que el padre es la cabeza de familia y es su responsabilidad proveer lo que su descendientes y mujer necesiten; si no es capaz de hacerlo, su vergüenza será mayúscula, condena social incluida (de ahí algunos analistas presumen el alto índice de suicidios). Esto da lugar a la conformación de una fuerte cultura machista,

Por último -porque esto no es un tratado, siquiera un ensayo-, la cultura confucionista también permite entender (al menos un poco mejor) la devoción de los coreanos por el trabajo. En ese esquema cultural el trabajo es el segundo parámetro con el que se juzga una vida en términos de éxito y fracaso (y si se lo piensa un poco, se ve la importante ligazón con el principio de hombre cabeza y proveedor de la familia: sin un buen trabajo difícilmente pueda cumplir con las primeras misiones que le impone el confucionismo en la vida). Al establecer la obediencia hacia el superior al tiempo que obligar al superior a velar por la seguridad y estabilidad laboral del subalterno, el confucionismo estableció una fuerte jerarquización social. Así, el subordinado debe lealtad y sumisión absoluta a su jefe, y el jefe tiene una responsabilidad y un deber que le impide desentenderse de la suerte de subordinados.

Este doble juego de lealtades (hacia los padres tanto de vivos como de muertos, hacia los jefes en el trabajo), permite entender un poquito más el dramatismo con el que se viven las historias que se desarrollan en las películas y series coreanas. Esa pasión que por momentos es devoción hacia algo que Occidente hace tiempo ya perdió: la familia y los ancestros. En esa angustia que rodea a los personajes de la ficción coreana por no haber cumplido con lo que se esperaba familiar y socialmente de ellos, se encuentra una de las grandes claves de su éxito en cualquier hemisferio. Una señal de que algo de aquel mundo de otros tiempos, repleto de obligaciones en la misma proporción que de sentido, aún tiene algo para conmovernos.