Hicieron su debut cinematográfico durante 2016 y sorprendieron al público y a la crítica. En un panorama –tanto nacional como internacional– con tendencia al adocenamiento, Francisco D’Eufemia y Javier Zevallos (Fuga de la Patagonia) y Edgardo Castro (La noche), estrenaron películas de un vigor llamativo, una pasión que el oficio parecía haber olvidado, tal vez, por privilegiar otras cuestiones, en especial las vinculadas a las condiciones de producción (el dichoso financiamiento, tan fundamental para la expresión artística). Consultados por Tiempo, reflexionaron sobre estas y otras cuestiones.

«Fuimos muy exigentes con nosotros y con los demás respecto de la película que queríamos hacer –arranca D’Eufemia–. Eso provocó alguna que otra actitud sorpresiva en algunas personas, que nos decían: bueno, es una ópera prima, tal vez puedas aspirar a un poco menos o esto se soluciona de otra manera. Y sin tener una postura intransigente, porque justamente nos habíamos rodeado de gente con experiencia porque no la teníamos, entendíamos que había puntos en los que la película no se podía resentir.» ¿Cuáles eran esas cuestiones, cómo resolverlas? «Bueno, eran puntos neurálgicos a defender, sin saber qué iba a pasar con lo demás. Podríamos haber filmado con la misma cámara y el mismo equipo técnico, mitad en la Patagonia y mitad en el Parque Pereyra, pero eso habría resentido la película. Fue una sugerencia que nos hicieron y que no dejamos de pensar por la cuestión presupuestaria. Pero pensamos que ese era, precisamente, uno de los puntos que iba en contra del estilo de película que queríamos hacer. No hablo del estilo de principios, de nosotros como realizadores, sino de cómo la película se podía llegar a desvirtuar. Mantenernos ahí ayudó a que el resultado sea este», detalla el realizador.

«La idea de La noche nace de un deseo muy fuerte que tenía, y enseguida empecé a ver las maneras de llevarlo a cabo», cuenta Castro su experiencia. «Una de las ideas era que la producción fuera muy precaria. Si hubiera tenido una producción más grande o que estuviera más pareja con lo que se produce generalmente en el cine argentino, no hubiera terminado de ser la película que yo quería. Que la pagara yo, por ejemplo, fue otra opción. Quería esa temperatura de sonido muy sucio, construir en la post producción, no quería luces de cien (el film tiene una oscuridad que favorece mucho la narración); quería usar lo que hubiera en los lugares. Con la luz era clarísimo. Y también sabía que yo iba a ser el protagonista, porque quería protagonizarla. La película tiene tres actores que tienen mucho cine encima, y otros tres ninguna y esa era otra condición», enumera el cineasta.

No se trata de ascetas puestos a directores de cine. Se trata de personas como tantas otras –aunque no la mayoría de la juventud, por supuesto– que pudieron dedicarse a lo que sienten como vocación. Pero en vez de hacerlo de la manera que «debería» hacerse o les pretenden imponer, eligieron un camino cuya posibilidad de tránsito exige una cantidad de autolimitaciones que, antes que formar parte de una fuerza de voluntad, obtienen su energía de análisis permanentes que sopesan inconvenientes y ventajas en función de la realización de un objetivo: hacer la película más cercana posible a la que se sueña.

«Todo el tiempo tenía que estar muy atento para no correrme de esas decisiones –dice Castro–. Tenía como una manía, y al principio la gente decía: este está loco. Pero yo quería condiciones muy hostiles para filmar, que hubiera mucha interferencia, que no se viera un carajo. Que hubiera mucha distracción para que fuera una película muy honesta, muy sincera y que las actuaciones fueran así. Fueron cuatro años. Y en el medio tal vez me aparecía la tentación: meto una luz.”

«Quizás si hubiéramos tenido un montón de plata, la película hubiera sido un mamarracho. Hubiéramos tirado fuegos artificiales por todos lados», sintoniza Zevallos. El muy buen western que hicieron con D’Eufemia lo respalda. «Incluso dentro de las locaciones que podíamos elegir, buscamos un poco de lejanía de las ciudades principales para estar todo el tiempo metidos ahí.» La experiencia redundó en un conocimiento humano diferente entre todos los que participaban del rodaje (pesca de truchas, asado de corderos, entre otras actividades). «Parte del contacto nuestro, en ese sentido, era el contacto permanente con la naturaleza. No había otra cosa para hacer. Eso suma mucho a la visión que todos, desde nosotros a la vestuarista, teníamos de lo que queríamos. Y eso nos permitió entender mejor la experiencia de Moreno, que un poco queríamos replicar», agrega el director.

A veces sopesar pro y contras de cada decisión, según cuentan, llevaba a situaciones cuya gracia no impedía ver su esquizofrenia: «Nosotros junto con Nadia (Martínez) somos los productores de la película, y más de una vez tuvimos la oportunidad de que una productora grande nos la financiara. Pero eso te quita la potestad de la película y no queríamos. Así que todo el tiempo nos estuvimos sacando y poniendo el sombrero de director de cine para ponernos el de productor y al revés. Eran discusiones con nuestros mismos alter egos. A veces como productores íbamos más en contra de nosotros como directores, que los propios productores», revela Zevallos y hace reír a la mesa.

Se puede arriesgar que marcarse la propia cancha y establecer las reglas de juego en las que jugarán para acercarse lo más posible a la película deseada, establece una nueva etapa en lo que desde mediados de los noventa se dio en llamar el segundo Nuevo Cine Argentino. Si en un primer momento de esta etapa hubo mucho de «contestarle» al cine argentino anterior, en una segunda instancia, a principios de 2000, se buscó hacer, cinematográficamente hablando, lo que se le «cantara» a cada director… total todo se iba al demonio. Luego de un amesetamiento, la incipiente etapa pareció estar caracterizada por el deseo, retomando las palabras de Castro. Pero no un deseo casi inasible y en buena medida inalcanzable, como el que popularizó el psicoanálisis durante el siglo XX. Si no uno más prosaico, si se quiere: el que surge de la necesidad de hacer lo que más gusta dentro de las posibilidades reales existentes, alejándose así del slogan de que todo es posible. Son Fuga de la Patagonia y La noche títulos que avalan la hipótesis.

«Creo que hay un nuevo principio del cine argentino –dice Castro–. Más verdadero, que sucede de verdad, sin estar pensando mucho en la mirada del afuera. Hice la película que tenía el deseo de hacer, pero pensando en aquel que iba a estar sentado viéndola. Quería que fuera muy personal, mostrar mi noche, no «La» noche; es la que yo vi, vivo o viví, no es toda la noche. Y lo digo también como actor. Por eso La noche no es un capricho, es la consecuencia de mi proceso como actor haciendo películas en este país. Me pasa que a veces me tiran unos guiones que, evidentemente, no pensaron en que un actor lo pudiera actuar, sino que se hicieron pensando en otra cosas. Y mi intención era que La noche fuera muy coherente con la época en la que estamos viviendo. Y creo que hay una parte del cine argentino que está empezando a desarrollarse en esos márgenes.”

Zevallos cree que tal vez una de las novedades sea «hacerse cargo del público». «¿Qué es lo que queremos hacer distinto? En nuestro caso hacernos cargo del público y del género sin eludir nuestra autoría, en el sentido de que esta película la firmo.»

«Queríamos una película que se explicara sola –aporta D’Eufemia–. Y no decir ‘en Hollywood la gente muere mejor porque con más dinero se puede hacer’. La película se defiende por sí sola en los ochenta y pico de minutos que dura. No necesita esconderse.»

Y acaso sea solo eso, volver a tomerse el oficio de manera tal que, más allá del resultado, a veces sea posible sentir orgullo por lo que se hace, pero nunca vergüenza. «

Otra mirada sobre Moreno

De una manera muy original, Fuga de la Patagonia se mete con una figura prácticamente intocable de la historia argentina: Francisco «Perito» Moreno. Con la soltura de quien ve por primera vez, el film revela lo que hasta el momento nadie mostró: cualquier elemento novedoso y tan extraño como un blanco en una comunidad indígena, provoca cambios que están más allá de su voluntad. “Leí la anécdota de Moreno tres o cuatro veces y extraje lo que me interesaba, el esqueleto y cómo funcionaba -cuenta sin pesar Zevallos, el guionista y codirector-. Y hubo un momento que le dije a Fran: yo no quiero saber más nada de la historia. Se había transformado en un universo habitado por gente, con contradicciones de cada lado, enmarcado en un período histórico que era claro, y se construyó desde ese lugar. Si la gente tiene un inconsciente (ríe), lo tuvo siempre, entonces no sé si pensaban tan distinto a nosotros. Cuando uno expone a alguien al trauma de que se le esté invadiendo la tierra, no cambia mucho que sea mapuche o viva en Buenos Aires. Esa fue la forma de sentir una empatía con los personajes.”

Los caminos que los trajeron hasta aquí

Francisco D’Eufemia nació en Berazategui en 1982. Estudió montaje en la ENERC (además del director es el montajista de Fuga de la Patagonia). Participó en la edición de una docena de largometrajes de documental y ficción. También dirigió Canción perdida en la nieve (2014), un documental no estrenado con el que aún no está del todo conforme. Javier Zevallos nació en Buenos Aires en 1976. También estudió en la ENERC.

Dirigió el documental Los Boys (2012), sobre el grupo de breakdance The Boys Street.

Edgardo Castro nació en Buenos Aires en 1970. Es director, actor y artista visual. Trabajó en cine junto a Martín Rejtman, Mariano Llinás, Diego Lerman, Albertina Carri y Alejo Moguillansky, entre otros realizadores.

Es integrante fundador del Grupo Krapp (danza y Teatro), que se formó en el año 2000. Con sus espectáculos se presentaron en festivales de España, Estados Unidos, Venezuela, Brasil, Uruguay y Argentina. La noche es su primer largometraje.