Thom Yorke publicó un nuevo disco solista, «Anima», que acompañó con el lanzamiento de un corto de ficción en Netflix realizado por el director Paul Thomas Anderson: 15 minutos de imágenes producidas por entre el 11 y el 19 de mayo en el sur de Francia y en Praga en base a la coreografía de Damien Jalet, que buscan mostrar una situación alucinatoria de características distópicas frente a un mundo que no ofrece salida a esa encerrona de túneles.

Protagonizado por el mismo Yorke y su pareja actual, la italiana Dajana Roncione, el film marca un nuevo episodio entre lo que ya es una colaboración estrecha entre el director de «Boogie Nights: juegos de placer», «Magnolia» y «Petróleo sangriento», entre otras, y los integrantes de Radiohead, con quienes viene trabajando de distintas formas desde 2003, entre ellas con los videos de «Daydreaming», «Present Tense»  y «The Numbers».

Con música de los tres primeros temas del disco («Not the News», «Traffic» y «Dawn Chorus»), «Anima «comienza en un vagón de subte con todos sus asientos ocupados por trabajadores vestidos con opacos uniformes -esos con los que el cine y los distintos regímenes petrificaron el imaginario del autoritarismo- que luchan por no quedarse dormidos. Lo que viene es, además de nuevas y muy bien logradas imágenes que muestran la claustrofobia del mundo moderno, una sugerente historia de amor entre Yorke y Roncione, que se presenta como única vía de escapa a esa situación de encierro sin final.

Las colaboraciones entre músicos y cineastas no es una cosa extraña, más bien es habitual. Ahí están los recientes casos de «I Am Easy To Find», de The National con Mike Mills, y Rolling Thunder Revue, el nuevo documental de Martin Scorsese sobre Bob Dylan; o las más atrás en el tiempo de Jonathan Demme y Neil Young, por nombrar algunos. Lo que destaca de esta unión es el tiempo del que data y su perenne calidad.

«Anima» parece ser una reafirmación de Yorke y Anderson como de los pocos artistas del siglo XX que quedan vigentes. A través de sus artes, ambos se presentan como el tipo que va contra la máquina que todo lo iguala y lo robotiza, el que se opone a la masa, el que levanta su voz por sobre la de la multitud y es escuchado. Las pretensiones de ambos siempre fueron altas. Comparten, en especial, esa tan del siglo pasado (y que duró hasta los ochenta/ noventa) del artista que sólo con su subjetividad alcanza el talento que lo caracteriza; y lo consigue más y mejor diferenciándose lo más posible de la masa, al punto de considerarse en condiciones de decirle a la masa lo que tiene que hacer, si quiere superar la desgracia de ser masa.

Lo llamativo es que Yorke es hijo -maltratado- por el thatcherismo, que con más voluntad que inocencia llevó a confundir el egoísmo individualista con la identidad individual, algo que en su medida explica por qué la explosión de subjetividades actual quieren sentir cada vez más la pertenencia a un esquema rígido, llámese religión, ideología, adicción tecnológica, esoterismo o lo que sea que se le ocurra a cada uno.

Yorke soltó un grito similar a «Anima» (el disco) en compañía de Radiohead, hace 22 años: «Ok Computer». No, no por casualidad, en un tiempo tan aciago como el presente. La diferencia fue que aquel ciclo aparecía como toda una novedad. Éste es una reiteración más afiatada luego de la voladura de las torres gemelas y toda la brutal represalia posterior; luego de la aparición de las redes sociales y todo su potencial -hasta ahora sin techo- de manipulación. Pero aquel era la iniciativa de una banda que había arrancado sumamente cuestionada y que a medida que el mundo se dirigía hacia un abismo se la iba reconociendo, como si hubiera estado por delante del tiempo en el que le tocaba actuar.

«Ok Computer» fue el punto exacto entre lo que ve venir el artista y lo que sucede en el mundo se unen y estallan de sentido. Y si bien ese fantástico disco también fue lanzado por un gigante del entretenimiento (musical), en esta ocasión lo hace con una de las principales usufructuarias del Big Data, esa fuente hasta el momento inagotable de información usada para manipular gustos y sentidos. Sí, es cierto que es se trata de una discusión que artistas y arte se deben (hasta qué punto hoy, con las posibilidades de difusión que existen, se justifica recurrir a un gigante como Netflix), pero el caso de York tiene la particularidad de que para criticar el estado catatónico de las cosas, recurre a uno de los responsables de producir ese estado catatónico de las cosas.