La serie Atypical apela al género de la comedia para centrarse en la historia de Sam Gardner (Keir Gilchrist), un chico de 18 años que padece trastorno del espectro autista (TEA). La apuesta de la creadora, Robia Rashid, avanza en una tercera temporada tratando un tema complejo que afecta a muchas familias que de repente deben amoldar sus rutinas. El valor de esta ficción es abordarlo desde la información y sin acudir a una mirada dramática o políticamente correcta. Desde allí logra concientizar y pintar un panorama más cercano a la realidad.

El TEA constituye una serie de trastornos que comparten un núcleo de síntomas y según el caso adopta particularidades. Sam demuestra una gran inteligencia, memoria y racionalización extrema de sus prácticas cotidianas. Le molestan los ruidos fuertes, es introvertido y de vez en cuando tiene episodios de aturdimiento.

Como lado b de la historia, se cuenta la tensión que genera la situación en sus padres, Doug (Michael Rapaport) y Elsa (Jennifer Jason Leigh). En un flashback se muestra el momento del diagnóstico de Sam a los 4 años y cómo el padre no quiso asumir su rol mientras la madre sobreprotectora emprendió la tarea de aprendizaje y de cuidado. Incluso se la presenta como integrante de una liga de padres que militan la información sobre TEA. Estos roles comienzan a trocarse ante la infidelidad de Elsa, quien ensaya una salida a su rol de protección, mientras Doug debe hacerse cargo de la casa y sus hijos.

Es quizás el personaje de Casey (Brigette Lundy-Paine), la hermana de Sam, quien mejor lo comprende y lo trata. Empoderada y con una vida activa, se presenta como un personaje libre que se permite experimentar y equivocarse. Asimismo, en algunos espacios parece sufrir lo mismo que su hermano al no encajar en patrones sociales de «normalidad». En todo momento la historia nos propone pensar que incluso quienes no tienen esos problemas atraviesan sufrimientos similares, sobre todo cuando les cuesta adaptarse a entornos hostiles o poco familiares.

Casey y su amigo Evan lo tratan como uno más, le dicen lo que piensan, le demuestran cariño y lo pelean cuando deben hacerlo, como lo hace cualquier hermana y amigo. Con esto, lo ayudan a sobrellevar los problemas que le causa el trastorno. En cambio los padres, incluso su terapeuta, por momentos parecen tenerle compasión.

La serie plantea la trascendental diferencia entre ser autista o ser una persona con autismo. Una persona no es el trastorno que padece: es mucho más que eso. Sam es un hijo obediente, un hermano peleador, un trabajador en la tienda de electrónica, un gran estudiante, un enamorado de su terapeuta y un apasionado por determinados saberes. Desde allí, la serie se va focalizando en sus capacidades como persona. Por ejemplo, en un conocimiento estructurado y repetitivo de los ecosistemas de la Antártida, la naturaleza y las especies marinas, que le sirve para asociar como metáfora a las realidades que le tocan vivir. Por lo tanto, la serie de Netflix avanza en su tercera temporada sin centrarse en dimensiones negativas del trastorno, sino en las potencialidades de la híper racionalidad y sensibilidad del personaje protagónico. Las necesarias características que lo levantan como persona y que le permiten desarrollarse y crecer.

En series como The Big Bang Theory se aborda el Asperger de un modo caricaturizado. El personaje de Sheldon Cooper no es construido para que las audiencias empaticen. Por lo tanto no se abre la posibilidad de un abordaje informativo y serio. Atypical, por su parte, es una serie entretenida, en tono de comedia de humor ácido y a la vez comprometida.

En un momento histórico donde las series televisivas y de streaming se postulan como una de las fuentes de entretenimiento más identitarias de una época, el rol social de la ficción se consagra cuando estos formatos corren sus umbrales para informar y concientizar sobre temáticas humanas que nos conciernen a todas y a todos.