Tal vez por eso de que tanto se desea que al fin sucede, acaso por la más actual marea de deseo que envuelve colectivamente a las mujeres en estos tiempos de lucha por más y nuevos derechos, lo cierto es que finalmente un día Verónica Llinás se «dejó de joder» y se puso al frente de una obra como directora. «Siempre me involucré en las obras que participé, pero soy un poco vaga: tuvo que venir un productor como el Chino Carreras a proponerme dirigir esta obra que hice en el ’98 con Diego Peretti, dirigida por Víctor García Peralta, y que se llamaba El Submarino; ahora le pusimos Ping pong«, dice la directora debutante.

«Es una comedia romántica –comienza la definición de esta pieza que tuvo varias puestas luego de aquella que la tuviera como protagonista–. Es una pareja perfecta, una pareja que a lo largo de los años tiende a quererse cuando están separados, y a querer separarse cuando están juntos. Habla de la relación de pareja desde el humor: lleva como al paroxismo ciertas actitudes un poco neuróticas de las personas y de las relaciones, y creo que sirve también como una reflexión sobre las relaciones de hoy a partir de los cambios que tuvo la posición de la mujer en todos estos años. Con ironía se muestra cómo Rita va accediendo al pensamiento feminista –hecha genialmente por Laura Cymer–, y que la pareja, Daniel Hendler –en un registro poco conocido, muy gracioso–, es un tipo que entiende muy poco de los cambios de la mujer, algo cuadrado. Entonces se producen situaciones muy graciosas. Estoy contenta con los actores, con que sea una comedia en la que la gente se ríe mucho y también se emociona, y puede llegar a reflexionar alguna que otra cosa sobre sí mismo y sobre su propia relación».

En el ya lejano 2015 Llinás debutó en la dirección cinematográfica, cuando codirigió con Laura Citarella la muy buena La mujer de los perros, que también protagonizó. «No hubo una relación directa entre una cosa y la otra, más bien casual. El Chino (Carreras) quería poner esta obra y estaba esperando a Víctor García Peralta, que dirige en Brasil, y no podía. Y ahí la mujer le propuso que me llaman a mí, y él le dijo: ‘Pero Verónica es actriz’. ‘¡Pero si dirigió una película!’, le dijo ella. Ahí el Chino decidió llamarme y lo hizo a los pocos días». Más allá de la anécdota, Llinás reconoce que «en los dos casos la dirección es un poco tomar las decisiones estéticas y artísticas del total de la obra, y ponerse uno al servicio de contar una historia».

Y así, como siempre sucede cuando finalmente se manifiesta algo que de alguna manera se sospechaba, se producen reflexiones sobre qué es eso que gusta tanto como que sólo pueda revelarse en un momento en que el riesgo de frustración sea bajo. «Siempre me pareció muy interesante la visión del todo que debe tener un director. Cuando uno es un actor de una pieza, de una obra, de lo que fuera, si bien puede tener una noción del todo siempre está muy centrado en su papel, en su participación; porque debe ser así: debe ser una especie de máquina de llevar adelante el personaje, de hacerlo crecer y darle vida y contundencia. Es de por sí algo parcial. Entonces, la visión del todo desde la parcialidad de un actor no es la misma que desde la dirección. Ahora me doy cuenta de que nunca, siendo parte de la historia, se puede tener la visión general. Entonces relativicé también mi propios procedimientos como intérprete».

A esta altura se puede inferir que estos cambios en Llinás tuvieron una consecuencia no deseada pero feliz: sus videos en las redes sociales. «Creo que tiene un punto de contacto, que es el control total en el caso de los videos y casi total en el caso la obra de teatro, y bastante total en caso de la película. Soy quien decide qué y cómo se ve. Creo que tienen que ver en el sentido de asumir finalmente una responsabilidad y un control sobre aquello que estoy mostrando», puntualiza. Una totalidad nunca definitiva, porque como toda creadora, Llinás sabe que sólo se trata de un horizonte para mantener vivo el deseo. «