El interés por el teatro se despertó tarde en Arturo Bonín. No estaba en sus planes ser actor, sin embargo, según cuenta, se acercó a un taller de teatro con la inquietud de conocer chicas. Y se enamoró. No de las chicas, sí del oficio con el que  mantiene una relación maravillosa. Hasta hoy fue parte de alrededor de  30 espectáculos teatrales como actor, además de su trabajo en  cine y la televisión. «Me siento, con los años que tengo, disfrutando mucho todavía de estar arriba del escenario. Y pienso seguir subiéndome mientras pueda hacerlo. ¿Jubilación?¿Qué jubilación? La gente se jubila de algo que no quiere seguir haciendo», dice el actor a Tiempo Argentino, sentado en el hall del Teatro Regio, donde está protagonizando el musical Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, sobre el clásico texto de Federico García Lorca.
El texto es un poema granadino con cantos y bailes, pero el autor no escribió música para esta obra. La trama se inspiró en la vida de su prima, Clotilde García Picossi, que mantuvo una relación amorosa con su primo hermano. El hombre se vino a vivir a la Argentina y se casó con otra mujer, pero seguía enviando correspondencia a Clotilde para hacerle saber que algún día regresaría. En esta versión, dirigida por Hugo Urquijo, el elenco está conformado, además de por Bonín, por Virginia Innocenti, Rita Cortese, Graciela Dufau y Silvia Baylé, entre otros. La escenografía y el vestuario son de Eugenio Zanetti.
Bonín llega siempre al teatro varias horas antes de la función. «Por lo menos dos antes ya estoy en el teatro… Por deformación», bromea, mientras saluda a cada uno de sus compañeros de elenco con quienes, reconoce, se siente orgulloso de compartir el trabajo. «Me costó al principio decir que sí, me contaron el proyecto pero me asustaba porque para mí el teatro español es una cosa, García Lorca otra cosa y Valle Inclán otra cosa. Son como tres cosas distintas, entonces, traté de pensar dónde ubicarlo para darle una forma de abordaje a los personajes».

–¿Y qué te convenció?
–Hugo Urquijo que fue quien me llamó, me contó de qué se trataba el proyecto, que tenía para mí el papel del tío de Rosita y me dijo algo que fue determinante: que iba a ser un musical. Es decir que iba a tener poemas de Lorca y música original de Alberto Favero. «¡Cartón lleno!», me dije y ahí acepté, porque era maravillosa. El musical ordinariamente, salvo honrosas excepciones no me gusta, no me representa. Su esencia no me conecta con lo que me pasa dentro. En este caso, pasa otra cosa, me habla en mi idioma, me habla del paso del tiempo, del amor y de la imposibilidad del amor; me habla de las trampas que a veces me presenta el amor y me resulta totalmente aprehensible todo lo que ocurre. En el tránsito, veo lo que le pasa al público, que termina llorando, veo que pega en lugares muy profundos por un lado y sensibles por otro.
–Te tocó uno de los pocos hombres fuertes en la producción de García Lorca.
–Sí, Lorca tiene relativizada la participación de los hombres a partir de las mujeres. Mujeres tremendas. Mi personaje es lindo porque es tierno pero yo lo cuestiono mucho. No tuvo él la capacidad de hacer de Rosita una persona más libre, y creo que él tenía elementos para eso, por el afecto que le tenía y por haber sido un privilegiado a nivel social. Terminó siendo muy egoísta y cómplice de la situación familiar que se vivía y de haber transformado a la pobre Rosita en una flor más de invernadero, en alguien que no decide por sí misma, a quien los ritos sociales le van determinando una vida miserable. La gente lo quiere, pero yo me llevo mal con este tío.
–¿En general debatís con tus personajes?
–Trato de comprenderlos y de ser absolutamente fiel a lo que proponen el director y el autor como engranaje de una trama determinada. Yo me rebelo ante la posibilidad de que ese personaje sea así pero no es mi rol, tengo que ponerme al servicio de los personajes como actor para que sea un todo armónico. Hay personajes que yo veo muy mal, pero no estoy haciendo apología de ellos, estos personajes son funcionales a contar una historia. «Eh, pero vos sos un buen tipo», me dicen a veces cuando tengo personajes nefastos. Y no. Yo puedo ser un hijo de puta, provocame, dame un motivo y vas a ver qué jodido soy… Yo tengo todo eso adentro, pero trato de no ejercerlo porque en la vida trato de elegir otras cosas, y de pensar desde otro lugar.
–Es la posibilidad de los actores.
–Ponerse en cuestionamiento pero saber que formo parte de eso. Me gusta ser cómplice de un director, de un autor, de un vestuarista, de un escenógrafo… Me transformo en cómplice para poder contar una historia de la mejor manera posible, poniendo lo mejor que tenemos, sabiendo que hay roles y que cada rol determina la función de cada uno. Qué sería de Otelo sin Yago… Entonces, yo no voy a decir «no podría hacer un malo»… ¿Por qué? ¿Soy Francisco de Asís?
–¿Cómo elegís los guiones?
–Hay distintas variantes y distintos puntos de partida. Hay momentos en que uno no tiene opción de elegir. Uno tiene que parar la olla y listo, que sea lo menos gravoso posible para mí y para mi cerebro. Pero últimamente tengo la suerte de poder elegir, entonces, privilegio qué es lo que cuento, con quién y para quiénes lo cuento. Estoy tratando de hacerlo, de privilegiarlo. No siempre me sale lo que pienso. Pero sí me sale la posibilidad de contar un cuento del que aprendo mucho, donde reafirmo cosas… Pararse en esta escenografía no es gratis, lleva un peso, y hay una opinión puesta de manifiesto desde el vestuario y hay que intentar acompañar desde el trabajo.
–Ya trabajaste en otras oportunidades con casi todo el elenco de la obra, ¿qué le aportan esos vínculos a tu trabajo?
–Corroborar que pertenezco a esta familia. Veo lo que le pasa a la gente a la salida del espectáculo y es conmovedor, me conmuevo por lo que le pasa a la gente a partir de lo que hace Arturo con otros arriba del escenario. Esta especie de círculo extraño que se produce corrobora que me gano la vida honestamente, por un lado y, por el otro, corrobora que no sabría qué carajo hacer si no soy actor. Esto me pasa cuando me encuentro con gente con la que ya trabajé. Con Rita Cortese nunca habíamos compartido escenario y me divierto como loco, nos pasamos probando cosas en escena. Creamos un juego y cuanto más juguemos, más nos podemos divertir, el público la va a pasar mejor, si tenemos la capacidad de transmitirlo.
–¿Te pasó lo contrario?
–Sí. Y es difícil porque vos sabés que le están faltando el respeto a la gente que paga una entrada para verte, para entretenerse, para divertirse o para reflexionar, entonces te estás cagando en la plata de la gente. El teatro sirve, también, para reflexionar y yo creo en ese teatro, el que te ayuda para plantear una duda por lo menos. Por eso es que hace 16 años colaboro en Teatro por la Identidad. No sé cómo hacer para buscar chicos nacidos en cautiverio, sé que puedo activar algo desde el teatro y este es mi lugar.
Bonín, además de su profesión, está inquieto por la situación política del país y por lo que sucede en las salas de teatro a raíz del aumento de la tarifa de la energía eléctrica.
–¿Cómo ves la situación de las salas teatrales?
–Con mucho dolor por el desprecio que anima y anida en la estructura de pensamiento de la cabeza de esta gente. La pregunta que me hago siempre cuando encaro un personaje es de dónde mira el mundo. Qué es el mundo para él y ahora trato de hacer una síntesis muy apretada de esto con respecto a la mirada que hay desde el Estado en este momento. El Estado mira desde el ombligo desde una necesidad elemental primaria de hacer negocios, de que cierren los números y demás. Y la estructura de pensamiento del gobierno anterior era mirar a los ojos al otro, por eso la definición «la Patria es el otro», que fue el giro rotundo. La Patria es el otro y piense como piense. Y ahora no, ahora la patria es hacer negocios y cuanto más negocios hagamos, mejor. Evidentemente se está mirando al mundo desde otro lugar que no es el mío ni el del común denominador. Por eso me parece doloroso y lastimoso lo que está pasando. «

Una experiencia que vuelve

En la primera parte de este año, Bonín fue uno de los protagonistas de la obra de teatro Tarde, de Fabián Saad con dirección de Lorena Barutta que tuvo su temporada en Timbre 4, donde encarnaba a un hombre que debía acompañar a su marido a una cirugía.
«Estoy fascinado con eso porque es una de las veces que esta profesión me lleva a hacer la cuenta de que hace 30 años hice una película (Otra historia de amor) que hablaba de algo como una cosa utópica y ahora me encuentro con que hay leyes que están amparando estas decisiones y conteniendo estas necesidades. Pienso entonces en que me tocó vivir una linda época, donde la concreción de estas cosas se fue dando y la verdad es que siento que lo que hice en aquel momento sirvió para algo», explica el actor. «Me siento con la seguridad de que aporté un granito de arena desde lo que sé hacer, como ciudadano y dentro de lo que es mi actividad, mi rol, la herramienta con la que me gano la vida», finaliza Bonín.

La pesada herencia (de Macri)

–¿Es realmente comparable la década del ’90 con lo que se está viviendo ahora en el ámbito cultural?
–Es peor. En los ’90 la cultura era tomada como una cosa frívola. Nosotros tenemos hoy como ministro de Cultura a un negador, un señor que habla de que los desaparecidos es un número que se cerró para hacer negocios. Habla de subsidios. Me parece despreciable lo que dice este señor y más despreciable que el sistema lo siga sosteniendo. Está declarado como una persona no grata por la mayoría del ámbito cultural. Y yo estoy trabajando en un teatro oficial en este momento. Pero de los siete teatros hay cinco que están cerrados y es parte de la pesada herencia que nos dejó Macri también. Porque se habla de pesada herencia, pero ¿la pesada herencia en la Ciudad? No hay teatros, el San Martín está cerrado hasta diciembre, el Alvear hace tres años que está cerrado porque están intentando hacer negocios, que es lo único que les interesa. Me parece abominable lo que están haciendo con la Cultura.
–¿En otros ámbitos lo ves?
–Está toda la producción audiovisual en el BACUA y a disposición de los canales, pero hay decisiones políticas que van más allá. Hay medios que no están de acuerdo con el esquema que propone el gobierno nacional entonces no le dan la pauta oficial y los ahogan económicamente. Es presión. Es jodido lo que están haciendo y tienen una cobertura mediática que les da impunidad.