Las relaciones de pareja, las costumbres arraigadas y el deseo sexual no satisfecho: todo dentro de la institución del matrimonio. Estos son algunos de los ejes que cruzan la anatomía teatral de Los vecinos de arriba, la obra que expone las aristas de dos parejas en sus aspectos más conflictivos y, sobre todo, menos hablados.

Escrita por el español Cesc Gay, la pieza se estrenó en Madrid a principios del año pasado y todavía continúa en cartel. En Buenos Aires las funciones van de miércoles a domingo en el Teatro Metropolitan y desde el primer día cosecha una muy buena respuesta del público. Diego Peretti (Julio), Florencia Peña (Ana), Rafael Ferro (Salva), Julieta Vallina (Lauta) y el director, Javier Daulte, tienen motivos para disfrutar este momento.

Peretti llega a esta obra luego de protagonizar una serie de propuestas teatrales de gran reconocimiento, como La Pared y La chica del adiós. Antes de mentalizarse para encarar una nueva función que se encuentra agotada, el actor se ve particularmente entusiasmado con todo lo que gira alrededor de Los vecinos de arriba: «La obra está recibiendo el apoyo total del público y eso nos incentiva como equipo». Peretti asegura que, a pesar de la crisis económica, no le asombra que les vaya tan bien con esta nueva apuesta teatral, sobre todo porque es algo que ya pudo experimentar en el pasado. «Los argentinos vivimos en crisis. Nuestro país tiene épocas buenas y otros momentos donde la economía se achica. Eso en la calle Corrientes se nota. Por suerte a nosotros no nos está impactando», afirma.

–¿Conocías la versión española de «Los vecinos de arriba»?

–No, pero cuando me acercaron el libro me dijeron: «Lee esta obra y te vas a dar cuenta que se trata de algo muy llevadero, ágil, inteligente, que no subestima al espectador». Comencé a leerla y enseguida supe que no era algo común. Esta obra, además de ser buena, te permite construir y darte cuenta de que el texto es tan fuerte que hasta podés darte el lujo de no estar brillante algún día. El guion te va llevando a un buen puerto casi sin que te des cuenta.

–En tu elección, ¿cuánto pesó trabajar bajo la dirección de Javier Daulte?

–Eso también fue positivo. Yo no había trabajado con él, si bien un par de veces estuvimos a punto de hacerlo. Javier podría haber hecho todo de una manera directa ya que la obra lo es, pero lo que hizo fue darles a los personajes mucha emoción y empaparlos de un realismo profundo. Es una comedia que tiene más altura, un tono elevado, que por otra parte era algo que había notado en sus obras. No me sorprendió trabajar con él porque sabía de su capacidad, pero me quedó grabado su orden y disciplina.

–Compartís cartel con Florencia Peña. ¿Cómo se dio la dinámica actoral entre ustedes?

–Flor y mis compañeros de escenario son increíbles. Entiendo que me pregunten por ella porque es una profesional fuera de serie, pero los demás también lo son. Yo no había trabajado con Flor, tiene mucha gracia, humor y profesionalismo. Me encontré con actores y actrices que no tienen ningún berretín que provenga de la vanidad. Todos trabajamos muy enfocados para sacar lo mejor. Las distracciones periféricas suelen existir y son muy hincha pelotas. Por eso es un placer cuando te encontrás con actores y un director a los que les interesa contar bien una historia. Aunque, en ese sentido, debo decir que tuve suerte en mi carrera.

–¿Cómo van hacer con el embarazo de Florencia?

–Seguramente tendrá un remplazo porque algo de eso escuché. Hay algunos nombres dando vueltas. Aunque algo sepa, no te puedo contar nada más.

–La obra hace foco en el acostumbramiento que experimentan las parejas con el paso de los años. Como psiquiatra, ¿tenés una mirada formada al respecto?

–No voy a darte un punto de vista profesional porque sería como hablar de terapia de pareja, pero lo que puedo comentarte es lo que nos dijo Javier Daulte: «Esta es una pareja que no está terminada pero está por explotar». Es interesante esa visión porque las parejas que no están marchitadas son parejas que tienen un afecto encendido que no están sabiendo aprovechar. Prefieren mantener una comodidad incómoda para no hablar de algo que les resulta completamente insoportable de hablar, como puede ser la insatisfacción en las relaciones sexuales, lo poco que uno aguanta al otro en ciertas cotidianidades, etcétera. Afortunadamente el público lo toma con mucho humor y lo disfruta.

–Este año tuviste presencia en el cine con Casi Leyendas (junto a Santiago Segura y Diego Torres). ¿Qué podés adelantar de Mamá se fue de viaje, la película de Ariel Winograd que se va a estrenar en julio?

–Es esencialmente la historia de un tipo que vive pendiente de su trabajo. Tiene a su familia, pero los hijos son manejados por su mujer. Ella está harta de mí y decide hacer un viaje con una amiga a Machu Picchu para no colapsar mentalmente. Me deja a mí a cargo de nuestros hijos: uno de dos años, otro de siete, otra de doce y uno de quince. Lo que después se va armando es algo parecido a La Fiesta Inolvidable, el gran clásico con Peter Sellers. Mi personaje es medio «simpsoniano».

–¿Se viene la película de Los Simuladores?

–Esa pregunta ya es un clásico. Vamos a hacer la película, eso es seguro, pero es una pregunta que tienen que hacérsela a (el director) Damián Szifrón. Nosotros ya dijimos que la haríamos, pero para concretarla deberíamos tener un libro que no está hecho. Nuestra voluntad y la de Damián están presentes, así que no deberían preocuparse. ¿Cuándo? Eso no lo sabemos. «

Los vecinos de arriba. De miércoles a domingo, Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343).

Sospechas por los cambios en el Incaa

La destitución de Alejandro Cacetta como presidente del Incaa movilizó las opiniones de un amplio arco de personalidades del mundo del cine. Actores, directores y productores se expresaron a favor de la permanencia del exdirector de la entidad, quien fue remplazado por Ralph Haiek. Para Peretti, la salida del funcionario representó una movida muy extraña del ministro de Cultura, Pablo Avelluto: «Cacetta es un hombre que estaba en esa posición por ellos (el Gobierno) y también fue aceptado por el ambiente del cine, un hombre decente y un gran productor. Y de repente aparece acusado por la Oficina Anticorrupción como si fuese Al Capone. Eso es una paparruchada que despierta una gran sospecha y una paranoia lógica con respecto a qué quieren hacer estos tipos. Son acciones ilógicas e intempestivas que te hacen pensar que algo ocurre. Después ellos parece que reculan, pero el daño ya está hecho. Ahora dicen: ‘La comunidad artística se enoja porque lo único que queremos es transparencia en el Incaa’. Psicopatean por ese lado. Es una manera de hacer política espantosa y cobarde».