En nuestro país la larga lista de figuras internacionales con las que compartió escenarios Dominic Miller bien podría reducirse a un eje fundamental: ser el guitarrista argentino de Sting

Es lógico. Nacido en el Oeste del Gran Buenos Aires (Hurlingham) lo de este hincha de River que partió hacia Estados Unidos a los 10 años se encuentra íntimamente vinculado a sus raíces argentas. Y tanto es así que varias veces durante la entrevista afirmará esa condición local, casi como un factor que no puede abandonar más allá de no vivir entre nosotros desde su niñez. “Hagamos la entrevista en español, pero algo despacio”, aclara antes de mencionar que el inglés erosionó su castellano natal.

De gira casi permanente con el ex The Police (al que llamará su “hermano” en varias partes de la entrevista), Dominic llegó al país en una nueva escala de esa gira interminable que embarca a Sting cada dos años. Pero esta vez es distinto, ya que aprovecha la ocasión para presentar en sociedad Silent Light, su último disco solista recién publicado en todo el mundo. “Este nuevo álbum tardó unos 40 años para ser concebido y 2 días para ser grabado (risas). Digamos que se trata de un viaje musical que tiene mucho de cuando vivía aquí, en Argentina. Me fui cuando tenía 10 años pero en mi cuerpo estaba el sentido de la música argentina y latinoamericana, por eso este disco tiene elementos folclóricos, más que de tango o de rock. Mi identificación con el país viene por ese lado, especialmente con la Misa Criolla de Ariel Ramírez, ese tipo de música me identifica. Después vienen los elementos brasileros y otros de varias partes del mundo. En resumen, Silent Light comenzó cuando tenía ocho o nueve años en nuestro país”, se sincera.


El álbum tiene una versión de “Fields of gold”. ¿Por qué elegiste ese clásico de Sting para incluir en este nuevo disco?
-Hay dos razones. Una porque quise hacer una versión personal del tema, una que fuese personal. Creo que un cover es grande cuando no remite a su autor. Es como escuchar “All along de watch tower”, de Jimi Hendrix. Uno sabe cuando escucha esa versión que es de Hendrix, por más que el tema le pertenezca a Bob Dylan. Y la otra razón es que quise decirle a Sting, mi patrón y amigo, algo así como “gracias por este viaje de 30 años juntos, porque sin vos este disco no existiría”. Fue como entregarle una carta o un regalo personal.

Después de tantos años junto a Sting, imagino que la relación de ustedes fue variando desde sus inicios.
-Toco con él desde el 89. Puedo decirte que no es un amigo, es como un hermano mayor para mí, y no podés ser amigo de tu hermano. Pondría mi cuerpo contra las balas por él, y sé que él haría lo mismo por mí. La verdad es que no estoy seguro si haría eso para un amigo; tenemos una relación telepática, porque cuando él hace un error, yo hago el mismo error. Pero siempre pensamos que la música es el rey.


Entonces tienen la mejor simbiosis como dupla…
-Es que no importa quien escribió la canción, no importa si es un artista o estrella pop, porque la canción es todo. Sting es alguien que no tiene ego, y seguro que todo el mundo cree que tiene un gran ego. Pero él tiene menos de eso que todos los músicos que conozco. Cuando se pone a trabajar siempre lo que importa es la canción, la música.

¿En qué momento específico de tu vida llegás a tocar por primera vez con él?
-Fue a finales de los años ochentas. Fue en ese momento que las estrellas se alinearon para que lo conozca. En ese entonces yo ya venía tocando como músico de sesión en Londres junto a Level 42, Paul Young, Tina Turner, esa gente. Un productor me llevó a trabajar con Phil Collins, grabé sus hits como “Another day in Paradisse” y ahí comenzaron a cambiar las cosas para mí; había crecido y todo el mundo me llamaba. Entre ellos apareció Sting, que me llamó para una audición. Yo no era fan de él, para nada, y hasta llegué a la cita sin conocer su música. Creo que ese día me conoció bien porque me dejé llevar por mi instinto, porque todo el mundo puede tocar “Roxanne” o “Walking on the moon”, no es algo difícil hacer. A él le interesó eso, mi instinto para tocar.

¿Enseguida te dio su ok para seguir tocando juntos?
-Bueno, fue después de esa zapada, me probó. Recuerdo que ese día tocamos muchas cosas de jazz y otros estilos que no me parecieron complicados para tocar. Después tocamos algo de blues y a lo último hicimos “Fragile”, su hit que tiene mucho de aire latino. Ahí salió mi espíritu de nuevo y creo que ese fue el momento en el que conseguí el trabajo.

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Sobre su argentinidad

Con el paso del tiempo, ¿qué conservás de ser argentino?
– River Plate (risas). Y claro, la Selección Nacional cuando funciona, también el dulce de leche, el mate, el campo, la comida. La verdad es que siento esas cosas como un feeling, hacer las cosas afuera, comer con mucha gente y familia. Todas esas cosas de comunidad me gustan más que nada. Es eso de estar juntos, haciendo cosas juntos, jugando al fútbol, escuchando música hasta muy tarde. Me acuerdo que cuando era muy chico fui a cenar con mis padres a la medianoche para después irme a la cama muy tarde. Eso no pasa en Europa o Estados Unidos. Me fui a los 10 años pero esas son las cosas argentinas que me quedan y me gustan.

¿Cuándo llega la música exactamente a tu vida?
-Fue cuando estaba justo por irme a Estados Unidos. Ahí escuché a Jimi Hendrix, acá en Argentina, y eso para mí fue revelador. Fue una experiencia tan subsónica y extranatural que me dije: “Quiero ser músico”. Después comencé a tocar verdaderamente a los 14 o 15 años y me fui a estudiar en serio a Berklee. Ahí me di cuenta que había otros que tocaban mucho mejor que yo, pero al mismo tiempo sentí que tenía algo que ellos no tenían: un factor latino para tocar la guitarra. Pero aclaro que para mí Hendrix es también Baden Powell y la música bossa nova. Y claro, Sui Generis y esas cosas, tanto que con el tiempo conocí a Alejandro Lerner, Nito Mestre, y hasta zapé con Charly. Me acuerdo que zapamos en un hotel y la pasamos genial. Lo que no recuerdo es si nos echaron o nos invitaron a irnos (risas).

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En los discos de (casi) todos

La lista de personajes celebérrimos a los que prestó servicios Dominic Miller es casi inabarcable. Como músico de sesión fue parte de discos clave para las carreras de Tina Turner, Phil Collins, Peter Gabriel, Pat Metheny, Pavarotti, Placido Domingo, The Pretenders y una larga, larga lista de artistas del mundo del pop internacional. “Durante todos estos años pude trabajar con mucha gente, algunos de ellos verdaderos genios. Mark Hollis (Talk Talk) es uno de ellos, pero también es un amigo. Ahora no quiere hacer nada con la música, pero es un genio. En 1998 hicimos su álbum debut que se transformó en una pieza sin tiempo que si lo volvés a escucharla te da la impresión de haber sido grabado ayer o dentro de veinte años. Otra experiencia que me pareció increíble fue trabajar con Rick Wright (Pink Floyd) tocando como si estuviese en el lugar, hipotético, de David Gilmour, así que eso fue algo que me conmovió. Pero más allá de los genios, siempre trato de sacar de cada artista con los que trabajo algo de ellos, aunque yo les doy algo también. Mi ADN musical es a causa de todas mis experiencias. Así que cada vez que trabajo con alguien soy algo más rico. Si trabajo con Mark Hollis o Chrissie Hynde (The Pretenders) o con alguien desconocido, seguramente voy a encontrar algo que puedo rescatar y que puedo ofrecer. Me gusta aportar a la experiencia de hacer música», concluye.