A partir de esta semana dos obras de Eduardo Rovner estarán en cartel: La mosca blanca y Compañía. Ambas se presentan en El método Kairos de Palermo (El Salvador 4530). La primera va los sábados a las 23 y la segunda los domingos a las 20:30.

De por sí, eso -que dos obras de Rovner estén en cartel-, no significa ninguna noticia; tampoco novedad: el gran dramaturgo argentino descendiente de pueblos eslavos está más que acostumbrado a ver que dos -a veces más- de sus obras están simultáneamente en cartel. También está acostumbrado a las puestas en numerosos países (algunos con más relación con la Argentina, otros con menos): Uruguay, Paraguay, Brasil, Perú, Puerto Rico, Costa Rica, Cuba, México, Estados Unidos, España, Francia, Alemania, Finlandia, República Checa, Eslovaquia, Israel, Australia son los nombrados para no continuar con las firmas.

Lo que sí llama la atención es por qué a dos teatristas (en este caso a Gaby Fiorito con La mosca blanca y a Roberto Lachivita con Compañia) les llame la atención dos obras en particular de un escritor tan prolífico (más de 50 obras), ya que toda obra “tiene que ver con el momento y el lugar en el que se escribe”, comienza a intentar una explicación su autor, Eduardo Rovner. La mosca blanca cuenta el encuentro entre dos personajes entrañables: Blas y Funes. No le encuentran sentido a la existencia, así que deciden vivir sus vidas al margen del sistema. El encuentro tiene lugar en la plaza en la que uno de ellos, Funes, ya definitivamente cansado de todo, quiere convencer a Blas de quitarse la vida. Pero el proyecto se ve interrumpido cuando la escultura de la ninfa griega Dafne cobra vida. “Creo que trata un tema que tiene que ver con la historia de la humanidad -reflexiona Rovner-: el sentido de la humanidad. No plantea nada nuevo, viene desde los griegos y va a estar hasta el fin de la historia, la manera de tratarlo sí es distinta. Y sospecho que tiene que ver por el paso de la vida con heridas. No existe pasar la vida sin heridas. Porque hay heridas políticas, sociales, psicológicas, familiares, económicas, de todo tipo. Y cuando yo descubrí el orgullo de estar herido, que vivir con cicatrices forma parta de que uno ha vivido, es que la obra terminó de tomar cuerpo en mí.”

-¿Y hoy cobra vigencia de nuevo porque estamos heridos?

-Hoy tiene más vigencia porque estamos más heridos. Venimos de una historia que nos pega sin descanso. Y vamos gambeteando todo lo que podemos, pero estamos más heridos.

Eso no quiere decir que haya otras interpretaciones: “Hay tantas como espectadores”, aclara Rovner algo casi de Perogrullo: el éxito de una obra depende en buena medida de su posibilidad de ser leída de prácticamente innumerables formas. Pero sí es una explicación de por qué ahora la obra toma nuevamente vigencia, de por qué ahora de nuevo surge la necesidad de ver reflejada la propia realidad por el arte, por una puesta en la que, más allá de las interpretaciones, muchos sienta que lo que pasa en el escenario es lo que le pasa en su cotidiano. “Yo la dirigí en el 2000”, agrega Rovner para respaldar eso de las heridas.

Pero la realidad es multifacética y no admite una lectura unidimensional, Así que ahí está Compañía para agregar otra visión del presente a través del arte, explicación que no es disyuntiva de las que puedan provenir de otras expresiones artísticas, las ciencias o la filosofía. “Compañía habla de la institución matrimonial, pero por supuesto que tiene elementos significativos con el momento que escribí la obra. Ya lleva más de 300 puestas esta obra que yo escribí durante el Proceso Militar. Entonces toda la escena que es una de las mayores de la obra, en la que el marido y la mina que trae, atan y amordazan a su mujer, como para convencerla de que vivir los tres juntos haciéndose compañía va a ser una buena manera de vivir, te diría que es inevitable que estuviera inspirado en la dictadura, donde nos ataban y amordazaban para que dijéramos qué lindo que es todo. Y no sólo fue una lectura mía: en muchos otros países del mundo se dieron cuenta y me dijeron que estaba hablando de la dictadura.”

Rovner es conciente de que lo dicho no es precisamente una visión entusiasta del futuro inmediato. “Tengo 75 años -dice-, y en general tuve una visión optimista de las cosas y el mundo. Pero tiendo a decir que lo que está pasando mella la esperanza. Tiendo pero sin seguridad absoluta. Al menos a mí sí me mella la esperanza. Pero entiendo que hay mucha gente que lo tomo como cuestionamientos a resolver.” Y en ese sentido, el de un optimismo que sin serle ajeno entiende que no le pertenece, cierra: “Yo miro a mis hijos y hay muchas que me resultan no fáciles de entender. Durante un tiempo trataba de charlar con ellos. Pero un día dije: bueno, ellos son mis hijos; son ellos mismos. Ni más ni menos que eso”.