Entre la noche del 17 y el 18 de noviembre de 1901, en la colonia Tabacalera de la Ciudad de México, tuvo lugar una redada que pasó a la historia como el Baile de los 41. En una alegre fiesta privada, la policía detuvo arbitraria y violentamente a cuarenta y dos hombres -la mitad travestidos- por danzar, divertirse y gozar de placeres sensuales. Uno de ellos fue puesto en libertad. La versión oficial es que se trataba realmente de una mujer, pero el rumor es que era Ignacio de la Torre y Mier, hacendado azucarero del estado de Morelos, esposo de Amada Díaz y a la postre yerno del dictador Porfirio Díaz. Al resto de los 41 hombres se les obligó ignominiosamente a barrer las calles del centro de México vestidos de mujer como los habían encontrado en la fiesta, recibir insultos y golpizas por parte de los “ciudadanos respetables” y luego a una veintena de ellos –se supone que la mitad logró pagar su libertad al pertenecer a clases privilegiadas– se los condenó a una larga temporada de disciplina militar en la cárcel de Belén en Yucatán. Sus destinos finales y el alcance de las torturas y las represiones que sufrieron nunca se esclarecieron. 

Sobre estos hechos y anclado en bases documentales, el director David Pablos y la guionista Monika Revilla imaginaron una historia de ficción que sirve a la vez como memoria histórica de la comunidad LGTB. La necesaria película El baile de los 41, se centra en el drama de Ignacio de la Torre (Alfonso Herrera) retratado como un político ambicioso que quiere utilizar a Amada Díaz (Mabel Cadenas) para escalar en su camino al poder y a la vez seguir gozando subrepticiamente de los placeres masculinos. La tensión se acrecienta cuando conoce y se enamora de Evaristo (Emmanuel Zurita). 

A pesar de algunos puntos flojos y estereotipados en el guión -sobre todo en el primer tramo- y una escenografía algo descuidada, la película logra una buena reconstrucción de época e imágenes bellas de erotismo disidente y bacanales orgiásticas que recuerdan en su esteticismo al Satiricón de Fellini y se acercan aún más al Luchino Visconti de La caída de los dioses. Es interesante también la manera en que se acerca a los rituales de iniciación de Evaristo para ingresar al club privado de los varones y travestis que se veían obligados a conformar ghettos, sociedades secretas para dar rienda suelta a la diversión y la lujuria. 

Las interpretaciones de los protagonistas que conforman el triángulo amoroso es muy buena y tal vez, siguiendo un clima de época concomitante con las luchas de las mujeres, el personaje de Amada Díaz se niega a asumir el rol de esposa sufrida y víctima que le hubieran reservado las ficciones clásicas y deviene empoderada y decidida aunque finalmente se convierta en victimaria.  


Desde los hechos popularizados por la prensa de la época y por los grabados satíricos del emblemático José Guadalupe Posadas que ilustraron el episodio, en México el número 41 es analogía de homosexualidad en bromas, conversaciones cotidianas y guiños cómplices. Decir pertenecer al club de los 41 es presumir de gay. También es un recurso ofensivo y así como el número 13 deviene símbolo de mala suerte, hay pisos y cuartos de hotel y sanatorios, patentes de automóviles y organismos y registros oficiales que obvian el número 41 y pasan directamente al 42. A su vez, el número 42, es decir “el que se escapó” ha pasado a significar en el argot gay a un homosexual tapado y pasivo.   

Como suele suceder con algunos episodios horrorosos, el baile de los 41 creó una tradición en la que conviven el humor, la homofobia, el insulto, la lucha y el orgullo.  En el centro de la Ciudad de México hay una placa conmemorativa de desagravio que afirma que esa redada dio lugar a la lucha por los derechos civiles de gay, lesbianas y trans. A pocos metros, una pequeña conmemoración reclama justicia con otro número: 43, cifra trágica que evoca a los estudiantes desaparecidos por la violencia estatal en septiembre de 2014. 

Cada país tiene un hecho fundacional, una bisagra represiva que marca un antes y un después en la historia de la homofobia y que materializa los prejuicios y los discursos pseudocientíficos y jurídicos vigentes que legitiman la discriminación a gays, lesbianas y trans. En Inglaterra es el affaire Oscar Wilde, en Alemania es el caso Eulenburg, en Argentina es el escándalo de los cadetes en 1942. Sin dudas, en México es el baile de los 41 y precisaba de la ficción cinematográfica que diera a conocer los sucesos para las nuevas generaciones, renovara la memoria histórica para advertir que hechos de esa naturaleza -siempre plausibles de ocurrir- no vuelvan a repetirse y rindiera un homenaje a las víctimas. La película de David Pablos cumple conmovedoramente con esos cometidos políticos.  «


El baile de los 41

Dirección: David Pablos. Protagonistas: Alfonso Herrera, Emiliano Zurita, Fernando Becerril y Mabel Cadena. Disponible en Netflix.