Como todo gran artista popular, la vida y la obra de Roberto Goyeneche se alimentan de producciones memorables, grandes encuentros, momentos mágicos, sombras, equívocos y mitos. Este martes 27 de agosto se cumplirán 25 años de la muerte del Polaco y todos esos significados y significantes siguen en pie. Se cruzan, se potencian, se chocan y se tiñen de ese aura inconfundible de los tocados con la varita mágica. ¿Cuántos Goyeneches existieron? Casi tantos como sus seguidores, quizás. En el plano estético se puede hablar de un primer Goyeneche de un timbre de una belleza meridiana, que brillaba con una madurez sorprendente en el formato de la orquesta típica. Poco a poco comenzaría a surgir el segundo, el que enriqueció toda esa técnica con una forma de frasear que cambió la historia del tango. Más tarde aparecería el Goyeneche crepuscular, el que se paraba sobre las palabras y las hacía vibrar, el decidor de registro menguado que había encontrado una respuesta singular a los años y sus circunstancias. Pero también existió el Goyeneche de las mil y una noches, de las anécdotas entrañables, el fanático de Platense, el tipo sensible hasta las lágrimas, el que por su naturaleza irreverente estrechó afinidades con las nuevas generaciones en tiempos en los que la mayoría de los puentes estaban rotos. De todos esos Goyeneches –y de unos cuantos más– está hecho el Goyeneche que es alma y corazón de la cultura argentina.

La carrera del Polaco resultó casi tan intensa como su vida. Sus primeros pasos fueron en la orquesta de Raúl Kaplún, en 1944. Pronto se les abrirían las puertas a casi todas las formaciones más importantes de la historia del tango. Goyeneche le puso su voz y corazón a la típica de Horacio Salgán, a la de Aníbal Troilo y al quinteto de Ástor Piazzolla. Lo acompañaron las orquestas de Armando Pontier y Baffa-Berlingieri, y exploró múltiples formatos que incluyeron asociaciones con Néstor Marconi, Juanjo Domínguez y hasta Litto Nebbia. Ese recorrido pleno de hallazgos y búsquedas resultó el marco ideal para consolidar y enriquecer su técnica, su forma de cantar y de decir, de sellar para siempre su compromiso con la palabra. Su carrera también fue en paralelo con los procesos industriales que estimularon y postergaron al tango. Llegó a disfrutar de los últimos años dorados de las típicas, de las ventas siderales de discos y de los shows con baile de todos los días. Pero también padeció la deriva e incertidumbre que impusieron las nuevas pautas globales de consumos culturales. Aun en esas neblinas el Polaco siempre logró hacer escuchar su voz.

Muchos de los momentos más icónicos de la carrera de Goyeneche fueron junto a Troilo y no se trató de ninguna casualidad. La orquesta de Pichuco, se sabe, mantenía una particular elegancia tanguera y una singular obsesión por los cantores. Está claro que Pichuco desplegó un olfato inigualable para encontrar e incorporar a su orquesta a muchas de las voces más determinantes del género: Francisco Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Raúl Berón y Edmundo Rivero son apenas algunos de ellos. Troilo sabía elegirlos, pero también potenciarlos. En su relación con el Polaco privó la admiración artística mutua, la amistad y el respeto. Los dos, puede decirse, enriquecieron la obra del otro. La primera grabación de Goyeneche y Troilo fue «Bandoneón arrabalero» (Bachicha/Contursi) y data de 1956. Llegarían a más de 50 registros y su relación se extendería por décadas de la mano de reencuentros recurrentes. Fue el propio Troilo quien alentó con generosidad a Goyeneche para que abandonara su orquesta a mediados de los ’60 y comenzará su carrera solista. El reencuentro más emblemático fue el álbum ¿Te acordás Polaco? (1971), donde repasaron clásicos de su repertorio con una autoridad y frescura indelebles. La asociación de Troilo y Goyeneche dejó versiones invencibles de  «La última curda» (Troilo/Castillo), «Garúa» (Troilo/Cadícamo), «Sur» (Troilo/Manzi), «En esta tarde gris» (Mores/Contursi) y «Toda mi vida» (Troilo/Contursi), entre muchas otras.

Sus estadías con Salgán y Piazzolla fueron mucho más fugaces, pero también alumbraron resultados emblemáticos. La orquesta típica del enorme pianista y compositor duró poco más de dos años. Pero alcanzó para dejar registrada una suerte de tratado inconfundible de tango, musicalidad y audacia. Esa orquesta tuvo como cantores –entre otros– a Edmundo Rivero y un muy joven Roberto Goyeneche, que grabó logradas versiones de «Alma de loca» (Cavazza/Font), «Pan» (Pereyra/Flores), «Margarita Gauthier» (Mora/Nelson) y «Sus ojos se cerraron» (Gardel/Le Pera), entre otras. Su relación con Astor Piazzolla fue más recurrente, aunque en cuentagotas. Bien sabido es que el bandoneonista y compositor concebía al tango como una expresión instrumental «para escuchar» y ponía muy poco de su libido en el tango canción. Pero su esfuerzo más decidido por entrar en ese mundo fue asociado con los textos de Aldo Ferrer en «Balada para un loco» y, decididamente, su versión más sustanciosa fue la que contó con la voz del inefable Polaco. También son recordados sus shows del ’82 en el Teatro Regina, que fueron grabados y editados poco después. Goyeneche ya no estaba en su mejor forma, pero un Piazzolla acaso más componedor que nunca acomodó repertorio y arreglos a la medida de las posibilidades del Polaco.


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La carrera solista de Goyeneche fue larga y con múltiples matices. Se desarrolló en los años en los que el tango padecía cierta encerrona estética y confusión ante el desbande del gran público y las nuevas modas. Pero el Polaco no se detuvo y probó con múltiples formatos, aunque con resultados dispares. Curiosamente esa parte de su producción es una de las que menos padeció el desinterés de las compañías discográficos: en 2004 fue relanzada la colección Goyeneche en RCA Victor, la cual incluyó 19 CD y un esmerado trabajo de recolección de imágenes e información de las grabaciones. Es mucha música y con formaciones y arreglos muy diferentes, pero las versiones de «Cada vez que me recuerdes» (Mores/Contursi), «Tabaco» (Pontier/Contursi) y «Gricel» (Mores/Contursi), entre muchas otras, destilan su magia única. La participación de Goyeneche en la película Sur (Pino Solanas), particularmente cuando interpreta «La última curda», encendió la admiración de muchos jóvenes que comenzaron a ver al tango de otra manera.

El Polaco como sinónimo de la noche porteña también resultó esencial para su figura y mito. Fue quien navegaba al borde del naufragio, pero siempre se las arreglaba para al otro día volver al mar. El amante del Cinzano con Pineral, la Hesperidina o el whisky Criadores –según el historiador de turno–, el tipo que en sus últimos años disfrutaba de dormir hasta la tarde y prefería quedarse en su casa, el compañero sincero con su de sus seres queridos, el fanático de Platense –una tribuna fue bautizada con su nombre– que no dudaba en cantar gratis para el club de sus amores.

No se puede decir que su muerte, el 27 de agosto de 1994, fue sorpresiva. La salud le resultaba esquiva desde hacía rato, a pesar que sólo contaba con 68 años. Dejó un estilo inconfundible, de esos que atrapan y generan admiración. Llegó al corazón del pueblo y de centenares de colegas. Muchos de ellos debieron enfrentar el enorme desafío de los peligros de su influencia, tan enriquecedora como peligrosa –¿cómo parecerse al Polaco y no desdibujarse en el intento?–. Goyeneche también dejó una obra inspiradora que hoy casi todo el mundo tiene al alcance de un clic. Y la enseñanza de que el talento, la sensibilidad y el amor obsesivo por cantar, contar y expresar son capaces de ganarle la pulseada al tiempo. «


Colegas y admiradores de su obra


Chino Laborde:
«El tipo siempre fue de verdad, arriba y abajo del escenario. Esa es una cualidad que no todos tienen en la vida y en el arte. El tango es noche y el Polaco se la caminó toda. Su talento y sensibilidad le permitieron interpretar como nadie. Fue contemporáneo y amigo de más de un poeta del tango y quizás eso marcó su obsesión por expresar cada palabra como si fuera la última. Mientras casi todos se preocupaban sólo por contar historias, él hizo eso y transmitió emociones como nadie.»

Lidia Borda:
«Empecé a cantar en los ’90, cuando todos querían ser como el Polaco. Su impronta siempre fue muy fuerte y singular. Pero también podía ser una trampa. Goyeneche es tan original como difícil de seguir, para cualquier otro transitar esos caminos puede llevar a la caricatura. Me gustan todas las etapas del Polaco. La del cantor de orquesta dueño de un tono, un timbre y un brillo exquisitos, la del fraseo invencible y la de los últimos tiempos. Siempre interpretó con una inteligencia y sensibilidad únicas.»

Omar Mollo:
«Goyeneche es mi mayor referente. Tuve grandes peleas con mi viejo porque él era fanático de Gardel y yo me desvivía por el Polaco. En eso no pudimos ponernos de acuerdo. Lo que siempre me impactó fue su forma de decir, su fraseo, su inteligencia y la frescura para interpretar cualquier tango. Incluso los más transitados. No utilizaba ningún tipo de efectismo, siempre cantaba con el corazón en la mano. Su personalidad y audacia ensancharon las posibilidades de interpretación en el tango.»