La tregua, de Sergio Renán, estrenada en un convulso 1975, fue la primera película argentina en contar con una nominación a la mejor película extranjera para los premios Oscar de la Academia de Hollywood. A esta le sucedió la de Camila, de María Luisa Bemberg, justo una década después. Sin embargo, Argentina no alzó el famoso premio hasta el año siguiente, cuando Norma Aleandro anunció la victoria de La historia oficial, de Luis Puenzo, con su recordado “God bless you” durante la ceremonia en Los Angeles en 1986.

Protagonizada por ella y Héctor Alterio, esta producción, hija de una incipiente democracia, abordaba uno de los capítulos más dolorosos de la última dictadura, el robo de niños, a través de la historia de un matrimonio que se apropiaba ilegalmente de una menor.

Hubo que esperar casi 15 años para que Argentina volviera a celebrar y fue cuando El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, se impuso en la misma categoría de 2010. Si bien esta no transcurría durante la última dictadura militar, volvía sobre aquellos años previos que abonaron el terreno para el espanto posterior a través del personaje de un violador que se “reciclaba” como integrante de una organización parapolicial.

En el camino y sin premios quedaron otras nominaciones, como la de El hijo de la novia, en 2002, también de Campanella, y la de Relatos salvajes, de Damián Szifrón, en 2015. La nominación de Argentina, 1985, de Santiago Mitre, centrada en el Juicio a las Juntas de 1985 y que llegó a la gran cita en Los Angeles con un Globo de Oro y un Goya español a cuestas, volvió a suscitar esperanzas.

El secreto de sus ojos

Pero a diferencia de lo que sucedió con la Copa del Mundo, los argentinos no pudieron festejar “la tercera”: el Oscar fue para el drama antibélico alemán Sin novedad en el frente. Sin embargo, esta última nominación argentina invita reflexionar acerca de las producciones relacionadas con la dictadura que llegaron a ser consideradas –o ganaron- en los premios que entrega la Academia de Hollywood.

“Una cosa que me parece llamativa es que las películas extranjeras premiadas como mejor película extranjera en competencias internacionales, como la de los Oscar, casi siempre son sobre lo que (el historiador estadounidense) Dominick LaCapra llama traumas fundacionales, es decir, eventos políticos traumáticos para la historia de un país que a su vez fueron fundantes y que sostienen la identidad nacional, como la dictadura en Argentina”, señaló en entrevista con Tiempo Argentino Verónica Garibotto, licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA), quien actualmente se desempeña como profesora e investigadora en la Universidad de Kansas, en Estados Unidos, y es autora del ensayo Semiótica y afecto. El cine testimonial en la posdictadura (Ediciones Imago Mundi), entre otros.

“Casi siempre son películas que se sostienen sobre estos traumas fundacionales que se convirtieron en íconos globales, como la dictadura en Argentina, el nazismo en Alemania, el franquismo en España, el conflicto palestino-israelí en Israel, la ocupación japonesa en Corea, el apartheid en Sudáfrica”, afirmó Garibotto, quien aventuró que también es posible que haya cierta voluntad de corrección política por parte de los votantes, que de esta forma buscan decir que no les interesan solo las películas de puro entretenimiento, sino también las de contenido político.

“No sé cuáles son los motivos de la industria, solo puedo dar mi impresión. Hay más de 600 películas que refieren a la dictadura, algunas de ellas directamente, otras más lateralmente”, dijo por su parte a Tiempo Argentino Alejandra Oberti, socióloga y doctora en Ciencias Sociales (UBA) y coordinadora del Archivo Oral de Memoria Abierta. Entre otras cosas, coordinó la segunda etapa del catálogo “La dictadura en el cine” de la organización, que se puede visitar en el enlace.

“Hay otras películas argentinas con un recorrido muy extenso y con premios en festivales, como las de Lucrecia Martel, por ejemplo. Pero creo que recortar estas tres (La historia oficial, El secreto…y Argentina, 1985) nos invita a pensar qué tienen en común. Y me parece que es un tipo de narración familiar, accesible, similar a las que existen mayoritariamente en el mercado internacional”, señaló.

Argentina, 1985

Distancia histórica vs contemporaneidad

Oberti afirmó que le parece interesante reflexionar acerca del año 1985. “La historia oficial es de 1985, contemporánea a los hechos que narra. Y en esa contemporaneidad pone en escena el conflicto entre las miradas sobre la dictadura: cómo hacer para llegar a niveles de consenso, cómo consolidar ese proceso democrático. Por eso en La historia oficial, esos conflictos están puestos en escena de una manera casi abrumadora”, señaló. “En cambio, Argentina, 1985 tiene las características de una película que habla de un hecho histórico que sucedió en el pasado y que es, a su vez, hija de su tiempo”, explicó, y recordó que la película fue Mitre fue rodada en un contexto de pandemia y de desmovilización.

“Es un contexto en el que no diría que ciertos consensos básicos acerca de la importancia de los juicios tambalean, de ninguna manera, pero sí que están nuevamente y de alguna manera puestos en cuestión en un contexto de desmovilización. Ahí es donde Argentina, 1985, mira otras cosas, tiene otras características, con un conflicto más centrado en discursos institucionales que en discursos más sociales, como sucedía en La historia oficial. Con el eje puesto en la justicia, en la decisión institucional de un presidente que casi no aparece en escena y la idea de que la justicia consigue por sí misma los medios como para arbitrar lo que hay que hacer en relación al juicio. Y ahí es donde me parece que esos 40 años se ven”, completó.

Otra marca de época es, para Oberti, la ciudad vacía que muestra la película. “El otro día escuché decir en una entrevista a (el historiador Javier Trímboli) que le había impresionado ver en la película una Buenos Aires vacía, porque él recordaba una ciudad que estaba en permanente movilización. Es verdad que Argentina, 1985 se hizo en pandemia, entonces no había condiciones para filmar una movilización, pero de todas formas es una decisión de la película sostener esa desmovilización. En lo personal me quedé pensando y recordé que una de las pocas veces que la película muestra la ciudad, muestra una plaza en la que estalla un auto. Y eso me impactó porque muestra una ciudad peligrosa, mientras que la impresión que tenemos muchos de los años 80, de la calle, de la ciudad, es que era una ciudad de la cual te apropiabas, una ciudad abierta, con una escena cultural muy fuerte. Por supuesto que había amenazas, el tema es cuál es el clima de la película, y creo que ese es uno de sus límites”, agregó.

La generación de consenso

Para Garibotto, más allá de algunas críticas que recibió La historia oficial en su momento por parte de quienes vieron en el personaje de Alicia (Aleandro) una forma de exculpar a la sociedad civil, la película de Puenzo tuvo “un valor fundamental” cuando se estrenó. “Aportó un montón de conocimiento histórico nuevo sobre cosas que recién estaban saliendo a la luz con el informe de la Conadep y el Juicio a las Juntas.

Pero además fue clave para crear un sentimiento de consenso en contra de la dictadura de un modo que no lograron, quizá, textos históricos. Emociones y sentimientos que fueron fundamentales para el proceso de redemocratización También fue un aporte muy importante como una nueva forma de que el cine de ficción funcionara como instrumento político y creador de consciencia. La historia oficial fue fundamental para crear ese referente que hoy en día llamamos dictadura militar”, añadió.

A la hora de evaluar el interés de la Academia de Hollywood en este tipo de películas, Garibotto destacó que suelen ser producciones que no generan mayor controversia. “En ese sentido, no me parece nada llamativo que Argentina, 1985 haya estado nominada. Tanto esta como El secreto de sus ojos, a pesar de que son bien diferentes, repiten todo ese conocimiento y esos sentimientos creados en los ‘80 a partir de películas como La historia oficial, repiten ese referente que ya estaba sellado, es decir, todo lo que asociamos con dictadura militar, y no se salen mucho de ese consenso ya creado en torno a la época. Y no lo digo necesariamente de forma negativa, porque si bien por un lado me parece que no aportan mucha novedad histórica, seguir alimentando ese consenso en contra de esa época es fundamental para que se sigan llevando a cabo los juicios contra los represores en la actualidad, por ejemplo”, opinó.

“Creo eso explica en parte la llegada de la película: no puede molestar a nadie, salvo a una o dos personas”, afirmó. Como ejemplos mencionó la inclusión en la película de imágenes de Estela de Carlotto (“que sabemos que para el público argentino es una figura menos controvertida que Hebe de Bonafini, aunque para la época que recrea, lo más obvio hubiera sido que fueran imágenes de Hebe de Bonafini”) y el borramiento del contexto histórico y político que llevó a los juicios.

“Presenta parte de ese contexto, pero una parte fundamental está totalmente borrada, como la centralidad de la figura de Raúl Alfonsín para que se llevaran a cabo esos juicios, la figura de todos los filósofos del derecho que lo asesoraron, como Carlos Nino, el rol de la Conadep, que está apenas mencionado… Eso me llamó mucho la atención: representa el éxito del juicio a las juntas como una narrativa de heroísmo individual y apenas está mencionado el esfuerzo colectivo para que esos juicios se llevaran a cabo. Pero claro, eso implicaría hablar mucho más de política y ahí se correría el riesgo de molestar a alguien”, completó.

Nada de esto le impide valorar positivamente la película con guion de Mitre, Mariano Llinás y Martín Mauregui. “Siempre me gustan las películas que hace Mitre, y me parece que generar consenso y repetirlo siempre tiene su parte buena. Pero no veo que aporte algo muy diferente a lo que la toda la historia del cine sobre la dictadura ya ha aportado”, señaló.

Oberti, en tanto, opinó que el impacto de una película como Argentina, 1985 siempre es positivo y que es normal que este tipo de obras que abordan hechos históricos de la magnitud de la dictadura Argentina abran discusiones sobre su valor cinematográfico, histórico, filosófico y político y acerca de los modos de representación (“qué decir, cómo no decir, cuándo es suficiente, qué lugar darle a la política, cómo mirar los hechos históricos y en qué medida hablar de sujetos, sobre todo si ese sujeto se convierte de alguna manera en un héroe”, apuntó). “A mí me sigue pareciendo un material valioso, que tiende un lazo hacia las generaciones más jóvenes y les permite asomarse con curiosidad a un proceso que fue muy importante para la historia de Argentina”, concluyó.