Podría verse como una película tratado. Algo nada novedoso, y más acorde con otros momentos del cine, como los setenta, que con la actualidad. De ahí, sin embargo, su mayor atractivo: sirve de ejercicio comparativo, para apreciar cómo cambia el sentir y, lo que es posible visualizar, más que con el paso de los años con el cambio de circunstancias.

La sinopsis dice que a los 26 años, Mathieu aspira a convertirse en un escritor prestigioso. Es como esos sueños de niños: son hermosos, y lo son más, cuanto más inalcanzables. El problema de Mathieu es que no sabe escribir. No es que sea analfabeto, incluso de hecho escribe novelas. Pero no está dentro ni fuera del canon que la literatura francesa espera de sus escritores.

No está afuera por falta de originalidad. Y no está adentro por no pertenecer a la clase que aporta la mayoría de los escritores: el grueso de las obras literarias está escrita por hijos de la burguesía en sus distintas formas y variantes; ya sea la alta burguesía porque alguno de sus hijos la rechaza y entonces escribe con rebeldía adolescente contra ella; ya sea la bohemia, que guiada por su escepticismo hace de cada paso una razón existencial, cuando no de algún drama del pasado, preferentemente infantil; ya sea la nueva, compuesta por profesionales de las disciplinas que construyen sentido, que con más ironía y a veces abusivo cinismo, descree de todo, especialmente de los méritos que se le atribuyen como sector social, y despotrica y disecciona usos y costumbres exponiéndolos, las más de las veces con vulgaridad. 

En síntesis, Mathieu carece de herencia, que como buena película francesa que transmite con la naturalidad de lo cotidiano conceptos de su escuela sociológica, no se refiere tanto a los recursos económicos sino al llamado habitus, esas predisposiciones a los que cada entorno social configura a sus miembros, haciéndolos apto para determinadas profesiones y no para otras; un capital, especialmente cultural (que después, claro, deberá ser transformado en económico), con el que se puede obtener más que con el talento.

Así que Mathieu, un muchacho de clase baja que se gana la vida haciendo mudanzas, ve la posibilidad de ascenso social donde otros ven un robo. Durante la limpieza total de un departamento, se encuentra con el diario de un ex combatiente de Argelia, una verdadera joya de la literatura íntima y anónima. La transforma en propia, y el éxito es todo suyo. Especialmente el que concierne a poder conquistar a la chica de la que se enamoró apenas la vio. Una hija de la alta burguesía que imparte clases de historia de la literatura en la Academia (que para las francesas tiene el estatus de Dios) para que los potenciales escribientes aprendan bien el canon del momento, a fin de respetarlo, y poder pertenecer. Y eso es lo que precisamente quiere Mathieu. En ese sentido el film no se reconoce en la escuela del policial negro francés

Un hombre perfecto (Un homme idéal. Francia, 2015). Dirección: Yann Gozlan. Guión: Yann Gozlan, Guillaume Lemans y Grégoire Vigneron. Con: Pierre Niney, Ana Girardot, André Marcon y Valeria Cavalli. 104 minutos. Apta para mayores de 13 años.

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