Amazon Prime Video lanzó en simultáneo en Latinoamérica ZeroZeroZero, su primera y profunda incursión en el mundo narco. No el narco del consumo –ni bajo, ni vip–, sino el del gran negocio. El nombre refiere al grado de pureza del producto (así se denomina al de máxima) y es el mismo con el que Roberto Saviano publicó el libro en el que se basa la serie. En la presentación de la serie en el último Festival de Venecia, Saviano, cuyo libro además le da el tono a la historia, dijo que escribir sobre la cocaína provoca la misma adicción que consumirla: «Cada vez querés más noticias, más información, y las que encontrás son suculentas, ya no puedes prescindir de ellas». Pocos veces en el mundo –incluidos el mediático y el académico– alguien dio una definición tan sencilla como contundente de por qué atraen la series que hablan del producto por el que tanta gente se desvive. Como si fuera un máxima para su narrativa, Saviano ofrece en cada capítulo más y más información que lleva a pedir más y más información.

Saviano nació y creció en Nápoles, donde desde chico aprendió –porque forma parte de poder vivir en la ciudad– qué era y de qué iba la Camorra, la forma de organización criminal característica de la región. A los 27 años (2006) publicó Gomorra, un libro de tinte periodístico y escritura novelada que además de información, ensaya teorías sobre por qué la Camorra, pese a los duros golpes recibidos a los largo de su historia –en especial con el famoso Mani Puliti, que no golpeó con la misma virulencia y eficacia a la mafia siciliana–, perdura no sólo económicamente, sino también como una resistencia cultural. El libro luego dio lugar a una película y a una fabulosa serie de cuatro temporadas esparcidas en seis años, de las que en la Argentina se tuvieron pocas noticias. Tanto la película como la serie tuvieron a Saviano como consultor privilegiado. Lo mismo ocurre ahora con ZeroZeroZero.

Por eso, si bien no se puede hablar de «continuidad», sí se puede decir que, como en el resto de sus obras, aquí hay una trama que implica a la punta de la pirámide del negocio (sin su consumidor final). Entonces aparecen los soldados que ponen su cuerpo para tirotearse y salvar la vida de sus respectivos jefes; los capos de todo tipo, es decir los pintorescos matones latinos y los pulcros magnates norteamericanos y europeos; y, parte fundamental de los relatos, la amplia gama de adyacentes de todo tipo: desde el vecino que además de a un capo defiende su propia generación y su forma de vida –sea cual fuese– hasta los familiares más íntimos que no pertenecen a la tradición, como las parejas, madres, amantes y demás que bregan por conservar los privilegios conseguidos.

Así, el relato se vuelve interminable y de una riqueza inagotable; nada del mundo, en sus versiones oficiales y subterráneas le es ajeno; nada de la condición humana le escapa.

En esta primera temporada (a cómo viene el relato promete ser varias y de alta calidad como la actual), lo que se cuenta es la partida de un barco con un cargamento de miles de kilos de cocaína con rumbo a Europa. Lo produjo un cártel mexicano, lo transporta una reputada y blanca (en su sentido legal) empresa estadounidense (que en verdad hace eso porque es «el verdadero motor del capitalismo mundial», según palabras de su dueño, Gabriel Byrne) y lo recibe un clan mafioso italiano. Todos dependen de ese barco, aunque de distintas maneras: unos para que llegue, otros para que no lo haga jamás.

Y hay algo más, no del todo novedoso pero sí más evidente y profundizado que en otras historias de Saviano y que, poniendo bajo la lupa las mejores narrativas audiovisuales de los últimos años, puede ser visto como tendencia. Más que la ambición desmedida de los poderosos –a veces de los jóvenes, como fue en su momento el caso de Pablo Escobar o el Chapo Guzmán–, lo que hay es una especie de rebeldía frente a la jerarquía. A diferencia de otro tipo de grupos, en las estructuras de tipo mafioso lo que hay es la imposición del más fuerte y/o astuto; por decirlo en términos que la serie expone en off: hay reglas, no leyes; y las reglas no obligan a ser bueno (en todo sus posibles acepciones), sino recto; no dicen cómo debes comportarte; si quiere hacer dinero, hay maneras, si quieres matar, hay motivos y métodos. Una practicidad fuera de cualquier moral y de toda razón, excepto la de la lógica que impone el juego. Y ahí todos valen según su posición que, a diferencia de otros ámbitos, se puede cambiar con relativa facilidad. Así, lo que termina sucediendo más temprano que tarde es la ruptura de las jerarquías. Pocos lugares tan fascinantes para los más rezagados socialmente que uno que les ofrece no sólo un fácil ascenso, sino hasta un posible reinado.

De esas texturas están hechos los universos de Saviano que, una vez más, alguien puede llevar con éxito al audiovisual. Esta vez el mérito es de Stefano Sollima, acompañado por Leonardo Fasoli y Mauricio Katz. El resto del embeleso lo produce la realidad de un mundo que cada vez se parece más a una estructura mafiosa.