Cuando una película abre reflexiones sobre la existencia humana y las complejas situaciones que pueden rodearla, significa que es una historia que vale la pena ser contada. Quizás, la valoración de si es buena, mala o regular sea irrelevante y subjetiva ante la posibilidad de pensar en hechos que nos interpelan. Este es el caso de El precio de la verdad (Dark Waters, su título original), un filme que fue estrenado en 2019 y que está disponible en Netflix, y que rápidamente se ubicó entre las más vistas de la plataforma. Producida y protagonizada por Mark Ruffalo, tiene la potencia de ser un drama basado en hechos reales: es la pelea legal de más de veinte años de un tenaz abogado, Rob Billot, contra una gran corporación, que con su poder de lobby intenta negar su responsabilidad en un número creciente de muertes y enfermedades en una ciudad pequeña de los Estados Unidos.

Lo que comenzó con unas cuantas vacas muertas se convirtió en un caso en el que se demuestra cómo una multinacional envenena impunemente a una comunidad, controlando con su poder económico a gobiernos de distintos signos políticos y a importantes actores sociales que podrían haber impedido el estrago. El precio de la verdad, dirigida por Todd Haynes, se centra en la cronología de esa lucha legal y personal entre Billot y la empresa Dupont, mostrando el costo humano que esto conlleva, sin eufemismos, ni edulcorándola de alguna forma: más bien, el desaliento y lo terrible de la situación es parte clave la trama.

Este caso verídico revela cómo los químicos de uso cotidiano que se conocen como PFAS, presentes en el teflón, los utensilios de cocina y otros productos de uso habitual (artículos de limpieza, ceras, pinturas, bolsas plásticas, entre otros) pueden convertirse en elementos letales. Un mensaje de advertencia que nos invita a reflexionar sobre cómo no debemos dar por sentadas algunas cosas, captadas por la idea de una falsa comodidad que se nos ofrece a diario.

Este es un relato que más allá de lo emocional, nos demanda revisar nuestros consumos, nuestra alimentación, nuestro compromiso con el cuidado medioambiental y la lucha contra las injusticias cometidas por los poderosos. La mirada ecológica y social del film (en el que también se destacan nombres como Anne Hathaway, Tim Robbins, Bill Pullman y Victor Garber) pone también bajo la lupa las consecuencias que esto tiene sobre la salud pública, influyendo en la aparición de enfermedades como el cáncer, afecciones de la tiroides, hipertensión e infertilidad, entre muchas otras relacionadas con ciertos químicos y desechos que las industrias producen y vierten en el agua que tomamos. Una gravísima problemática que desde luego se reitera con los pesticidas y agrotóxicos que se aplican directamente en los alimentos para mejorar la productividad.

Mas allá de mostrar crudamente cómo el agua termina contaminada gracias a la codicia empresarial, el relato de El precio de la verdad deja claro que las políticas ambientales y de salubridad deben ser estrictas y éticamente intachables para frenar estos negocios que atentan contra la vida de las comunidades. Una crítica a un sistema corrupto y cruel, en el que sin dudas estamos atrapados, si bien la película brega por la necesidad de enfrentar a los poderes fácticos. Un llamado a la acción, que deja algo en claro: el hecho de que una persona se ponga de pie y diga su verdad siempre puede hacer una gran diferencia.

El precio de la verdad

Una película dirigida por Todd Haynes. Con Mark Ruffalo, Anne Hathaway, Tim Robbins, Bill Pullman y Victor Garber. Disponible en Netflix.