Huyendo de sus realidades en la ciudad, dos hermanos se reencuentran con su madre, con las mismas preguntas y los mismos miedos de chicos, pero ahora siendo adultos en crisis, agobiados por el devenir de la realidad que los rodea. Llegan a la casa materna en el campo para sin darse cuenta indagar sobre los sueños y las preguntas sobre el amor que siempre andan dando vuelta, inspirados por  la naturaleza y la libertad que se siente fuera de las grandes y alienantes metrópolis.

Este es el disparador de una historia que apunta a la sensibilidad, con un dispositivo escénico que se materializa a partir de un montaje y edición más ligados al lenguaje cinematográfico que a lo teatral. “Lo que la obra no puede expresar con palabras,  intentamos que esté traducido sobre los cuerpos sensibles de la puesta escénica. Yo escribo en el aire con cuerpos y con espacios”, dice  Cristian Drut, que fue convocado por los actores, que le habían pedido al autor una obra que resultó ganadora del Fondo Nacional de las Artes, el año pasado.

Drut explica que el material es muy sensible y no tiene una connotación política a priori, pero que la idea que el amor vence al odio y que es la vía para salvarnos de la locura en la que vivimos hace que se pueda darle una lectura filosófica y de análisis de época.  Para él esta obra intenta hablar  de  sentimientos humanos pero mostrando una postura frente a la realidad.

–¿Qué le pedís a los intérpretes a la hora de dirigirlos? ¿Qué no puede faltar?

–Esta obra tiene actores muy perceptivos, podían tocar muchas cuerdas, el material les exigía algo que ellos mismos descubren, que era estar muy conectados entre ellos para poder llevar adelante este montaje que interpela a todos: se habla de las relaciones entre padres e hijos,  con la paternidad y la muerte. La obra tiene una cosa muy dura, pero el autor sabe llevarlo

–¿Cómo lo logra?

–Por ejemplo, incluye algo de humor para poder alivianar algo de esa dureza. Y hacer que los actores vayan de un lado a otro no es nada sencillo. Pero  lo interesante de lo teatral es intentar eso. La obra es una pieza que interpela, tiene elementos críticos, de una búsqueda personal, pero que tiene que ver con el procedimiento que siempre nos toca a todos recorrer. 

–¿Además que transcurra en el campo es también una mensaje?

–Sí, porque la ciudad tiene una cultura que no te deja pensar o sentir lo que te pasa. En la ciudad sólo te ofrecen comprar cosas y consumir con más facilidad, no mucho más. Algo que no te asegura que vas  a estar mejor. Creo que estar afuera  y en la situación de los protagonistas te hace pensar en qué es el amor, el afecto y  cual  son las maneras de demostrar eso.

–¿Qué significo ganar el Premio Fondo Nacional de las Artes?

–Fue un puntapié inicial en tiempos difíciles para el teatro. Pero es un premio a la dramaturgia, en mi caso significo una confirmación que Juan Ignacio Fernández escribe bien y se mete con temas que nos mueven a todos en relación a los vínculos y en la forma de querernos, amarnos y acercarnos a otros.

–¿Por qué los argentinos tenemos una cultura teatral tan fuerte?

–Es algo histórico y cada vez es más importante. Me gusta la connotación que tiene que ver con lo colectivo. Me gusta la construcción con otros, hay algo que nos hace salir de la situación individual: el teatro demuestra que la salida es colectiva. La salida es entre todos. Nadie  puede trabajar solo en esto. El teatro atrae por compartir ese momento.  Es eso entre la obra escrita y la gente, algo mágico pero real. Cuando conectan público y obra, es cuando uno sale conmovido, no siempre pasa. El teatro como el amor es con otros, sino no es.  Acá hay una fuerte tradición autoral, como de intérpretes, y entonces es inevitable que aparezcan obras que hace pensar o preguntarse cosas. Queremos tener esas experiencias, esos encuentros.