El cine de Paul Verhoeven siempre fue desafiante. Robocop, Bajos instintos, Showgirls son algunos de los títulos que lo distinguieron y con los que distingue al cine: es la vitalidad de películas como las de Verhoeven y otros directores de sello propio lo que mantienen vivo el espíritu del en una disciplina artística cada vez más dominada por las reglas de la industria.

 

Con Elle vuelve a las andadas, puede decirse: consigue convertir a un episodio de violación en el eje de su mirada sobre un mundo bastante distinto al que lo concibió a él y su cine. En especial sobre el lugar de la mujer (y así el del hombre). En mejores palabras: qué es ser mujer hoy (y como parte de eso, aunque secundario, también varón).

Elige a la intachable Isabelle Huppert y eso es fundamental para su película. Ella es una mujer de este tiempo pero aggiornada; o sea, no es una mujer hecha y configurada a partir de los nuevos valores, modos, costumbres y problemáticas de la mujer del siglo 21, sino de una nacida y criada en el 20 que hizo los cambios necesarios para seguir siendo tan exitosa hoy como lo fue ayer. No quiere volver a su pasado, de eso no hay duda (está divorciada, tiene amante). Pero se nota que no está en sus anchas en la nueva realidad. Y eso que lidera una empresa de videojuegos de lo más exitosa. Pero también le gusta la vida social a la vieja usanza (con destellos de excesos), seducir hasta cuando da una orden, mantener a las mujeres competidoras a raya.

El episodio, pero sobre todo lo que despierta alrededor (las miradas, pareceres y acciones que suscita) es lo que más le interesa a Verhoeven. Por eso la cantidad de personajes secundarios y aleatorios que circulan en un film que no deja de seguir a Huppert; en esa interrelación, encuentra la posibilidad de desplegar su sutil crítica a la nueva situación: el cambio no es tanto ni tan profundo como algunos aviesos pretenden (en esto el film no pretende criticar a algún sector del feminismo o del patriarcado en particular, sino más bien mostrar un estado de situación desde el punto de vista más perceptual). Y cuando existe, no está regido solo por la relación de género, sino que está acompañado por otras, incluso algunas más decisorias, como la clase social.

Hay ahí dos novedades en el cine de Verhoeven: una, que no siempre está dispuesto a confrontar abiertamente; la otra (tal vez parte de lo mismo) que la sutileza puede formar parte de su cine.

Que sus fines no sean muy altruistas y estén mostrando una preferencia por evitar la crítica abierta de las mujeres, puede indicar que ya no está en edad para las batallas de antaño. Pero también que, tanto a su cine como a su protagonista, el mundo pasado les sentaba mejor. En esa posición que por momentos parece indecisa, Verhoeven consigue alejarse de todas las potenciales réplicas sobre misoginia, pero no abandona una mirada masculina y por momentos machista del episodio en sí y de la nueva situación de la mujer en general. Antes que el mundo que ve, como siempre acostumbró a hacer, Verhoeven muestra el mundo que siente. Lo que sería una tercera -y la mayor- novedad en su cine.

En esas oscilaciones que no llegan a ser contradicción, se desenvuelve el film de un tipo que nunca abrazó la corrección política. Es en ese y casi todos los sentidos que consigue desplegar un film paradojal antes que inquietante. Una paradoja generada por la nueva posición adoptada por la mujer: un director acostumbrado a hablar de lo que ve, debe ocuparse de lo que él y varios congéneres sienten, y hacerlo sin perder el sello y el estilo que lo hicieron ser quien es. En esa nueva posición a lo que el cambio de posición de la mujer en la sociedad lo llevó, Verhoeven encuentra nuevas habilidades narrativas o explota de otra forma habilidades ya sabidas: necesita preservar su subjetividad de que sin abjurar ni renunciar a sus formas de concebir las relaciones humanas, sigue haciendo pie en el mundo, tiene un lugar bajo el sol.

De ahí cierta fascinación: en ese equilibrio del director se encuentre una revelación no buscada pero totalmente representativa del mundo actual. Los cambios que está produciendo en las relaciones humanas las novedosas posiciones adoptadas y conquistadas por las mujeres lleva, incluso, a revisiones de un cine tan de marca registrada como del Verhoeven; e incluso le permite al director descubrir nuevas destrezas. Insólitas las cosas que produce la nueva mujer. Y esto recién empieza.

Elle: abuso y seducción (Elle. Bélgica/Francia/Alemania, 2016). Dirección: Paul Verhoeven. Con: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte. Anne Consigny, Charles Berling, Christian Berkel. 130 minutos. Apta mayores de 16 años con reservas.