Dice que en varios desvelos nocturnos, «cuando los edificios se ven como los dibujan los arquitectos», se le ocurrió la siguiente imagen: «Mi abuelo tocaba el acordeón junto a una caja que decía ‘Frágil’. Una caja similar a la que mi padre usaba para guardar las obras de arte que remataba. Mi abuela soñaba con cajas que no abría. Un día le conté que yo también soñaba con una. Me aconsejó que no la abriera». Pero, con la inquietud de un artista, no hizo caso: «La abrí, y entendí a mi papá. Luego abrí otra y comprendí a mis tíos. Hasta que en la última, me encontré a mí. Mi abuelo había atravesado el mar con su acordeón oculto en esa caja que decía ‘Frágil’. El mismo mar que tuve que atravesar yo, para saber de dónde venía».

Del teatro, ni más ni menos, certifica nuevamente Mauricio Dayub, ahora con El Equilibrista. La obra que surgió de aquella imagen responde a un desafío particular, confiesa el actor: «Que el teatro volviera a ser imaginar, reflexionar sobre uno mismo, entender situaciones, historias, a nosotros mismos». Claro que, como bien destaca, «es algo que sólo se puede decir arriba del escenario, no abajo. Es como los partidos de fútbol, hay que jugarlos: lo que tengas para dar o no se ve recién ahí».

¿Pero cómo llegó Dayub de aquellas cajas a este equilibrista? Porque en definitiva esa es la pregunta del millón y dispara otras preguntas: ¿cómo decir aquello que uno cree y ser escuchado por sus contemporáneos?, ¿cómo ser una voz a la que se le preste atención porque despierta interés, no porque irrita, molesta o grita? «Empezamos a escribir con Patricio Abadi y Mariano Saba, que son dos dramaturgos de esos capaces de ver si una idea puede derivar en una obra. El proceso era: nos juntábamos a charlar de las ideas y uno después las escribía. Generalmente yo las llevaba al escenario y las ensamblaba, con ellos presentes, y me decían si eso tenía posibilidades o no. Fueron seis meses así, y eso es algo difícil, porque al principio eran escenas totalmente peladas, sin nada, y hay que saber ver para darse cuenta de que ahí puede haber una escena, una obra». Dayub incluso convocó a colegas actores y directores a los que les está «infinitamente agradecido» para que vieran esa forma de «trabajo en progreso», que era como él y muchos otros hoy consagrados actores aprendieron a trabajar.

«Apelo a todas las herramientas genuinas del teatro de todos los tiempos: la magia, la metáfora, la puesta en escena –estuve en el detalle de la confección de muchos objetos–, el vestuario y la acción misma arriba del escenario. En un momento camino en la cinta haciendo equilibrio entre el público. Es la forma de actuar con la que siempre trabajé y me formé. Pero una cosa es decirlo y otra es hacerlo», detalla.

«Creo que hoy en día se estrena muy rápido porque la gente tiene muchas ganas de estar arriba del escenario. Hace 15 años empezaron a subir las modelos, después los periodistas, psicólogos, humoristas de radio, los que cuentan cuentos en los asados… Y está muy bien. Yo quiero mostrar lo que a mí me parece que es el teatro», subraya.

Ahora, si vale la expresión, está más que feliz con el resultado. Lo entusiasma la sensación de caminar en la dirección correcta, más allá de que durante el camino por momentos se pudo haber sentido perdido. «Cuando estrenamos El Amateur –recuerda–, la pasada general armó un debate bárbaro porque no había gustado nada. Pero teníamos al gran (Mauricio) Kartún que dijo: ‘Vayan a sus casas tranquilos, lo vamos a saber cuando se estrene’. Me volví caminando a Palermo desde el Centro, casi llorando, pensando qué iba a hacer con la escenografía que había conseguido. Y finalmente estuvimos más de dos años con la obra. Por eso lo importante es poder mostrar en el escenario lo que uno tiene para decir. El equilibrista me enseñó que estamos para vivir un poco mejor, que el entretenimiento está bueno, pero que también se necesita de la sensibilidad, de tratar de encontrarle sentido a lo que hacemos». «