En la última década las series y novelas relacionadas con el mundo narco atraen la atención de las audiencias. Su origen puede situarse en Colombia, aunque rápidamente se extiende a otros países que compran los enlatados y/o formatos. 

Las narcoficciones nos permiten reflexionar sobre al menos cuatro aspectos. En primer lugar, estas producciones forman parte de las industrias culturales, por eso tienen un doble valor económico, reproducen el capital simbólico, transmiten valores, ideas y formas de comportamiento. Se caracterizan por ser contenidos con un gran despliegue de producción y calidad técnica, abultados presupuestos por capítulo y el uso de escenarios naturales para situar los relatos. En segundo término, un conjunto de ficciones locales se glocalizan, es decir, se entrelaza lo local y lo extranjero, por eso aunque muchas de las narcoficciones se centren en hechos verídicos, las grabaciones se ubican en distintos países: EE UU, España, Colombia y México. El tercer aspecto apunta a que unas pocas productoras concentran la producción, distribución y comercialización (Caracol, RCN, Telemundo, Univisión, Argos, entre otras). Por último, cabe destacar que las narcoficciones exceden el mundo hispanohablante y televisivo, las plataformas como Netflix posan sus ojos sobre estas temáticas redituables. 

Las narcoficciones exceden el ámbito latinoamericano, prueba de esto es la exitosa serie norteamericana Breaking Bad. Queda claro que cuando las industrias culturales identifican un éxito lo explotan, aunque las narcoficciones parecen ser más que una moda. «

Ornela Carboni es doctora en Ciencias Sociales, UBA (UNQ/Conicet)