Excelente acogida para el primero de los dos films argentinos de Una cierta mirada, reseña paralela del 70º Festival de Cannes con jurado propio presidido por Uma Thurman, con La cordillera de Santiago Mitre, un apasionante policial de tinte político, muy aplaudido este miércoles en la primera de sus dos proyecciones públicas.

Lo acompañaban en el concurso oficial de la octava jornada The Beguiled de Sofia Coppola, remake de un famoso y homónimo film de Don Siegel de 1971 y Rodin de Jacques Doillon con un magnífico Vincent Lindon.

La cordillera marca la vuelta de Mitre a Cannes, donde en 2015 había ganado el Gran Premio de la Semana de la Crítica con La patota, y esta vez sube un escaloncito de prestigio al aproximarse a la reseña principal del concurso al ser invitado por Una cierta mirada que es una suerte de antesala de aquella.

Ricardo Darín, el rostro más conocido internacionalmente del cine argentino, es aquí un presidente novato que asistirá en Santiago de Chile a una cumbre que decidirá la creación de una unión de productores de petróleo latinoamericanos y que, debido a su inexperiencia, sus colegas más experimentados tratarán de usar en beneficio de sus propios intereses.

Pero Hernán Blanco, que se presenta como el representante del hombre común, tiene su propio plan y sus propios recursos y en un final abrupto e imprevisible demostrará a sus colegas que su inexperiencia no es más que una fachada.

Mitre rodea a Darín con grandes actores del subcontinente como los chilenos Paulina García y Alfredo Castro, el mexicano Daniel Giménez Cacho y el paraguayo Rafael Alfaro, que aún en papeles menores saben dar su aporte a este policial fantapolítico avasallador que atornillará al público en su butaca. A su mismo nivel Dolores Fonzi, que fuera protagonista de La patota, en el rol de la hija del presidente que parece saber más que nadie los negocios turbios del padre.

El film se estrena en Argentina el 17 de agosto pero ya tiene distribuidor en Europa gracias a sus acuerdos de coproducción con España y Francia.

Esta es la segunda vez que Sofia Copppola entra en concurso en Cannes, luego de Marie Antoinette en 2006, tras haberse dado a conocer al mundo con su ópera prima, The Virgin Suicides que conmocionó a la Quincena de Realizadores en 1999.

The Beguiled se inspira en una novela de Thomas Cullinan (y en el film de Siegel) que cuenta la historia de un soldado nordista herido durante los últimos meses de la guerra civil estadonidense que es socorrido, curado y ocultado por dos profesoras y cinco alumnas que tratan de sobrevivir mientras los sordos ruidos de la batalla se acercan cada vez más.

El cabo John McBurney se convierte así en objeto de la atención de estas mujeres aisladas del mundo que el herido piensa aprovechar para no ser entregado al enemigo pero desatando rivalidades sexuales que terminarán por aniquilarlo.

Colin Farrell y Nicole Kidman, que fueran protagonistas de otro film del concurso, The Killing of the Sacred Deer del griego Yorgos Lanthimos, gran favorito a los premios finales, incluyendo los de mejor actuación, se asumen los roles que fueran de Clint Eastwood y Geraldine Page, bien secundados por la actriz fetiche de Coppola, Kirsten Dunst, y Elle Fanning.

La diferencia de este Beguiled con el original estriba en el enfoque dado por la directora al relato, más atento a los personajes femeninos que al único masculino y el erotismo y la violencia que se filtraban en el film de Siegel son remplazados aquí por una perfecta galería de retratos psicológicos.

Loable la extraordinaria fotografía de Philippe Le Sourd que se vale de la luz mortecina de las velas para iluminar esta historia de intereses enfrentados.

En Rodin el veterano Jacques Doillon, presente innumerables veces en Cannes, tanto en concurso como en las diferentes reseñas paralelas, distrae su atención de la vida pasional del gran escultor Auguste Rodin y sus repartidos amores entre su amante Camille Claudel y su criada y madre de sus cuatro hijo, Rose, para concentrarla en la descripción de la lucha de un artista por extraer de materiales inertes, como la creta y el mármol, la vida interior de las personalidades que retrata, sobre todo Víctor Hugo y Balzac.

Para ello utiliza a un mayúsculo Vincent Lindon, que después de una vida profesional sin recompensas, podría repetir esa Palma de Oro al mejor actor que recibiera merecidamente en 2015 por su La loi du marché, y que remeda a la perfección los gestos del artista y le insufla ese vigor y esa pasión que Rodin puso en su obra pero también su inseguridad personal junto a la absoluta convicción de su talento.