Una curiosa, sorprendente película de un debutante uruguayo, Alex Piperno, subyugó a público y crítica del 70o. Festival de Cine de Berlín, al ser presentado en el Forum donde se concentra lo más nuevo e inesperado que brinda el cine mundial.

Ya desde el mismo título, que parece provenir de otra película, “Chico ventana también quisiera tener un submarino”, Piperno juega con el espectador, imponiéndole sus reglas que consisten primordialmente en pensar que puede existir una conexión temporal y geográfica entre un buque turístico que surca las aguas de la Patagonia, una cabaña perdida en la jungla filipina y el departamento de una señora en el centro de Montevideo.

Esa conexión es encontrada por un joven grumete del barco que pasando por una puerta oculta descubre que ella conduce a la habitación de una señora sola mientras un grupo de campesinos filipinos monta guardia delante de una cabaña, aparecida misteriosamente en medio de la jungla.

La fuerza del film hace que el espectador ni siquiera se de cuenta de estar usando el mecanismo literario de la suspensión de la incredulidad, necesaria para seguirle el juego al realizador, y en ningún momento pone en duda la posibilidad de esta descabellada conexión.

Para realizar esta ópera prima, el cortometrajista uruguayo ha tenido que llamar en auxilio capitales de su país, Argentina, Brasil, Holanda y Filipinas pero el resultado es excelente y marca el promisorio debut de un ya experimentado cineasta de solo 35 años.

Ningún director de festival tiene totalmente la culpa de haber reunido un programa de películas resueltamente mediocre como el que se está presentando en Berlín en estos días.

Y el italiano Carlo Chatrian, que bien había dirigido hasta el año pasado el Festival de Locarno, parecía reunir todas las condiciones para llevar adelante la herencia de otros grandes directores de la Berlinale.

Para peor esta edición está afrontando serios problemas logísticos con el cierre definitivo de una multisala de 24 pantallas, que con otras 18 del CineMax, permitía un gran número de proyecciones en un radio de un par de kilómetros. 

Para no hablar del cierre por refacciones de los tres pisos de Arkade, un shopping center con varias casas de comida y cafeterías que eran el punto de reunión de los frecuentadores del festival.

Pero entre lo salvable de los últimos días se puede citar ante todo “Le sel des larmes” de Philippe Garrel, un delicioso marivaudage de un donjuán de provincia que pasando de amante en amante descubre haber perdido a lo que hubiera sido su gran amor.

Garrel, hijo del actor Maurice y padre del actor y director Louis, representante de esa generación post nueva ola, modela con elegancia una historia solo aparentemente menuda y se beneficia de una espléndida fotografía en blanco y negro del veterano maestro suizo Renato Berta.

También merece citarse “Effacer l’historique” de Benoît Delepine y Gustave Kervern, una deliciosa sátira a esa red de invenciones digitales, nacida para facilitarnos la vida y que en cambio nos ha hecho prisioneros de ella.

Denis Podalydès, Blanche Gardin y Corinne Masiero, que en general son prodigiosos actores de reparto, encarnan de protagonistas a un señor que se enamora de una vendedora telefónica, ignorando que se trata de una autómata, a una madre perdida entre tarjetas y contraseñas y a una señora devoradora bulímica de series TV.

Pero la cantidad de gags vinculados a esos problemas que todos hemos tenido con el mundo digital, ha hecho pasar el mejor momento de todo el festival.