Después de una falsa partida con una mediocre propuesta de una directora danesa, el 69º Festival de Berlín entró de lleno en la programación con tres apreciables películas provenientes de lugares tan distantes como Francia, China y Alemania y con estilos y mensajes diferentes.

Mientras el francés François Ozon toca con “Grâce a Dieu” (Gracias a Dios) el urticante tema de la pedofilia que la Iglesia Católica se obstina en ocultar, la alemana Nora Fingscheidt con “Systemsprenger” (Rompiendo el sistema) se concentra sobre el drama de una niña de 9 años que con sus irreprimibles ataques de violencia destruye no solo la abnegación de educadores y visitadores sociales que tratan de ayudarla sino también a sí misma, y el chino Wang Quan’an con “Öndög” se solaza en mostrar el vasto paisaje de la estepa mongólica, ambientando la íntima historia de una mujer sola, empecinada en ser madre sin tener que cargar con un marido.

Ozon es uno de los más prolíficos cineastas franceses y tiene como rasgo original el cambiar de estilo y temática con cada película. Describiendo todo el proceso que condujo a unos sesenta ex boy-scouts a denunciar al cura que los molestó sexualmente cuando tenían menos de diez años y que aún hoy en la catolicísima Lyon no ha conseguido llevar a proceso al culpable, Ozon se deleita en cambiar la óptica de la película pasando la narración de uno a otro de los cuatro principales protagonistas de la historia, un bancario, un ateo, un médico y un desocupado, permitiendo al espectador escudriñar holgadamente  cada vivencia y explicando porque a distancia de más veinte años se han decidido a procesar al culpable.

Nora Fingscheidt es una de las seis directoras que compiten por el Oso de Oro berlinés, un tercio de los 18 directores seleccionados, todo un récord en la historia de los festivales de cine. Tiene solo 35 años, parte de los cuales pasados en Argentina, y este es su primer largometraje de ficción, después de una serie de cortos y documentales. 

La extraordinaria protagonista Helena Zengel lleva sobre sus hombros todo el peso narrativo del film, no solo por el tiempo pasado frente a la cámara sino también por la fuerza y la emotividad que presta a su Benni, uno de esos niños que por efecto de un oscuro trauma infantil, quiebra todas las reglas de conducta que trata de imponerle la sociedad.

Todo lo que quiere Benni es volver a vivir con su madre, inadecuada a cumplir ese rol, y nada ni nadie logrará sacarle esa idea de la cabeza, ni aún la bondadosa gente que trata de ayudarla.

Sorprende en el film la fuerza narrativa de una directora joven y novata, verdadera esperanza del cine alemán, que bien precisa de sangre nueva y talentosa para volver a colocarse en el panorama del cine mundial.

Wang Quan’an es un caso singular de fidelidad a un festival. Desde su ópera prima, “Eclipse lunar” del 2002, no ha dejado de ofrecer a Berlín la primicia de su obra, ganado el Oso de Oro en 2007 por “El matrimonio de Tuya” y el de plata al mejor guión en 2010 por “Juntos y separados” y hasta haciendo de jurado oficial en 2017.  Su ambiente natural es la estepa mongólica de la que sabe aprovechar el inmenso espacio natural para contar historias íntimas de gente común en los momentos más cruciales de la vida: el matrimonio, la maternidad, etcétera.

La protagonista, como todos los personajes del film, no tiene nombre: es una experta tiradora de rifle que cuida de su rebaño montada en un dromedario y aprovecha el hecho de tener que ayudar a un policía adolescente a montar la guarda a un cadáver encontrado en la estepa para no ser víctima de los lobos para dejarse preñar por el joven.

La historia es solo esa pero es admirable como Wang logra fascinar al espectador durante 100 minutos, asistiendo con su cámara distante al ir y venir de la protagonista de la que vemos en primer plano solo su cara de felicidad cuando descubre haber quedado embarazada.