“Los hombres creen que feminista es una palabra solo para mujeres. Pero lo que realmente significa es pedir igualdad. Si sos hombre y estás a favor de la igualdad, lamento decirte que eres feminista.” 

Con la elocuencia que le permite la fama, pero mucho más con el que le permite su militancia, su talento actoral y ese fisic du rol que el mundo occidental considera encantador, Emma Watson desilusionó la autopercepción de millones de varones. La frase dicha en alguna de las muchas entrevistas que dio por su protagónico en La Bella y la Bestia iba a tener su corolario al convertirse en la primera artista en la historia en ganar un premio a la mejor actuación que no tiene género. La idea de premiar por primera vez sin géneros sexuales -o sea, varones, mujeres y demás sexos en un premio único por rubro- fue de los MTV Awards, y la galardonada fue ella.

Hija de padres abogados egresados de Oxford (Inglaterra), y nacida en París donde vivió hasta la separación de sus padres cuando tenía cinco años, Watson asegura haber tenido los sueños de actriz que la mayoría de las actrices dicen tener durante su infancia. El divorcio de sus padres la llevó a Oxford con su madre, quien ante las inquietudes de la infante, a los seis años la anotó en la Stagecoach Theatre Arts para que hiciera sus primeras armas en canto, danza y teatro.

Así, cuando al cumplir diez apareció en el casting para los films que llevaran a la pantalla la historia de Harry Potter, Emma estaba bastante preparada. Sin embargo, esa chispa que les daba a todas sus intervenciones una naturalidad más cercana a la excepción que a la regla, resultó más convincente que cualquier otro talento. Si bien hubo ocho pruebas, dicen que Rowling, la autora de la saga literaria y palabra excluyente en el casting (una de las cláusulas de su contrato decía que los actores debían ser ingleses y que ella tendría poder de veto en la elección), enseguida supo que Emma debía ser Hermione, junto con Ron amigos inseparables de Harry y ambos en los roles secundarios más importantes de la historia.

Muchos no daban mucho por el trío protagonista de Harry Potter una vez finalizada la saga. Sin embargo, no sólo siguieron, sino que en el caso de Watson tomó una altura que superó las más osadas expectativas. “Emma era perfecta para interpretar a Pauline (el personaje de Shoes Ballet, la primera película que hizo fuera de las de Harry Potter); desprende un aura de delicadeza que hace que quieras mirarla y mirarte en ella, una y otra vez”, dijo la directora Sandra Goldbacher.

Pero mientras todos parecían mirarla como la nueva doncella de Hollywood, ella ya establecía, si no sus prioridades, sí cuestiones que consideraba en pie de igualdad con la actuación. “Me empecé a cuestionar sobre la igualdad entre los géneros hace mucho tiempo -dijo en su discurso cuando la ONU la convirtió en embajadora intinerante en 2014-. A los ocho años, por ejemplo, me preguntaba por qué me llamaban mandona por querer dirigir una obra para nuestros padres cuando a los chicos no les decían lo mismo. A los 14, (cuando ya trabajaba en el cine), comencé a ser sexualizada por ciertos grupos de la prensa. A los 15, mis amigas rechazaban unirse a equipos deportivos para no parecer masculinas. A los 18, mis amigos varones eran incapaces de manifestar sus sentimientos. Entonces decidí qué era feminista.”

Si bien ya formaba parte del mundo de las heroínas femeninas de los millennials, su discurso en la ONU, que terminó en ovación, la consagró al podio, que comparte con Jennifer Lawrence. A estas chicas, además de un océano en cuanto a lugar de origen, también la separan los estilos y las inquietudes. Si bien las dos aparecen preocupadas por los temas de género, Lawrence se referencia más en el gusto popular y Watson más en el intelectual. Eso no le quite popularidad a una, ni reflexividad a la otra; distingue más la preferencias de sus seguidores que a ellas mismas.

A sus preocupaciones por la igualdad de la mujer, Watson le sumó una militancia ecologista que dista bastante del golpe de efecto que promovieron algunas figuras del espectáculo. Lo suyo reviste las formas amables de los millennials, y ya en 2009 se unió a People Tree, una marca de ropa inscripta en el movimiento comercio justo, que intenta crear relaciones equilibradas entre productores y consumidores. En cada promoción de una película, Watson se viste con ropa ecológica hecha muchas veces a partir de retazos o de telas sobrantes durante la fabricación de los productos industriales. Además, cada vez que usa las prendas, difunde fotos de los modelos por su cuenta de Instagram, detallando los diseñadores y el tipo de intervenciones que tuvieron, y todos debidamente arrobados.

Esta mujer que hace unos años se licenció en Literatura Inglesa y desde 2013 es instructora de yoga y meditación, de vez en cuando, cual duende, deja libros en las escaleras de los subtes, en los árboles de alguna plaza o en otros lugares públicos para que los transeúntes los tomen y se los lleven. Si bien se la califica de filántropa, parece que lo de Watson es otra cosa, o al menos está resignificando el término.

El círculo -de reciente estreno- no quedará entre sus mejores incursiones cinematográficas. Pero eso no le hace mella. La figura de Watson parece crecer por otros carriles; o mejor: parece crecer en una interacción permanente entre el cine y su militancia de vida. Después de todo, rechazó ser la Cenicienta y uno de los requisitos que puso para La Bella y la Bestia fue que le dejaran introducir la escena del lavarropas como una muestra más de la invención femenina injustamente tratada por la versión masculina de la historia.

Watson se trata, ya es posible decirlo, de una de las mejores representantes de una nueva forma de concebir trabajo, cotidianidad y relaciones humanas; una forma que poco contacto tiene con las conocidas en el siglo XX. De la identidad definida de aquellos años a la incerteza que posibilita ser muchas cosas al mismo tiempo del siglo XXI, Emma Watson antes que una estrella con planetas que lo orbitan (y de alguna manera la obedecen), semeja ser el centro de una galaxia cuya fuerza está en moverse en armonía con otros, aunque parezca que sólo es ella la que brilla.