Para improvisar hay que ser versátil. Existen reglas y un lenguaje común que funcionan como punto de encuentro y partida. Esa es una de las premisas clave del jazz y de la vida de Marcelo Rodríguez, más conocido como Gillespi. Por eso –también– en plena pandemia lanzó un disco en vivo llamado On Fire y en su casa de Monte Grande (partido de Esteban Echeverría, al sur del Conurbano) ya está grabando el que lo sucederá. Gillespi además de ser un apasionado por la improvisación, difícilmente se quede de brazos cruzados.

Mientras tanto, conduce el programa de radio La hora líquida (miércoles a las 20, Nacional Rock 93.7) y es parte del ya mítico panel comandado por Alejandro Dolina en La venganza será terrible (lunes a viernes a las 00, AM 750). Al mismo tiempo, está terminando una versión aumentada de Blow!, el libro publicado en 2008 que narra historias de trompetistas de todo el mundo y analiza las particularidades del instrumento. “Entrevisté a más trompetistas además de los 15 iniciales y los voy a agregar: serán unos cinco o seis más que enriquecen mucho el texto. Lo enganché al cubano Arturo Sandoval, por adelantarte una de las novedades. Era uno de los que no podían faltar”, dice Gillespi, de 54 años, músico, conductor de radio y televisión, humorista –su personaje Aníbal Hugo todavía es muy recordado–, escritor e inquieto por naturaleza.

La trompeta le abrió primero las puertas del mundo del rock porque no sobraban los intérpretes de ese instrumento en el género. Tocó con Sumo, Divididos y Las Pelotas, compartió escenario con Soda Stereo, Pedro Aznar, Los Piojos, Los Ratones Paranoicos, Javier y Walter Malosetti, entre otros. Pero con el tiempo se transformó en líder de su propio proyecto, con el cual ya editó cinco discos que recrean una estética entre el jazz y el funk. “Quedé marcado como uno, pero nunca me consideré trompetista: simplemente soy alguien que toca la trompeta. Trompetista es quien practica todo el día y le dedica su vida al instrumento. Yo hago de todo: radio, libros, mi vida es muchas cosas. No me siento referente ni nada, aunque quizá –muy a pesar mío– si piden nombrar trompetistas argentinos aparece mi nombre, aunque hay colegas que tocan diez veces mejor. Supongo que es por haber estado en tele o por hacer radio o por tener muchos amigos músicos. Eso quizás me dio más visibilidad, son circunstancias, pero nunca trabajé en ese sentido, siempre intenté laburar con amigos y en cosas que me gustan y me hacen sentir cómodo”, explica Gillespi.

En cuanto a su relación con la música y cómo lleva esa pulsión a otras áreas, asegura: «Vivo la música como una manera de expresarme desde que era un adolescente rebelde y me juntaba con locos como yo a escuchar lo que sea. Mantengo el mismo espíritu lúdico cuando hago música, pero también en la radio, a veces en tele o cuando escribo. Improviso porque es una forma de mantenerse activo y alerta”.

–¿Qué te llevó a editar On Fire en plena pandemia?

–Justamente la situación que atravesamos. Está todo parado y en el grupo de WhatsApp de la banda era todo una pálida. Entonces se nos ocurrió armar una lista de los shows que tenemos grabados: todos nos copamos, volvimos a escucharlos y fuimos eligiendo, a distancia y entre todos, lo mejor para que fuera un disco. Nuestro bajista Rafa Franceschelli maneja muy bien los asuntos de los estudios de grabación, ecualizó el material, hizo los demás ajustes necesarios y lo lanzamos. Fue todo muy rápido. Sabíamos que estaban buenos estos conciertos, pero no habíamos imaginado que terminarían convirtiéndose en un disco. Las fotos de Marcello Capotosti estaban buenísimas para el arte de tapa y todo encajó a la perfección.

–¿La pandemia impulsa una mayor curiosidad cultural?

–Para los músicos es una gran caricia. Porque el panorama no es bueno para nuestro oficio: esta profesión no tiene perspectivas de recuperación rápida, las chances de volver a tocar en vivo son lejanas. Pero bueno, no hay que bajar los brazos.

–¿Cómo llevás la cuarentena?

–Lejos de pegarme mal, la situación me encuentra activo, no paré nunca de hacer cosas. Tengo un espacio preparado para crear música, cuento con instrumentos y diversos aparatejos. Estoy laburando mucho en el material nuevo. Te diría que ya casi tengo otro disco. Grabado en estos meses. Ahora estoy en etapa de mezcla y me está ayudando mi hijo. Vive conmigo y tuve la suerte que se dedique a esto: hizo el curso de técnico de grabación y bueno, estamos los dos trabajando a la par, lo cual disfruto mucho. Está bueno el tema de encontrarle lugar a cada instrumento, es un laburo artesanal. Más en un caso como este, donde toco todos los instrumentos yo, desde el bajo, pasando por la guitarra y los vientos, claro. En eso estamos. En cuanto a lo más personal, en mi familia nos hemos tomado la cuarentena muy en serio. Estamos guardadísimos. El único que sale soy yo, a comprar comida y cosas fundamentales. Me alarma un poco ver a la gente por momentos demasiado confiada.

–¿A qué se puede deber?

–Hay ciertas posturas tipo «a mí no me va a pasar», «yo soy  fuerte» o cosas por el estilo. Pero esta realidad es heavy y no sabemos cómo ni cuándo termina. Me preocupa el virus y la falta de responsabilidad de mucha gente. También es muy contagiosa esa especie de optimismo infantil que aparece cuando se abren algunas cosas. No hay que perder de vista que el bicho está ahí dando vueltas para ver a quien emboca.

–La cuarentena también te permite seguir con la radio.

–La radio siempre me apasionó y ahora es un espacio de mayor refugio. Laburamos por Zoom cada uno de su casa y está perfecto. En el programa con el Negro Dolina al principio nos costaba bastante porque estábamos acostumbrados a los tiempos del vivo, a mirarnos los gestos, a la reacción de la gente. Pero nos adaptamos. En este tiempo también me fanaticé escuchando radio: es una compañía incomparable. Miro la tele sólo a la noche para ver cómo está el tema del coronavirus, pero no me dejo rociar con operaciones políticas y/o movidas subrepticias. Sí me volví un enfermizo escucha de radio, me despierto a la mañana y ya la prendo. Creo que en estos momentos la radio ayuda particularmente a hacer más llevadero este aislamiento. Hay desgracias que a mucha gente no se lo permiten, pero lo atípico de la situación también da la posibilidad de disfrutar y generar otras cosas.

–¿No siempre se puede?

–A los que estaban en la mitad de un proyecto o empezando algo nuevo se les hace muy cuesta arriba. Hay mucho que va quedar en el camino en el rubro artístico. Después de un  garrón de seis meses sin tocar, no va a ser sencillo retomar las actividades. Pero siempre hay sorpresas y ojalá también las haya en este caso.

–Mientras hay que entretenerse.

–Sí. Yo volví a la costumbre de escuchar discos enteros, por ejemplo. Viviendo lejos y laburando en Capital, la mayor parte del tiempo estaba con el culo arriba de un auto y se me hacía imposible. Eran hora y media de ida y lo mismo de vuelta, sólo viajando. Ahora no lo estoy haciendo, así que volví a hacer en mi tiempo libre lo que hacía en la escuela secundaria: escuchar discos con plena atención. Buscando detalles y sintiendo qué me produce desde que empieza hasta que termina. Tengo un equipo viejito, pero que suena muy bien y me da la chance de poner lo que tenga a mano. Estoy escuchando a los pioneros de los ’30 y los ’40. Cuando los curtís en serio valorás más montones de cosas alucinantes que lamentablemente han quedado en el pasado. Es piola tomarse el tiempo y comprender todo con mayor profundidad. Mientras esperamos algo nuevo, claro. «

On Fire

Nuevo disco de Gillespi y su grupo, formado por Sebastián Peyceré (batería), Rafa Franceschelli (bajo), Álvaro Torres (teclados) y Alejandro Chiabrando (saxos). 

Un grupo con recorrido y mística

On Fire es una mezcla de dos shows: uno realizado en San Isidro, en el marco del Festival de Jazz 2018, y el otro tomado del ciclo del año pasado de los miércoles en Bebop Club. Incluye ocho temas. Para Gillespi es el resultado de tocar hace ocho años con el mismo grupo. “En el tipo de música que hacemos no es muy habitual que una banda se mantenga unida tanto tiempo. En el jazz los músicos son un poco golondrinas. Es distinto a una banda de rock, en la que hay toda una mística de la fidelidad. Nuestro caso es algo raro, podría decirte que hay muy pocos que lo logran, otro ejemplo podría ser Escalandrum, el grupo de Pipi Piazzola. Nos entendemos, hay una conexión que va más allá de las palabras y eso suma mucho”, dice el músico.  

Luego de tantas improvisaciones compartidas, se arman mundos completamente nuevos, se abren puertas inesperadas, pero “ya sabemos para donde va a ir cada uno de los que integramos este proyecto. Yo sé que el pianista tiene una data, que el chabón pela y empieza a explorar escalas insólitas… Entonces lo seguimos. El saxofonista va hacia el latin jazz y así cada uno”.

El repertorio del disco es variado, mecha composiciones de viejos discos, con covers de su gusto: algo de Miles Davis y «Third Stone from the Sun», un tema de Jimi Hendrix en el que Gillespi toca la guitarra: «En lo único que nos parecemos es en que los dos somos zurdos. Toqué porque no había un guitarrista mejor cerca”. 

El ADN ancestral

Marcelo Rodríguez entiende que la escena local de música es muy buena, tanto en variedad de propuestas como en talento. Y sostiene que existe un público ávido de propuestas. 

–¿Cuál es el mejor secreto del jazz?

–Su riqueza rítmica. Está transitada por infinidad de cadencias. Tiene en su ADN un elemento ancestral. Tanto el jazz como sus primos hermanos: el soul, el funk, el blues y la música negra en general. Ese algo es lo africano, pasado por diferentes tamices. Hay algo que vive adentro de estas músicas y genera una atmósfera y un sonido que puede fluir con todo. Cuando tocás en vivo te das cuenta que el que está oyendo también está laburando para seguirte.

–Para disfrutar.

–Claro. Pero si el que toca está demasiado metido en su mambo puede que la gente ya no lo puede seguir. Si lo perdés te embolás y ahí viene eso de que el jazz puede ser aburrido o complejo. Es el riesgo de la música instrumental: hay que tratar de no embolar. Siempre lo tuve presente y trato de aplicarlo en los conciertos y en los discos. Por eso, entre otras cosas, evito las típicas rondas de solos. Trato de cortar los temas y ver qué instrumento se puede lucir. Lo dosifico como si fuese una receta de cocina.