Alguna vez Jorge Luis Borges dijo que la Argentina habría sido distinta si en vez de elegir como libro nacional al Martín Fierro de Hernández, hubiera optado por el Facundo de Sarmiento. Con la veleidad propia del entusiasmo (y la premura), este periodista parafraseó que el país habría sido distinto si su público hubiera elegido como banda rockera de preferencia a Soda Stereo en lugar de a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. A horas del aniversario número 60 del nacimiento del líder de Soda Stereo, más allá de las polémicas ya se puede asegurar sin temor a una posterior revisión que Gustavo Cerati fue el más rockero de los músicos pop que dio la Argentina. Con las distancias que impone la comparación entre épocas, lo fue más que, como Sandro, arrancó del pop/rock para virar al melódico, arrancó más rock para virar al pop como Miguel Abuelo, o siempre fue pop como Federico Mouras. 

Nacido el 11 de agosto de 1959 en Capital Federal, Buenos Aires, Argentina, terminó la primaria, la secundaria y cuando estaba estudiando Publicidad en la Universidad del Salvador (USAL) se unió a Zeta Bosio y Charly Alberti para conformar una banda a la que por un tiempo le estuvieron buscando un cuarto integrante, hasta que Richard Coleman (al que querían como cuarto miembro) les dijo que sonaban mucho mejor como trío.

Así comenzaron a recorrer el circuito under de Buenos Aires, a inaugurar, antes de que estallara, la primavera democrática. Una primavera que surgía en el oprobioso 1982, cuando luego de la Guerra de Malvinas la dictadura cívico militar anunciaba elecciones libres para octubre de 1983. Los pibes -tuvieran o no banda formada o a la que seguir cual fan-, por eso de las hormonas, la vieron antes. Y apenas se supo del final de la pesadilla, comenzaron a recorrer la ciudad y el conurbano con un frenesí que música popular alguna había conocido hasta entonces por estos lares: Sumo, Los Twist, Melero, Virus (ya con disco pero novedoso para la mayoría), Miguel Mateos Zas, Los Abuelos de la Nada, GIT, Viuda e Hijas de Roque Enroll, Suéter, Los Redonditos, la trova rosarina con Juan Baglietto a la cabeza y Fito Páez en su equipo, por nombrar a las que perduraron en la memoria popular.

Según contó en 2007 Gustavo Cerati, el debut de la banda fue en julio de 1983, en “un desfile de modelos en la discoteque Airport (Nuñez). Nadie nos dio bolilla. Tocamos nosotros tres, con un sistema de amplificación muy deficiente. Pero nos dio gusto, aunque nadie nos escuchara. Parecíamos realmente un grupo punk, no sabíamos tocar y sonaba muy fuerte”. Así que no sorprendió a nadie que Luca Prodan los tratara de chetos. Después de todo hacían New Wave, que para ese entonces entre las huestes rockeras también era música de chetos: en diciembre de 1980 The Police dio un show en Obras y otro en Mar del Plata, y ofreció un número privado para la inauguración de la discoteca más cheta de la época: New York City (La City).

Pero a poco de andar quedaba claro que eran mucho más que New Wave, y que de chetos no tenían tanto, o por lo menos lo tenían de una manera distinta a lo que la historia cultural y social argentina lo había conocido hasta el momento: eran la expresión de una fracción importante de la juventud a la que el rock tradicional le era totalmente ajeno, el punk representado por Sumo y otras bandas les resultaba no amigable, los nuevos raros peinados nuevos de Charly García le caían muy en gracia pero no podían resultar bastante caprichosos, y huían lo más posible del rock intelectual que empezaba a representar con fuerza Patricio Rey y sus Redonditos. Querían que les hicieran mover el esqueleto de manera ligera. A diferencia del resto de la escena, que todavía estaba bajo la égida de las trayectorias clásicas del rock que se hacían camino al andar, Soda diseñaba su carrera (con peinados raros, maquillaje y demás para aparecer en fotos o shows). En eso también representaban a una fracción de la juventud emergente totalmente novedosa para el mapa social argento: los que antes que respetar la tradición y las “cosas como se hicieron siempre”, intentaba ganarse un lugar en el mundo a partir de poner el Yo ante todo (se ha escrito mucho al respecto sobre cómo el rock argentino en los 80 cambió su letrística para encabezarlo todo con la primera persona del singular).

Canción Animal a fines de los 80 representaría la consagración absoluta de la banda: con el final de Sumo por la muerte de Luca y los Redondos apenas empezando con su masividad (su primer show en Obras fue en diciembre de 1989), 1990 sonó Stereo. Al punto que 3 de diciembre de 1990, en pleno levantamiento militar de Mohamed Seineldín (que Carlos Menem reprimiría con éxito), la banda decidió concretar el show que tenía programado a cielo abierto en Obras: nada del viejo país tenía relevancia suficiente para aguar una celebración juvenil, menos después del país de mierda que esos viejos que aún se peleaban habían dejado como herencia. Cerati abrió la fiesta puntual, haciendo una alocución de defensa de la democracia; y eso fue suficiente para que muchos entendieran que con más o menos compromiso político y social, para las nuevas generaciones la democracia era innegociable.

Latinoamérica ya se había rendido a sus pies -posibilitando, entre otras cosas, el surgimiento de bandas como Café Tacuba en México-, la banda floreaba todo su talento con el fantástico Dynamo (1992) y entonces sucedió lo convencional: al alcanzar la cima, vino el parate. Y su pareja habitual: los proyectos solistas. Cerati vuelve a sorprender: graba Amor Amarillo, un disco pergeñado al calor de su paternidad, que incluye los latidos en ecografía de su hijo Benito, el acompañamiento en coros y en algunos temas de su mujer, la chilena Cecilia Amenábar -que también hace la fotografía del disco-, un tema (Lisa) que anticipaba el nombre y las fantasías sobre una hija que aún acaso siquiera soñaba y una versión de Bajan, de Luis Alberto Spinetta, que muestra por primera vez que había alguien que podía hacer un tema del Flaco mejor que el mismo Flaco.

Entre idas y vueltas Soda Stereo saca Sueño Stereo (1995), un disco CD Rom relacionado con los cambios que trae la tecnología digital, que permite una pequeña interacción a través de la computadora. También la idea de pocos temas nuevos acompañados de nuevas versiones de otros viejos, como excusa para lanzar un disco. La separación se huele en al aire, y finalmente la banda decide hacer un gran show despedida el 20 de septiembre de 1997 en River.

Bocanada (1999), Siempre es hoy (2002), Ahí vamos (2006) y Fuerza natural (2009) vendrían acompañados de 11 Episodios Sinfónicos (2001, DVD de presentaciones en el Teatro Avenida), + Bien (banda sonora de la película homónima) y un par de recopilaciones. Una etapa que hoy hace las “preferencias” de críticos y ex colegas, apelando a una torpe elegancia para minimizar el toque de distinción total que Cerati le dio a Soda Stereo.

La etapa solista de Cerati lo consagra definitivamente como el eslabón perdido entre esos dos próceres fundadores del rock argento: Spinetta y García; lo volado y lo bailable, lo profundo y lo sensible, lo espiritual y el sabor de lo profano en un solo formato; sin robos, disfraces, dobleces. Una evolución maravillosa de la música más popular entre los jóvenes de este país durante muchas décadas, a la que por diversas razones sólo pudieron acompañar en parte otros artistas bendecidos por esas dos grandes vertientes como Páez y Andrés Calamaro. A diez años de su último disco, queda la sensación de que Cerati habría acompañado de manera original la evolución de los gustos juveniles por el hip hop y el trap. Pero es sólo una sensación. A horas de un nuevo aniversario de su nacimiento hay cierta pena por ya no tenerlo para disfrutarlo en vivo. Y un gracias totales inmortal por haber sido contemporáneo de un artista enorme que permitió el atrevimiento de la frase del inicio, porque lo que seduce nunca suele estar donde se piensa