Hugo Arana confiesa que su debilidad son las historias bien contadas. La calidad de los guiones es su factor decisivo para sumarse a un proyecto, ya sea en televisión, cine o teatro. Justamente ese fue el motivo que lo empujó a darle el sí a Los tutores, la obra que estrena este jueves en el Paseo la Plaza y desarrolla la historia de una reunión de padres que confirma que los adultos pueden ser iguales o peores que sus hijos alumnos. «Esta es una comedia ácida, satírica, que no para y va creciendo, por algo se destacó y ganó entre las 180 obras que se presentaron en el concurso Contar 3: la historia te agarra y no te suelta», comenta con entusiasmo el actor.

Para Arana, el escenario sirve si moviliza: «El teatro tiene que generar preguntas. Si el espectador se va con una pregunta nueva, listo, misión cumplida. El teatro no está para explicarle la vida a nadie. No me gustan las obras que andan levantando el dedito explicando cómo es la vida. Hay muchos autores que son así. El teatro es un espacio de reflexión y tiene un gran abanico de posibilidades para generar inquietudes», señala el actor de 74 años. El humor también es clave para Arana: «Es fundamental porque penetra por rendijas donde la seriedad no alcanza ni a vislumbrar la chance de aparecer. Uno le puede decir a un amigo bromeando algo que nunca se hubiera atrevido a decirle seriamente. Pero entre broma y broma te animás y lo soltás. El humor tiene esa misión».

Arana nació en el Hospital Rivadavia de avenida Las Heras, pero luego se crió en Monte Grande, más tarde se mudó a Lomas de Zamora y desde los 19 hasta los 32 años vivió en Lanús. «Después volví a mi aldea, la Capital Federal», revela. En cuanto a sus primeros pasos artísticos, destaca: «La actuación fue para mí un hecho desesperado. Yo sentía que quería poner la vida en algo. Un hombre tiene que tener un ideal, un anhelo, pero yo no lo tenía». Trabajó de pintor, albañil, vendedor y jugó en las inferiores de Lanús. «Pero era muy vago –confiesa–. Jugábamos los domingos a las 10 de la mañana y yo me iba a bailar el sábado. No podía. No tenía la vocación. No le puse lo que le puse a la actuación, no le dediqué lo que le dediqué al teatro». Un día, yendo a comprar tornillos, un afiche le cambió la vida. Decía «Hágase actor». Estaba colocado en la esquina de Perú y Venezuela. «Era de un centro experimental cinematográfico. Vi el cartel, anoté la dirección y el día que cumplí 22 años me anoté», recuerda.  Allí empezó todo.

–¿Algún aspecto de la profesión lo incomoda, como por ejemplo la exposición?

–Jamás me he sentido expuesto. Siempre sentí que la profesión me protege.

–¿De qué lo protege?

–Del caos, de la locura. Amo esta profesión porque me permite seguir jugando como un niño. Eso para mí es sagrado.

–¿Cambió algo en estos años?

–Uno siente que el paso del tiempo es distinto para cada uno. Yo muchas veces digo: ¿será que estoy viejo?, ¿por eso rompo las pelotas? Una vez leí una frase del escritor  francés Marcel Proust que me quedó: nada más bello que lo perdido. Y es así. Aquello que se va es más bello con el tiempo. Y qué querés que te diga… Hoy está la cultura de la hamburguesa. En diez minutos tenés un platito de comida, algo livianito, rápido, ligero. Se ha perdido la cultura de lo artesanal. No del todo, pero hay algo de pin pun pan. Mucha gente va a comer y le saca fotos con el celular a la comida antes de olerla o probarla. Pero bueno, hoy es así.

–¿Prefiere algún papel sobre otro?

–Te nombro una del año pasado: Te esperaré, la película de Alberto Lecchi, donde interpreté a un coronel asesino serial de la época de los milicos. Esos papeles son muy deseados. Nos encanta hacer de hijo de puta, de asesinos, de personas que representan lo peor de las personas. Porque uno puede sacar su materia negra y eso es maravilloso. En la vida, siempre pregunto: ¿a cuántos hubiéramos degollado y no lo hicimos por moral, ética o miedo a ir en cana o a ver si me saca el cuchillo y me mata él a mí? La pulsión está. Entonces, poder hacer personajes cretinos, hijos de puta, es un anhelo para sacar lo que se reprime. Más allá de este ejemplo, uno quiere a todos sus personajes. Son como hijos: los querés a todos, pero a veces le prestás más atención a alguno.

–¿Qué tan importante es el reconocimiento en su profesión?

–Quizás el éxito del afuera no tiene que ver con lo que me pasó a mí. Para mí, el éxito es la escalerita que uno se pone y va subiendo escalón a escalón, según cómo se sienta en cada paso. El éxito no está afuera, no es el reconocimiento. Eso no está en mis manos. Yo busco subir un escalón y sentir que puedo transformar un escobillón en un caballo blanco y andar a caballo.

–¿Dónde busca un buen actor el material para armar personajes?

–Los recursos son infinitos. No puede haber sólo una manera de nutrirse para ser actor. Sería muy aburrido. Siempre aparecen cosas del inconsciente o cosas que viste. Stanislavski con el método dio su mirada, el Actors Studio en Estados Unidos aportó mucho y acá también hubo un período de  revolución donde aparecieron cosas novedosas. Pero hay cantidad de formas y maneras. En mi caso, una vez que encuentro cómo camina el personaje, ya casi lo tengo. Si encuentro la forma, tengo muchas posibilidades de acercarme al contenido. Siempre es un proceso que hay que ajustar. La vida tiene mucho de actuación.

–¿Cómo es eso?

–En la vida siempre hacemos un personaje, todos nos mostramos como creemos que nos va ir mejor. Eso es actuar. No se trata de engañar: es darle una forma a un contenido y expresarse. Históricamente el hombre necesita actuar, hacer un papel. ¡Hasta cuando nos vamos a dormir! Uno hace que  duerme para que el sueño llegue.

El bichito humano

Si le preguntan por la Argentina, por la situación del país, Hugo Arana se toma un segundo, respira y explica: «Hay una frase hindú que dice algo así como que la vida no es un problema, es un misterio a resolver. Cuando leí eso compré como loco. La vida no tiene solución, la solución es para los problemas, entonces, si esto es un misterio para ser vivido, ya esta, así será. Argentina es un misterio, sin dudas, pero viendo cómo están las cosas, no la puedo separar de ningún país. Esta es la historia del bichito humano, como dice Galeano. Las circunstancias varían, pero siempre es igual. El pez grande se come al chico. El gran poder del capital está sobre nosotros. Siento que estamos bajo la banca internacional. La única forma de no amargarse es tratando de sembrar buenas semillas y regar la huerta. Pero empecé a recoger las redes de opinólogo político. No quiero ser descuartizado».

Industrias amenazadas

Otra de las cosas que preocupan a Hugo Arana es la dificultad de mucha gente para acceder a nuestra cultura. Las políticas actuales del Incaa parecen complicar todavía más el presente y el futuro de toda una industria. 

«Tengo unas 40 o 50 películas en mis espaldas. Es una industria que puede dar mucho trabajo y estaría bueno mantener un incentivo para eso. No soy un conocedor, pero lo que escucho no es bueno», comenta el actor. «Créditos otorgados el año pasado recién ahora los están dando –puntualiza–. O sea, pediste 100 y recibís 70. La cosa está difícil y no entiendo cómo la van a solucionar». La situación del teatro no es mucho mejor: «La gente tiene que comprar tomates antes que ir al teatro. No es fácil. Como actor, no tengo más capital que intentar hacer lo que hago.» «