Alejandro Dolina solía decir que todos gustan de ser entrevistados: es lindo hablar de uno mismo. Joaquín Furriel disfruta de hablar en el marco de un proceso reflexivo. Se le van ocurriendo cosas a medida que piensa sus respuestas, incluso se puede ir por las ramas sin pudor ni disculpas, pero a la manera de Hansel y Gretel encuentra la miga que lo hace volver al camino de origen. En esa sinuosidad (los caminos del caminante no suelen ser rectos), encuentra una definición inigualable de su personaje en El hijo, el interesante thriller psicológico de Sebastián Schindel, con quien ya hizo dupla en El patrón, radiografía de un crimen (2015), una película que sorprendió con su llegada y repercusión.

«Tuve que avejentarme para hacer El hijo –cuenta Furriel–. Tuve que atravesar conflictos que espero no tenga que atravesar. Es un artista que se queda fuera de época. Y que en su gran momento no cuidó a su mujer y a sus hijas, no les dio bola, se fueron a Canadá, perdió la tenencia y no lo quisieron ver más. Porque él estaba en su ego, su momento de gloria. Pero se le terminó y está solo. Una alumna noruega que va a sus clases de pintura se engancha con él y quiere tener un hijo. Tienen un hijo y él cree que ahí hay un renacer de su vida: como padre, como una revancha de lo que no tuvo con sus primeras dos hijas; y profesional, porque intentará volver a la pintura, ayudado por su amiga Julieta. Y justamente el nacimiento del hijo cambia todo».

Sin pausa, porque el pensamiento, cuando se quiere libre, es así, Furriel hilvana: «Tener un hijo con una noruega… Los latinos y los escandinavos prácticamente son dos caras de una moneda. Culturalmente, para mí trabajar con Heidi Toini (Sigrid) fue toda una experiencia. Nunca había trabajado con una actriz nórdica. Son muy diferentes en la manera que tienen de comunicarse, de ver la vida, de mostrar sus emociones. Para ella, por ejemplo, el debate del aborto le parecía algo anacrónico. No podía creer cómo un país donde el individuo tiene tantos derechos, tantos logros en Derechos Humanos y que es laico, al día de hoy tenga que discutir el aborto como si fuera una teocracia. A nosotros nos encanta hablar de los escandinavos y de esas grandes sociedades, pero del aborto no. Y trabajar con ella era todo el tiempo hablar de eso. Y lo que pasa en la película es un poco lo que nos pasaba trabajando: su manera de trabajar es diferente a la nuestra. Valoré mucho el esfuerzo de la producción de contratar una actriz noruega, que viniera de Oslo a hacer la película. Porque ella me miraba y no era una argentina que me estaba mirando, no era una latina. Y es otro mundo. No digo ni bueno ni malo, estamos culturalmente muy alejados: fue muy interesante eso».

Se faltaría a la verdad si se dijera que el Furriel de hoy no se reconoce en el de ayer. Incluso en el cambio «de perspectiva» que le provocó el ACV que tuvo hace casi un lustro –además de un susto y un dolor–, este Furriel que despierta ganas de hablar por horas tiene base en aquel. «Antes estaba más como corriendo detrás de la pelota, ahora me gusta ver cómo es el partido, cómo está la cancha. Tal vez tenga que ver con la edad. Pero, por ejemplo, lo que me fascina del personaje de Hamlet (la obra que en plena convalecencia le ofreció hacer Rubén Szuchmacher y hoy es un éxito en el San Martín) es que se trata de un personaje que piensa, no está en el medio del barullo: está parado justo al lado del barullo, y piensa. No es muy habitual pensar en los tiempos en que estamos. Todo está tomado por la polarización, la discusión superficial, diría por la discusión casi berreta. Pensar es algo difícil, hay que hacer un ejercicio. Pero cuando acelarás y te quedás en punto muerto, no vas para ningún lado y te quedás así (hace un gesto catatónico), como me pasó a mí, empezás a pensar y a ver las cosas de otra manera. Y sentís: ‘Ah, está bueno estar en esta zona’. Entonces no estoy tan involucrado emocionalmente como estaba antes. Y empiezo a convivir de otra manera con la realidad».

La película que lo unió a Sebastián Schindel data de unos años antes de su ACV. «God Only Knows» («Sólo Dios sabe») si hay alguna relación entre ambos, cantarían los Beach Boys. Por lo pronto hay que decir que esos fueron años de cambios de otra índole en la vida de Furriel, que cinematográficamente hablando pueden resumirse en que Schindel consiguió sacar del actor algo que hasta aquel momento no aparecía tan claramente. «Sin lugar a dudas para mí El patrón es un punto de inflexión, nunca había caracterizado tanto. Y voy a estar eternamente agradecido a Sebastián por correr el riesgo de darme esa posibilidad, porque si mi interpretación no hubiera estado en el lugar que felizmente estuvo, la película se podría haber destruido: era una película que necesitaba de mucha sensibilidad porque era hiperrealista. Sin dudas hubo un riesgo de parte de Sebastián, hubo otro de parte mía, y creo que los dos sabíamos que confiamos en que podía salir como salió. Lo que pasó con la película igual nos sorprendió mucho: nos llena de orgullo porque nos llevó a muchísimos festivales, fue muy premiada y yo el año pasado estaba en Ginebra en la ONU presentando la película porque la había elegido la OIT para hablar del protocolo de esclavitud moderna. Pero no hice El patrón porque buscaba un cambio profesional, la hice porque me conmovió el guión y tuve ganas de hacerlo. Me pasó lo mismo con Un paraíso para los malditos, de Alejandro Montiel, que fue mi primer protagónico en cine, un personaje muy difícil de hacer porque casi no habla en toda la película. Creo que hay algo de esa combinación de la experiencia que fui acumulando en teatro y en televisión que al cine le vino muy bien. Disfruté mucho el proceso que fue El hijo porque Sebastián tiene esa pulsión por ponerte, como actor, en un lugar donde quizás vos no estuviste nunca y él cree que vos podés estar. Y eso como actor me da mucha seguridad, mucha confianza: me hace poner muy proactivo en el trabajo. Somos amigos, nos admiramos, tenemos mucho respeto y todo eso a la hora de trabajar juntos, pero nos ensuciamos en el laburo. En el sentido de que él plantea lo de él, yo planteo lo mío y si no nos ponemos de acuerdo lo hago como vos querés y después lo hago como yo quiero y algo de eso termina generando un poco la cocina del trabajo».


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(Foto: Pedro Pérez)


–Y además, teniendo en cuenta que un desliz de tu personaje «arruinaría» la película.

–Los thrillers psicológicos me interesan mucho: tenés que dejar un gran espacio para que el espectador se meta en tu personaje. Entonces no podés opinar mucho hacia dónde va. No podés decir mucho ni llevarlo a un lugar que no es conducente porque cuando termina la película decís: «Uy, me engañó»; o podés ponerte muy plano hacia otro lugar, y no se comprendería. En la película hay una zona donde uno sabe qué es real y qué no. Te diría que casi en cada plano teníamos que pautar con Sebastián hasta dónde mostrar y hasta dónde no. Para que se maneje esa zona de ambigüedad extraña que maneja la película, no se puede hablar mucho. Pero no sólo tiene que ver con la actuación sino con el thriller psicológico, donde a los protagonistas que hacen el driver de la historia no los conocés claramente; hay un punto que decís: ¿qué está pensando? Esos actores son los que a mí como espectador me invitan más que otros, que no están mal, pero que están más familiarizados con el género de acción, donde el vínculo es más plano. Y yo, a mi recorrido en El hijo lo tenía dentro mío muy claro: para estar presente en los planos tenés que tener bien claro lo que estás pensando. Si no se ve que el actor se cree que con la cara, la música y la fotografía termina saliendo bien. Me gustan los actores que generan interrogantes. Siempre me gustaron. Es algo subjetivo, porque no soy nadie para sentenciar cómo trabajar. Es mi subjetividad como espectador y después, como actor, trato de arrimar el bochín: a eso me gustaría llegar, digo. Aunque incluso el otro es más vistoso, puede estar más premiado, pero lo otro me parece una zona mucho más inquietante. «

Mucha gente la está pasando muy mal

«Hay un punto donde empezás a ver todo con otro humor porque muchas cosas que están pasando que son graves de verdad, no están siendo consideradas –dice Furriel en uno de esos devenires a los que los lleva su estado de reflexión–. Cada uno puede poner los ejemplos que quiera: si los pongo, es como parte de lo mismo. Le quitás el audio a la televisión y por ahí un programa a las 4 de la tarde es igual que a uno de las 11 de la noche. Y es igual si está hablando gente de cualquier ámbito: muy pocas veces te dan ganas de sacar el mute y ver de qué están hablando. Es lo mismo si se trata de algo que pasó en un teatro de revista, en un equipo de fútbol o de los destinos del país: está todo más o menos empatado. Es una zona muy estimulada por los medios de comunicación para tergiversar la realidad, para estupidizar, para decir que todo es parte de lo mismo. Y todo no es parte de lo mismo. Hay gente que la está pasando mal en serio. Entonces no te da igual que se esté hablando de la misma manera de un partido de fútbol, de un problemita de camarines o de la situación del país».


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Un cambio de paradigma importante

«Una mirada fresca, ingenua, dar verosimilitud al personaje», dice Martina Gusmán que pensó que todo eso le podía agregar a Julieta, la amiga de Lorenzo. En verdad, luego de tantas películas, eso es «el básico de convenio» que ofrece Gusmán. Incluso con la prensa. Consciente de qué se espera que diga según el medio que pregunta, dice, sin renunciar a lo que piensa: camina en esa delgada línea que facilita el entendimiento y encorseta el sesgo de la escucha.

Julieta también quiere ser madre, así que las primeras noticias que tiene sobre la paternidad de Lorenzo y las reacciones de su mujer, Sigrid, la llevan a justificar un poco su comportamiento: «Se trata de una madre primeriza, está nerviosa. Lo mismo en el momento del puerperio, que tiene una mirada un poco más contemplativa». Eso no quita que también le crea, aunque no tanto, a su amigo: «Esta duda es un poco lo que le va a pasar al espectador. Creo que más allá del thriller, que es lo que más importa, hay una reflexión sobre las diferentes formas de la maternidad y la paternidad: también entran en juego los deseos de Julieta y Renato (Luciano Cáceres)».

Con y sin su pareja Pablo Trapero, Gusmán ha recorrido muchos registros diferentes. «Creo que me faltan muchos más todavía. Durante un montón de tiempo y por el tipo de producciones que elegimos hacer con Pablo (14 películas) me gusta esa capacidad que tiene el actor como predicador laico. Decidimos hacer juntos temas sociales, que es una forma de involucrarme en la cuestión social, que es una zona en la que me siento cómoda. De ahí también la iniciativa de hace unos años de abrirme un poco de la productora y elegir otro tipo de proyectos que me ponen en otros perfiles. Pero me faltan un montón más de facetas, como la comedia, entre muchos otras».

Perspectiva que la entusiasma al compás del nuevo paradigma de época. «Luego de muchísimos años de un patriarcado gigante estamos viviendo un cambio de paradigma importante, que tiende a desequilibrar hasta encontrar un nuevo equilibrio. Es un momento de efervescencia, de ebullición, de levantar la voz y decir. La concientización es muy importante. Pero creo que también los hombres deberían empezar a involucrarse más, que esto no termine sólo en un discurso femenino. Es bueno que los hombres empiecen a dudar: bienvenidos a esa vulnerabilidad femenina a la que durante muchos años una estuvo acostumbrada. Todo esto se traduce en un cambio laboral, pero recién estamos medio en pañales, falta mucho».