Pertenecen a generaciones distantes, sus carreras se construyeron por recorridos muy diferentes y sus ideas políticas por momentos están bastante alejadas. En la antesala del encuentro con Tiempo uno está muy preocupado por un aire acondicionado en modo Walt Disney y el otro confiesa que se mira al espejo y todavía se siente un extraño sin la barba. Pero no son tan distintos. Los une la pasión por el oficio, una afinidad y respeto mutuos, y sobre todo comparten una obsesión: Las grietas de Jara. Oscar Martínez (68 años) y Joaquín Furriel (43) trabajaron por primera vez juntos en la película de Nicolás Gil Lavedra que se estrena este jueves, una de las grandes apuestas del cine argentino para 2018.

El film está basado en la novela homónima de Claudia Piñeiro. La historia se desarrolla desde Pablo Simó (Furriel), un arquitecto empantanado en el tedio de su propia vida y postergado en su trabajo. Esa quietud incómoda se romperá cuando una joven llegue al estudio de la constructora y pregunte por Nelson Jara (Martínez). Allí comenzará a develarse una historia oculta: la de un estafador de poca monta que quiere hacer su verano. Simó y Jara son antagonistas, pero también víctimas y carnadas de un poder superior. La novela original ahonda en la crisis de los 40 de Simó y paralelamente construye el efecto dominó que dispara Jara. La película pone mucho más énfasis en la disputa económica hasta conformar «un policial sin policías ni balas», como señala con lucidez Martínez. «Nadie es inocente» propone uno de los afiches de la película y no suena exagerado.

–¿Qué los decidió a ser parte de Las grietas de Jara?

Oscar Martínez: –Me atrapó la historia. El guión me agarró del cuello desde el primer momento. Leía y todo el tiempo me preguntaba cómo iba a seguir. Me gustó mucho esa estructura de thriller y Jara me pareció un personaje sumamente atractivo. Me sedujo meterme en la cabeza de este tipo. Un psicópata estafador de poca monta que pasa de ser el gato a ser el ratón. 

Joaquín Furriel: –Cuando leí el guión me pasó algo similar a lo que le cuenta Oscar. Y más: como la historia tiene mucho juego entre el presente y el pasado, me desesperaba saber dónde iba a terminar mi personaje. Es muy interesante cómo se desarrolla todo. Simó debe resolver un tema menor: Jara reclama que la construcción de un edificio del estudio provocó una grieta en su departamento. Casi un vuelto. Pero por la personalidad de Jara y la relación que se crea entre los dos las cosas se van mucho más allá. Fue muy valioso para mí poder reunirme con Nicolás Gil Lavedra (Verdades verdaderas, la vida de Estela, 2011) y saber qué quería hacer con la película, a dónde la quería llevar. Conocer lo que piensa el director y poder trabajar en equipo es algo muy valioso que no se da todos los días. Ahí confirmé que la propuesta era muy buena y la siguiente pregunta fue quién iba a hacer de Jara.

–¿En ese momento te dijeron que Jara iba a ser Oscar?

J F: –Me dijeron que estaban en tratativas con Oscar y para mí fue el sueño del pibe. Había tenido la oportunidad de trabajar con grandes actores, pero nunca con él. Las grietas de Jara me reconforta como película y tiene el valor agregado de que me permitió trabajar por primera vez con Oscar, un actor que admiro. Incluso hasta mi mamá es fanática de Oscar. Ve todo lo que hace: en cine, TV o teatro. Me acuerdo que la obra Mala sangre la fue a ver cuatro o cinco veces, siempre acompañada de un familiar diferente.

OM: –Nunca me contaste.

JF: –¿No? Quizás no te di tanto detalle. Mi mamá no se perdía nada. Me acuerdo cuando daban Nueve lunas por Canal 13. Eran a las 22 y en mi casa a las 21:30 todos estábamos bañados, comidos y listos para ir a dormir. Si alguno quería quedarse despierto podía hacerlo, pero bajo promesa de no emitir una sola palabra. Esa era la hora de mi mamá y había que respetarla.

OM: –¡Me odiaste desde pequeño! Ahora entiendo (risas).

JF: –Por eso leo o escucho «Oscar Martínez» y se me produce un efecto similar al del protagonista de La naranja mecánica cuando le ponían la la Sinfonía N° 9 de Beethoven (risas). Y ahora hice una película con Oscar en la que interpreta a un psicópata (risas).

–La historia está contada desde Pablo Simó, pero Jara le cambia la vida.

OM: –El protagonista es Simó. Cuenta la historia, piensa, le pasan cosas y eso va modificando la trama. En algún punto Jara es más plano: siempre va por el mismo lado. Pero la relación de confrontación/simbiosis es fundamental. Por eso es muy importante sentirse cómodo con el otro actor. Es como cuando te ofrecen una historia de amor. Es fundamental saber quién va a ser la actriz. Esta no es una historia de amor, pero de alguna manera los personajes se definen por el otro. Jara es un psicópata que pega donde duele, que encuentra las grietas del otro y las socava. Aunque su final no sea el esperado por él. Por eso digo y repito que hicimos un policial sin policías ni balas.  

JF: –Yo siento que Jara pone en palabas lo que mi personaje no se anima a ver de sí mismo. Simó siente una empatía extraña con Jara. Paradójicamente, Jara lo observa y se ocupa de él como nadie.

–En estos tiempos de la Argentina, la palabra grieta tiene significados que van mucho más allá de lo literal. ¿Qué les produce a ustedes?

OM: –En el caso de la película hay una grieta concreta. El nombre de la novela incluía esa palabra y por eso también está en el título de la película. 

JF: –La película no tiene que ver con esa grieta que de un tiempo a esta parte se instaló como una especie de separación que tenemos los argentinos. Yo nunca me comí esa palabra. Me parece que está bien que algunos programas hayan hecho mucho rating con ese término porque funciona casi como una telenovela: por un lado, los Capuletos y, por el otro, los Montescos. Entretiene, distrae. Pero que mis ideas no coincidan con las de otro no significa que nos separe una grieta insalvable.

OM: –Es algo muy característico de la Argentina. Está en nuestro ADN. Unitarios y federales, peronistas y antiperonistas… Siempre hubo dos modelos de país en pugna, aparentemente irreconciliables. Venimos de una historia de divisiones y violencia. (Juan Bautista) Alberdi fue a visitar a (Juan Manuel de) Rosas a su destierro en Inglaterra. Habían estado enfrentados durante mucho tiempo, pero se juntaron en términos respetuosos. En esa oportunidad Alberdi dijo que hasta que los argentinos no lográramos una síntesis entre federales y unitarios no íbamos a poder tener una nación. Todavía estamos en eso.

–Las políticas del Incaa durante la gestión del macrismo generaron muchas críticas y preocupación. ¿Cómo las ven ustedes?  

OM: –Yo creo que hay que esperar. Hay quienes están protestando, pero a mí en líneas generales no me parece mal esta nueva etapa. Creo que había desorganización, despilfarro y una manera un tanto demagógica de manejar los fondos del instituto. Se malogró muchísimo dinero en películas donde no se privilegiaba la calidad. En ese sentido me parece bien el cambio. Pero insisto, cuando pasen un par de años más vamos a poder evaluar cómo fue la gestión del Incaa durante este Gobierno. Hacerlo ahora me parece prematuro. 

JF: –Yo pienso que después de 12 años de un gobierno no es fácil aceptar que llegó otro con otras políticas. Pero este gobierno fue elegido democráticamente y tiene derecho a implementar las medidas que considere correctas. Aunque estemos o no de acuerdo con estas políticas y tantas otras. Sigo muy atento lo que pasa con nuestra industria del cine porque tiene que ver con nuestra identidad. Afortunadamente, cuando salimos al exterior vemos que el cine argentino es reconocido y funciona casi como una marca. Eso también se logró porque muchos operaprimistas tuvieron la oportunidad de hacer su primera película.

–Muchos protagonistas del medio señalan, entre otras cosas, que con las nuevas políticas hay riesgo de que no sigan apareciendo operaprimistas. 

JF: –Me parece que entrar en terrenos de supuestos no es saludable. Por otro lado, el gobierno tiene la potestad de hacer la gestión que decida hacer porque fue votado para eso. 

OM: Pero ellos tienen que llevar a cabo una política en consenso con el sector. Nadie vota a un gobierno por lo que va a hacer con el Incaa. Siempre se habló de corrupción en el instituto. Desde que empecé en este oficio. Por eso me parece perfecto que se audite el dinero público. 

El regreso al jardín

El mundo de la actuación es complejo. Incluye producciones costosas, agendas complicadas y demanda la sabiduría de saber cuándo un proyecto es bueno sin siquiera haberse filmado una escena. Joaquín Furriel lo sabe y lo señala como una de las claves del oficio: «Me tomo mi tiempo para elegir en lo que voy a trabajar porque es una parte muy importante de mi vida –subraya–. Por eso me pone muy feliz poder hacer una nueva temporada de El jardín de bronce. Volver a trabajar con un equipo magnífico después de un año y medio es algo que pocas veces pasa y esta vez podré darme el gusto. En agosto comenzarán las grabaciones, pero ya empecé a leer el libro y es increíble. La producción de HBO es de primer nivel y eso siempre suma».

De los dos lados del Atlántico

Oscar Martínez tiene una carrera de casi 50 años y recibió múltiples reconocimientos. Pero el éxito de taquilla y de crítica de El ciudadano ilustre (2016) potenció su llegada internacional. Sus próximos planes así lo reflejan.

OM: –Me estoy yendo a España para filmar Yo, mi mujer y mi mujer muerta. Es un proyecto muy atractivo que me tiene muy entusiasmado.  

–El título es fuerte. ¿Interpretás a otro psicópata?

OM: –(risas). No, hay que variar. No quiero adelantar mucho, pero es un guión muy inteligente y tiene todo el talento de Santi Amodeo (Astronautas, Cabeza de perro, ¿Quién mató a Bambi?), un director muy joven y con una gran llegada. Empezaremos a rodar el 20 de enero y para el 18 de febrero haremos las tomas finales en Buenos Aires, seguramente durante tres semanas. «