En Matrimillas, el exitoso actor de cine, teatro y televisión encarna a Federico, un joven inmaduro y algo machirulo cuya relación amorosa con Belén (Luisana Lopilato) se encuentra en crisis. Entonces, la pareja decide recurrir a una empresa que les facilita una novedosa app que funciona como un sistema contable que les resta o suma puntos en función de los supuestos méritos que vayan haciendo el uno para con el otro. Pero, aquello que en principio parece ser la búsqueda de solución al matrimonio, no es más que una fachada para multiplicar la competencia entre ellos y buscar más espacios por fuera de la pareja.

–¿Qué te empujó a querer interpretar a Federico?

–La comedia romántica es un género que me gusta. El argumento se basa en conflictos muy reconocibles en la maquinaria del matrimonio o de una pareja que convive y tiene que empezar a lidiar con un montón de pequeñas negociaciones y de créditos a favor y en contra para poder convivir. Me divertía la idea absurda de una aplicación que cuenta arbitrariamente los créditos a favor y en contra, en este caso, las «matrimillas». Me parecía que era buen material para generar comedia. Después y principalmente, está la dupla con Luisana, que es una excelente actriz con la que siempre habíamos tenido ganas de trabajar y sentíamos que podíamos generar una buena química. 

–Por más que la idea de la aplicación de las matrimillas suene absurda. ¿Qué referencias reales te parece que tiene?

–Me parece que sirve como excusa para hablar de la mercantilización de las acciones dentro de una pareja. Es decir, parecería que expresa algo de la realidad: las relaciones humanas siguen la lógica mercantilista del te doy tanto a cambio de tanto. Entonces, ¿cuánto vale cada cosa? ¿Cómo expresar en números algo que debería pertenecer al campo de lo afectivo? ¿Cómo ponerle precio a llevar a los hijos a la escuela, arreglar o reparar tal cosa de la casa o bajar la tapa del inodoro?

–Teniendo en cuenta que la comedia puede ser un género muy efectivo para, a través del humor, reflexionar o criticar la realidad, ¿en qué términos te parece que lo hace esta ficción?

–En la película está presente la idea de que uno hace algo no solamente para que el otro se sienta bien, sino para tener un rédito en torno a eso. Ese lugar, un poco egoísta y ventajero, es divertido para la comedia, pero también habla de la realidad, casi del sujeto neoliberal. No es que los personajes principales sean buenos y altruistas, sino que hacen esto para obtener esto otro. Pareciera que en tiempos del hipercapitalismo, hasta el amor se mercantiliza y todo tiene un precio, un costo y un beneficio. Incluso que la aplicación sea presentada por una española y que eso supuestamente le otorgue una idea de seriedad, prestigio o de modernidad europea avanzada me parece divertido y habla de todo un sistema.

–¿Cómo describirías a Federico?

–Me parece que es un personaje al cual le cuesta enfrentar el conflicto. No tiene capacidad, ni herramientas para tener una conversación más adulta con su pareja. Hay algo muy inmaduro e infantil en él: antes que tener una conversación seria y entre pares prefiere mentir, recurrir a las aplicaciones o decir que va a hacer una cosa y después hacer otra. Parece más la actitud de un chico ocultándole algo a la madre. Pero lo veo en muchas parejas, alguno ocupa ese rol del que no quiere enfrentar el conflicto y elude responsabilidades. Ese es el conflicto de Federico.

–¿Considerás que evoluciona?

–En principio es un buen tipo, pero no pone demasiado en la pareja. Y su libido está puesta en sus amigos. En reunirse y cocinar con ellos, no en irse de joda. Pero pareciera que cuando escapa de la vida familiar puede ser más lo que quiere ser. Eso lo lleva a cuestionarse junto al personaje de Luisana ¿Cuáles son los espacios íntimos, privados y de libertad de cada uno y cuáles no? Esos temas suelen circular en las parejas. Finalmente, creo que, después de un tiempo de separación, los dos se encuentran a sí mismos y descubren que pueden ser ellos mismos y no una ficción en sus parejas. 

–¿Cuál es el valor de hacer una comedia romántica en tiempos en que el amor romántico está tan puesto en tela de juicio?

–No le temo al género porque justamente es una comedia.  Hay comedias u otros géneros, que, desde otros lugares cuestionan los lugares románticos de la pareja y me parece celebrable. Pero Matrimillas no es una comedia romántica que pone el acento en lo normativo, lo heteronormativo ni en roles fijos del varón y de la mujer, sino que justamente los cuestiona. Además, la apelación al romanticismo por parte de los personajes se torna una lucha entre los dos donde cada uno le hace un supuesto bien o un favor romántico al otro para hacerle daño. Considero que el material romántico para hacer una comedia sigue siendo muy vigente. También sirve para que se pueda pensar la amistad, la pareja, la convivencia, el amor, la familia desde diferentes enfoques. En la película, el romanticismo en su grado cero –llevar flores o el desayuno a la cama, hacer regalos, dejar mensajes de «te amo» e incluso conceder fantasías sexuales–se pone al servicio de acumular millas. Mi personaje es romántico con la esposa para irse de viaje con los amigos. En el camino va descubriendo cosas o gestos del romanticismo que tienen que ver con ser más abiertos y escuchar a la pareja.

–¿Qué relación encontrás entre la primera escena en la que se conocen con el personaje de Luisana y el resto de la relación entre ambos?

–Me parece importante que fuera literalmente un crash: dos personas que pertenecían a mundos distintos, que no tenían amigos en común y se encuentran por accidente. Algo de lo literal funciona en las comedias y literalmente chocan el uno con el otro. Estos dos que parecían separados por diferencias irreconciliables –de clase, de carácter, de posiciones en relación con la responsabilidad– hicieron una vida en común. 

–Si tuvieras que elegir la escena que más te divirtió y la que más te conmovió hacer, ¿cuáles eligirías?

–Una que nos hizo reír mucho es el supuesto trío erótico que crea el personaje de Luisana. Ella arma una situación de ménage à trois de su esposo con otra mujer, sabiendo que es una fantasía de él. Fantasía típicamente masculina y donde él se cree que es un capo, un dios y está siendo engañado. Fue muy divertido también hacer el robo con los amigos interpretados por Julián Lucero y Santiago Gobernori, dos actores espectaculares que admiro mucho. Esa escena permite preguntarse hasta dónde se puede llegar y hasta dónde se puede herir al ser amado para lograr lo que se quiere en términos individuales. Una escena conmovedora es cuando ellos ya están separados y Federico va al partido de básquet del hijo para poder compartir más cosas con él y entonces llega Belén, su exesposa, y él quiere acercarse y no sabe cómo. Esas imposibilidades que se tienen a veces, de acercarse a las personas que se aman me parece siempre emocionante.

–¿De dónde tomaron el concepto de matrimillas?

–El concepto de donde salió matrimillas existe en el mundo anglosajón y en Latinoamérica está muy extendido. Está tomado de las aerolíneas o de las tarjetas de crédito, acumular puntos para canjear. Pero el tema existe desde que existen relaciones humanas y el capitalismo. No solo en las parejas amorosas, sino también en los amigos, en compañeros de trabajo: «yo hago esto, pero vos hacés esto otro». De hecho, indagamos en grupos de Facebook para construir los personajes. Lo que inventa la película es la aplicación que pone las reglas claras. Como si fuera una aplicación para adelgazar o dejar de fumar.  

–¿Encontrás puntos en común entre tu personaje y vos?

–A todos los personajes que interpreto los trato de habitar y poblar con cosas mías, entonces siempre encuentro cosas muy reconocibles en ellos. Lo difícil es hacer comedia porque es un género muy preciso donde hay que encontrar mucha interioridad para dar el tono, dar en las teclas aledañas y cercanas para hacer reír. «


Matrimillas

Dirección: Sebastián De Caro. Guión: Gabriel Korenfeld y Rocío Blanco. Elenco: Luisana Lopilato, Juan Minujín, Betiana Blum, Andrea Rincón. Estreno: 7 de diciembre en Netflix.


Más allá de las primeras lecturas

Siempre en tono de comedia y a partir de la relación en crisis entre Federico y Belén –efectivos y creíbles Juan Minujín y Luisa Lopilato–, Matrimillas indaga en una cuestión mayor: la de las relaciones amorosas viciadas por la lógica del dinero y del poder en los tiempos oscuros del neocapitalismo. Así, siempre entretenida, eficazmente musicalizada y con momentos paroxísticos que evocan las terribles peleas del matrimonio encarnado por Michael Douglas y Kathleen Turner en La guerra de los Roses (Danny DeVito, 1990), la ficción dirigida por Sebastián de Caro y escrita por Gabriel Korenfeld y Rocío Blanco resulta más profunda de que lo parece en una primera lectura.
Con reminiscencias a Georg Simmel –el sociólogo que en Filosofía del dinero amplió el apartado de El capital que Karl Marx dedica al fetichismo de la mercancía y describió las maneras en que el mercantilismo intentaba volver calculable hasta las dimensiones afectivas del ser humano–, Federico y Belén recorrerán un camino para percatarse de aquello que el pensador alemán presagió: todo aquello que el ser humano intenta poseer o valorizar en moneda termina consumiéndolo o desgastándolo como a cualquier objeto.
Tal como expresa en su artículo «El dinero no hace la felicidad», solo perdura y libera aquello que no requiere la propiedad ni la cuantificación, lo inasible –un beso, un amanecer, ver crecer a los hijos– y aferrarse a esos instantes es la resistencia al mundo sin corazón capitalista.