Este año Kevin Johansen está de estreno. Contento con el resultado de su último disco, Mis Américas vol. 1/2, se siente cada vez más seguro de sus logros musicales. «Con los discos te das cuenta cuando pasa algo o no pasa nada. Hay un ‘cri cri’, generalizado y vos por dentro decís, ‘uh, no le gustó a nadie’. Por suerte, con este hay una buena reacción», dice el músico, entre risas.

Le cuesta hablar de él, por eso la excusa son las canciones. Y entonces sí puede contar que sabe que puede atravesar con éxito, diferentes estilos y ritmos; que cuando le gustan las melodías puede pasarse horas enteras tarareándolas y ensayando palabras para cada composición; que le gusta identificar las tonalidades de los ruidos de la calle, que tiene clarísimo cuál es el acorde en el que está cada sonido y que cuando llega a la guitarra sabe exactamente cuál es la nota que le va a permitir comenzar a jugar.

La primera sorpresa musical que dio Kevin Johansen fue en el año 2000, cuando llegó al país con su primer disco The Nada. Las canciones con juegos rítmicos, con irreverencia compositiva y con desparpajo de género despertaron el interés definitivo por este artista nacido en Alaska, criado en la Argentina y desarrollado en Nueva York.

Mis Américas, justamente habla un poco de todo esto que es Johansen. La combinación de letras, música e invitados (ver recuadro) completan el perfil del artista, que dice que su mayor mérito fue haber logrado sintetizar. «Es un disco muy conciso, no es chicloso y es fácil de digerir. Lo achiqué a propósito. Con el tiempo uno va haciéndose más amigo de la síntesis, inclusive en la duración de los temas. Antes duraban cuatro o cinco minutos, ahora tres. Lo voy logrando con el oficio», explica. «También intenté amigarme con algunas cosas mías. Por ejemplo, hay un tema que está mitad en castellano y mitad en inglés. Tenía muchas dudas de cuál dejar, pero el productor, Cachorro López, me dijo que lo deje así. Y es cierto, está bien, tengo que asumir mi mezcla. Si yo pienso así. Pienso en castellano y pienso en inglés».

–¿Cómo es la composición en ese modo?

–Soy muy musical. Tengo la ventaja de tener oído absoluto en el sentido de que puedo estar en la bici o en un ascensor y puedo elucubrar las armonías que están en lo que escucho. Soy fan de la armonía, me gustan mucho los acordes, jugar con sorprender desde ahí. Mis melodías, por lo general, son sencillas, yo las comparo con un auto que va por una ruta y que tiene un montón de bajadas, subidas y cuestas, curvas… Eso para mí es la armonía. Mi banda, The Nada, cuando hay un tema nuevo dice: “Ojo con los temas del Gringo que son ‘cazabobos’, parecen fáciles pero se van por una tangente medio loca” (risas). Y es cierto, me gusta sorprender. El laburo creativo es un momento medio de trance. Cat Stevens, que ahora es Yusuf Islam, decía que la creatividad es un estado de hipnosis en el que uno entra y se la pasa tarareando una melodía, viendo un acorde, buscando que una frase sea noble y esté cerca de la calidad de la música; que tenga que ver con el estado de ánimo que querés mostrar con esa música… Después está el tema de la letra, que es conjugar sonoridad con sentido y que la canción tenga todo eso. A veces se logra, otras lográs una cosa y no otra. Lo difícil es lograr las dos. Con la madurez llega también decir lo que me estaba pasando. En mi caso, soy bastante pudoroso, no soy netamente extrovertido y me cuesta abrirme hasta conmigo mismo para decir algo fuerte o muy sincero desde una canción. Esa exposición me da miedo. En este disco, pude decirlo y eso también le gusta a la gente.

–A pesar del pudor, ¿podés hacerte cargo de que te convertiste en referente para un montón de músicos que vienen después?

–Sí, ahora sí. Me costó mucho pero no se puede negar lo que vas percibiendo. Hace algunos años, antes de que me produjera, me encontré a Tweety González (productor) en un aeropuerto y me dijo que cuando llegué acá con el primer disco, y ese otro donde está «Guacamole» y «El Círculo», había traído una brisa de aire fresco. Yo era medio inconsciente, la verdad es que venía medio caído del catre, después de diez años afuera, a pesar de que me sentía muy porteño. Sabía que había hecho un disco muy argentino pero en Nueva York y con un espectro de músicos latinoamericanos. De algún modo, este disco, Mis Américas, viene de ahí. También veo que hay algo lindo de agradecimiento, cierto riesgo en tratar de ser original, de sorprender. Uno intenta tocar un nervio propio para tocar el ajeno sabiendo que si no te emocionás con lo que hacés no vale nada. En ese sentido, este disco a mí me emociona y me lleva para lindos lugares.

–¿Sos de enamorarte de tus canciones?

–Y sí. Hay metejones con las canciones porque esos estados de ánimo pueden irse y pueden volver, son cíclicos. O temas que te daban cierta vergüenza pero fue tal la entrega y fue tan inconsciente lo que brotó… yo me acuerdo de que le mostraba al amigo metalero o a la amiga punky y les gustaba. Entonces estaba pasando algo que, con el devenir de los temas, te das cuenta. A mí me van y me vuelven las canciones. Estoy muy satisfecho y orgulloso con este disco, por el material y por cómo suena lo que la gente escucha. Uno siempre quiere gustar a los que te quieren, pero también quiere sorprender a los que no te conocen.

–¿Cuándo sentiste que podías emocionar con tu música?

–Uno recuerda a los dos o tres amigos en la secundaria a quien vos les mostrabas la canción, la compartías y ellos te decían «tocá de nuevo ese tema». Empezás a sentir una confianza linda porque estás conectando. En realidad, hacés esto para conectar, ya sea con estadios llenos o con teatritos de 20 personas. Si no conectás, no sirve para nada. Después de eso viene el combo de guita y las tentaciones, eso ya es otra cosa. Realmente, uno hizo esto para conectar y eso lo tengo clarísimo desde siempre. Tuve también la suerte de tener tropezones porque de chico tuve mi banda, Instrucción Cívica, con la que tuvimos diez segundos de fama, ni llegamos a minutos… (ver recuadro).

–¿Cómo se dan esas conexiones desde arriba del escenario?

–Es una instancia más fuerte de lo que uno quiere reconocer. A veces terminás un show muy arriba, y estás en una mesa larga brindando contento con todo el mundo, y otras estás solo en un hotel sin poder dormirte hasta la madrugada. Hay una conexión física de gente que te quiere o quiere tenerte cerca; gente que te cuenta experiencias, hay muchas cosas impensadas que te brinda una canción. No fue premeditado ni hubo especulación pero hay una cosa energética fuerte. Yo percibo al público pero no lo miro mucho. Es un buen ejercicio percibir la energía y manejarse por la percepción. Hay mucha energía para evitar y para recibir y que te enriquece desde un lugar sano y lindo. Todo es un aprendizaje permanente que, a veces te agarra cansado, a veces en momentos más críticos, pero siempre es un espacio importante para nosotros. Gracias a los cambios discográficos el vivo es ahora el lugar donde se corta el bacalao. Volvés a creer en el artista a partir del show. «

Un disco de tres ciudades

Mis Américas vol. 1/2 fue producido por Matías Cella con la participación de Cachorro López. «Tenía ganas de trabajar con ellos. Las canciones fueron grabadas en estudios de diferentes ciudades con productores internacionales. Es un disco que tenía que ver con los viajes, que es algo muy mío en algún punto. Que sea ‘volumen medio’ indica también que es la punta del iceberg, que esto recién arranca, porque estas son mis Américas más próximas. Por ejemplo, Nueva York que se parece en algunas cosas a Buenos Aires: mucho adoquín, mucho cemento, mucho tano, judío, europeo, mucho latinoamericano; Río, que es una ciudad satélite pero que es una ciudad que se camina, que es próxima y a la vez es otro planeta. Y Buenos Aires, por supuesto, donde hay mucho guiño con el rock nacional y mucho de folklore. Fue una experiencia maravillosa, porque fue muy fluido, teníamos ganas mutuas de trabajar. Cachorro y Matías eligieron los temas que les gustaban a ellos. Logramos que se sientan cómodos, que les guste. Cachorro de hecho se reía porque yo a todo decía que sí. Me gustó encontrar el lado fuerte de cada uno de ellos. Se aprende», reflexiona el músico.

La primera experiencia

Instrucción Cívica fue la banda debut de Johansen, formada junto a Julián Benjamín. Nació en 1986 y grabaron dos discos. Luego, la mala gestión de un productor dio por finalizado el dúo. «Era algo parecido a lo que es hoy The Nada. Yo idealizaba mucho a Sting, cantaba todo finito, me acuerdo que años después mis amigos me decían ‘¿pero no escuchaste a Leonard Cohen que canta y tiene voz grave? ¡Cantá normal!¿Por qué te hacés el Sting? Y ahí me fui avivando de amigarme con mi esencia vocal. En Nueva York empieza mi verdadera escuela musical, ahí encontré la posibilidad de grabar seguido, de foguearme en un escenario a veces frente a 25 personas y otras frente a 200.»

Invitados para todos los gustos

Mis Américas Vol. 1/2 tiene 13 canciones interpretadas junto a The Nada y un particular listado de invitados: Marcos Mundstock, Palito Ortega, Ricardo Mollo, Pity Álvarez, Miss Bolivia, Lito Vitale, sus hijas Miranda y Kim Johansen, el brasileño Arnaldo Antunes, los peruanos Kanaku y El Tigre, y el chileno Macha Asenjo (Chico Trujillo). «Me cuesta convocar a mis ídolos, me cuesta proponer, no sé si les va a gustar, voy con cuidado. Por ejemplo la ‘Bach-chata’, tocaba un lugar muy Les Luthiers, entonces era un tema perfecto para que Marcos hiciera un monólogo y participara Palito de quien comprobé la humildad de los grandes. Le dije ‘maestro, hay un guiño a su tema La Felicidad, le pido permiso para usar esa influencia y le pido si se anima a cantar el estribillo’. Y sí, se prestó, hasta vino a la presentación del disco. Comprobar eso es lindo. Lo mismo me pasó con Mollo, la ‘Zambaguala’, ir por un lugar que él conoce y ¡ está cómodo; Lito Vitale, que hizo un piano maravilloso; el tema de Pity, ‘Folky’ que cuando apareció yo escuchaba su voz y por eso lo invité. El disco salió muy orgánicamente», concluye Kevin.