Desde fines de la década del ’60, el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor tienen algo muy en claro: aman hacer música juntos. Han transcurrido más de seis décadas y los británicos lo siguen haciendo en la actualidad: desde 2012, con el cantante estadounidense Adam Lambert, finalista del reality show “American Idol”. Es precisamente eso lo que narra “The Show Must Go On: la historia de Queen + Adam Lambert”, documental dirigido por Christopher Bird y Simon Lupton, disponible en Netflix. Se trata de un registro audiovisual entretenido y correcto, adjetivos aplicables al proyecto que comparten estos próceres del rock que sostienen musicalmente a la banda y a la estrella pop que aceptó el inmenso desafío de ser su frontman. Quizás esta sea la arista más interesante del documental: dejar en evidencia, sin buscarlo, la diferencia entre un fenómeno cultural satisfactorio y uno histórico, trascendental y revolucionario.

Luego de sus presentaciones con su banda previa, Smile, May y Taylor incorporaron a Freddie Mercury en voz y posteriormente, luego de varias pruebas, a John Deacon en bajo. Así quedó conformado Queen, uno de los grupos musicales más importantes de la historia de la música popular, que logró un balance muy poco común: ser una banda de estudio maravillosa y realizar presentaciones en vivo de primer nivel. Posteriormente a la muerte de Mercury –ocurrida el 24 de noviembre de 1991– y del misteriosamente hermético retiro de Deacon –en el segundo lustro de los ‘90–, May y Taylor continuaron sus respectivas carreras solistas, pero manteniendo la vitalidad de la banda entendida como fenómeno transmedia: el propio guitarrista lo define en el documental como “universo Queen”.

Y la película se trata, justamente, de un momento particular de esa construcción: de Queen + Adam Lambert, proyecto que surgió luego de homenajes con diversos artistas, la producción del musical “We Will Rock You”, la participación en programas televisivos, la producción del tributo oficial “Queen Extravaganza”, la gira con Paul Rodgers haciéndose cargo de la voz… Es decir, de lo que se podría considerar un momento de estabilidad y refundación de Queen, que coincidió con el film ficcional “Bohemian Rhapsody: la historia de Freddie Mercury”. Para profundizar sobre la producción de documentales referidos a la banda, es muy recomendable el capítulo “Turn Our Lives Into a freak show” del podcast Puerto Bulsara, conducido por Bebe Sanzo y Alexis Valido.

Sin dejar lugar a dudas, May indica en el documental que haber sumado a Lambert en la formación “fue como una transfusión de sangre. Sangre joven, no hay nada igual”, para posteriormente rematar con un “sin este tipo nada de esto sería posible, estaríamos en casa en pantuflas”. Eso queda claro, tanto como que sigue habiendo un público histórico de la música de Queen, además de otro nuevo que se sumó cuando la banda logró algo que parecía imposible: volver a ponerse de moda y seguir siendo un grupo de estadios, mientras podrían estar tocando en cruceros o casinos. También, la inteligente decisión de Lambert de nunca querer imitar a Freddie, y mantenerse fiel a su construcción autónoma como artista. Sin embargo, el film tiene una tendencia de justificación a tal punto que intercala imágenes actuales con otras de archivo con testimonios de Mercury, con la intención de concatenar ambos discursos de forma innecesaria. Asimismo, una única brevísima mención a Deacon luego de 20 minutos, no hace más que incrementar su ausencia.

En ese sentido, además de la inevitable nostalgia por un pasado que no va a volver, The Show Must Go On: la historia de Queen + Adam Lambert pone otro factor clave en escena: que lo mejor que le pueda pasar a un joven artista consagrado es ser el invitado de una banda fundada hace 60 años, nos tiene que llamar la atención sobre la alarmante vacancia de proyectos de esa magnitud en la escena musical actual y, en consecuencia, de la futura.