Como corresponde a toda expresión que se precie de feminista, The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada) terminó su tercera temporada envuelta en polémica. Hubo críticas y alabanzas como nunca, y como nunca igual de divididas. Si la primera fue el tiempo de la anuencia y la segunda la de una tímida objeción del estilo «está buena, pero no es para tanto», en la tercera las aguas se dividieron equilibradamente. La cuarta y definitiva temporada dirá cuál imaginario prevalecerá entre el público: siempre la última impresión es la que prevalece, por más que la primera sea la que cuente.

Pero las lecturas suelen estar más sesgadas de lo que admiten: casi es ley que se olvide las circunstancias en las que se realiza cada una, y más si hay que hacerlo en retrospectiva. Por eso es bueno recordar que la temporada de apertura de la primera serie original de Hulu en ganar un Emmy apareció cuando aún no había denuncias contra Harvey Weinstein ni sus consecuentes #MeToo y Time’s Up. La segunda encontró objeciones a ciertas formalidades, algo común en los productos altamente exitosos. Pero nada se decía de su barroquismo conceptual, horizonte que la hacía de una intensidad distinta a la que el ojo occidental y cristiano (y patriarcal) estaba acostumbrado. La tercera es la más pródiga en argumentos contrariados.

Antes de avanzar, otra observación de los orígenes de la serie: su fuente principal en el libro homónimo de Margarette Antwoord, quien a mediados de los ’80, ante la contraofensiva misógina en los Estados Unidos de Reagan, vio en el 1984 de Orwell, los crímenes nazis y las revelaciones que se daban sobre secuestro y apropiación de bebés en la Argentina 1976-83, una relación que podía dar a luz una nueva historia distópica: la de un país (Gilead, ex Estados Unidos) que, ante la merma abrupta de nacimientos, entra en pánico y ve la salida en las ideas reaccionarias de un grupo de civiles que propone volver a una especie de sociedad bíblica, en la que los que mandan se reproducen esclavizando a la mayoría de las mujeres y especialmente a las fértiles.

En cuanto al presente, luego de que el final de la segunda temporada se sentía en alza porque June consiguió salvar a alguien importante en su vida, a poco de andar se deprime (y por lo tanto se adapta bastante a Gilead) porque no encuentra salida a su deseo de liberar a su hija. Un «No» (en la escena en la que frena una horrenda golpiza al tiempo que pone el cuerpo) y la posibilidad de reformular el sueño que la mantiene viva en ese estado de cosas. Sucedió a mitad de temporada, y por lo que se leyó y escuchó en las últimas horas, parece haber quedado fuera del foco de análisis.

El «No» es un pilar de la lucha feminista. Yendo más allá, el «No» es esencial a la idea de libertad humana. Dicho de otro modo, sin negatividad no hay mundo (habría paraíso, según los términos cristianos, que son precisamente en los que se basa la conformación de Gilead). Pero la soledad que produce ese «No» abre el camino a un brote de locura, de perdición. Muchas mujeres famosas –y castigadas– de la historia han recorrido ese camino a la brujería; y han encontrado en la admisión, a su manera, de esa condición, su posibilidad de liberación. June emprende ese camino. Y se le ocurre un plan que la lleva a un estadío que aún no había conocido: el de la mujer resuelta que sabe de las serias consecuencias de su determinación, pero sabe mejor que sólo así podrá conseguir algo cercano a lo que busca, incluso cuando termine haciendo cosas que de haber podido, habría preferido no hacer.

Las decisiones narrativas de la serie no han conformado a los que la ven como una exageración feminista o una distopía fuera de tono y tiempo (mayormente desde los sectores heteronormativos), y tampoco, simplificando (mucho), a los sectores feministas más radicales. Incluso los que la aplaudieron ponen más peros de los que serían congruentes.

En ese sentido, pese a ser escrita con bastante antelación, la serie parece estar en sintonía con el pulso de la coyuntura: latente y con sus demandas en pie, la sensación de marea feminista ya no se siente como en su lanzamiento; hay más bien réplicas a sus procederes, lo mismo que intensos debates internos. Así y todo no hay arrío de banderas ni postergación de demandas. Acaso nuevas formas de seguir la lucha. O, si se prefiere, una promesa menos expuesta pero vital del feminismo: cuestionar todo lo dado siempre y en todo lugar, porque lo que normativiza aplaca, apaga el deseo, ese motor que nos hace humanas y humanos.  «

The Handmaid’s Tale. 
Final de la tercera temporada. Creador: Bruce Miller. Elenco: Elisabeth Moss, Max Minghella, Alexis Bledel, O.T. Fagbenle, Madeline Brewer y Samira Wiley, entre otros. Plataforma original: Hulu.