Si cuando empezaba el siglo a una bebé una madre le contaba a modo de cuento nocturno que cuando adolescente su vida estaría surcada por un pañuelo verde, los paros del 8 de marzo, la x en los sustantivos -por nombrar algunos tópicos-, quien la escuchara, acaso -sobre todo si fuera hombre-, la acusaría de ser demasiado utópica; casi de transmitirle una fantasía dañina a la recién nacida. Quien lo hiciera seguramente no estaría al tanto de que, al mismo tiempo y entre tantas otras, Yanil era una adolescente muy inquieta por ver cómo su instrumento musical preferido, el bombo, estaba relegado a acompañar a otros que se presentaban, en escena, como más importantes. No está bien chequeado, pero si se la escucha, se podrá apostar que a Yanil Abu Aiach -cordinadora de la formación exclusivamente de mujeres de música y danza, Legüereale-, antes que reprochar el lugar del tambor, lo que más lo ofuscaba era la disposición jerárquica de los instrumentos; de los objetos; las personas; las relaciones.

“Coordino el proyecto desde que se inició, pero las decisiones son de todas”, arranca y deja establecido que sí, como al feminismo, las jerarquías le molestan. “Siempre toqué bombo y percusión, y candombe un tiempo. Antes tenía otros proyectos,  tocaba con otros musiques y un día me decidí a impulsar un proyecto propio. También daba clases. Se me ocurrió la idea de hacer un ensamble de bombos legüeros.”

-¿Por qué?

-Era el instrumento que más me daba, más vibra me provocaba. En su raíz africana, su toque colectiva que era una de las cosas que más me gustaba del candombe, su cosa de calle. Entiendo que es un instrumento de raíz afro que quedó como amputado culturalmente por el genocidio rápido que sufrió la población negra en la Argentina. El bombo había quedado en el folklore como adjunto a una formación clásica de guitarra y violín, que eran instrumentos de características mestizas europeas.

Con la idea de hacer “revisionismo folklórico”, como define a la idea de experimentar para mutar y así mantenerlo vivo, convocó desde sus talleres a “todes los que se quisieran sumar al ensamble de bombos y que nos sean exclusivamente que hayan tocado folclore. Cuando convoco se presentan el 90 por ciento mujeres.” Lo que vino después, como la mayoría de las cosas que logró el feminismo, deja a la fantasía del comienzo en una tontería más propia del que nunca tuvo la suerte de acercarse a una experiencia colectiva femenina que a la imaginación narrativa. “La convocatoria tenía una doble reivindicación: de la raíz afro y de la generosidad de las mujeres, porque culturalmente en su raíz afro siempre tuvo la participación de mujeres. Y cuando hay mucha participación de mujeres, cuando hay muchas mujeres juntas siempre hay contención. El sistema nos enseñó lo contrario: que nos peleamos, siempre hay una bruja, entonces la mujer tiene que estar aislada en el hogar; juntas nos interpelamos, nos contamos lo que no pasa. Y la percusión mueve, te conecta. Y eso pasó con Legüereale.”

Yanil propuso “tomarse esto en serio”, y el resto, que se habían sumado para hacer “lo que les gustaba sin importar la maternidad, el novio, lo que sea”, acordó enseguida. La decisión fue emprender una viaje iniciático en su más amplio sentido, que tal vez sería mejor definir como un viaje iniciático según el feminismo: irían por tierra hasta el Caribe colombiano –una de las regiones con raíces afros más profundas de América–, lo que les daría todo el bagaje cultural que no conseguirían sólo con libros; se ganarían la vida percusionando en las calles, consiguiendo así una práctica y ejercitación que ninguna cantidad de ensayos en su La Plata natal les daría; y, según Yanil, el sostén de todo este proyecto, “fortalecería el vínculo. Pasamos situaciones de supervivencia difíciles, de mucha construcción y gestión colectiva, de tomar decisiones, de abordar las circunstancia; nos fortaleció como grupa, mujeres y vínculos”.

El regreso fue el comienzo de otro camino (y de otra enseñanza del feminismo: el andar nunca se detiene, siempre hay más y nuevo por conseguir). “Cuando volvimos dijimos vamos adelante y empezamos a pensar en grabar el primer disco, que fue Celebración. Era la celebración de haber encontrado una comunidad que nos había hecho mejores personas y músicas también.” El crecimiento y repercusión del grupo llevó a Nadia Martínez a encarar un documental que recreara y registrara el periplo de Legüereale. “Viajamos a Bolivia de la misma manera y nos encontramos con mujeres tomboreras. Mujer salvaje se llama la película, y se estrenó hace unas semanas en el espacio Incaa de La Plata a sala llena. La comunidad cada vez es más grande.”

Este jueves 12 se presentan en Buenos Aires, en Hasta Trilce (Maza 177). Allí van a mostrar La Paz del Fuego, su segundo disco. Además de bombos legüeros y tambores, ahora hay guitarra, violoncelo, vientos, ronroco y otros instrumentos melódicos, conservando y adaptando la danza a una “búsqueda más sutil de sonido, porque sutiles son las experiencias como grupa. Empezamos a cantar más, palabra hablada y lírica, porque había una necesidad musical de esos instrumentos”. Y que estará en Spotify porque “tenés que avanzar sobre otras formas virtuales y queremos que llegar a la mayor cantidad de gente posible”.

Nada de lo hecho por mujeres antes les es ajeno. Yanil recuerda a “Mercedes (Sosa) tocando el bombo, era muy buena bombista aunque no se lo destacara así”, también a Mariana Carabajal que le dio otra impronta al folclore. Pero lo conmovedor es “la cantidad de mujeres que se compraron bombos. Muchas mujeres se acercaron a hacer algo: ‘cómo hago para hacer esto’; más de una decía que su novio o su hermano tocaban bien pero ellas no podían. Y no era cierto. Hay una cultura que manda a la mujer al piano, como mucho -para que toque en las reuniones familiares-, pero le parece mal que tenga un bombo entre las piernas. Y antes de que Europa copara la parada la música era de todes: impusieron la idea de que el músico tenía que tener capacidad, ser virtuoso y estar en un escenario. Legüereale rompió un poco eso: la música no pide permiso, cualquiera puede hacer música. Legüereale fue abrir eso, contagiar esa energía y que las mujeres salgan e hicieran lo que tenían ganas. Desde ese lugar el aporte es contundente”.

Legüereale. «La Paz del Fuego». Jueves 12 de marzo a las 21 en Sala Hasta Trilce, Maza 177.