Una historia fascinante, un plan maestro y una ejecución con precisión quirúrgica. La noticia del asalto al Banco Río de Acassuso, ocurrido el 13 de enero de 2006, ocupó horas de cobertura y especulación en los medios y se instaló en el imaginario colectivo con una fuerza tal que Netflix decidió invertir en contar la historia, pero esta vez a través de sus protagonistas.

Los Ladrones: la verdadera historia del robo del siglo trae la versión de los hechos pero esta vez contada, paso a paso, por Fernando Araujo, Mario Vitette Sellanes, Rubén “Beto” De la Torre y Sebastián García Bolster, los cuatro que lograron meterse en la entidad bancaria del coqueto barrio de Zona Norte y salir con un impresionante botín, dieciséis años atrás. Denominado por ellos mismos cómo “El Día D”, en este caso no hubo desembarco heroico ni enemigo atrincherado, sino una bóveda con un tesoro estimado entre 90 y 100 millones de dólares y unos ladrones escapando en gomones, con bolsos llenos de billetes.

De buenas a primeras, la atmósfera y el clímax que logra Matías Gueilburt, el director de la producción, en muchas de las escenas son prácticamente un documental en sí mismos. El realizador construye el espacio donde se desarrollan las cuatro narrativas de los protagonistas, que difieren y hasta chocan por momentos. La mayor virtud de Gueilburt y de lo que muestra es reconocer los atributos de aquellos personajes detrás de los ladrones, y explotarlos al máximo.

Pero esta historia, además de otros testimonios que complementan a los principales, también tiene bastante de ficción: pone nuevamente en los lugares de los hechos a Fernando Araujo, el autor intelectual del plan, y a sus cómplices; sustenta en imágenes varias el registro de aquel día del robo y afianza su relato escena a escena, dejando lo abstracto para el arte, otra pasión que será revisada constantemente por Araujo. Esto dispara preguntas en los espectadores, algo de morbo y también tiñe todo con un aire burlón. Un poco como el espíritu de la famosa leyenda que dejaron los delincuentes antes de la fuga: «En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores».

Otro detalle que agrega capas a este documental es la presencia de Miguel Sileo, el negociador policial que fue engañado por la banda, quién también cuenta su minuto a minuto como una crónica del partido perdido. De aquel hecho que se hizo pasar por una toma de rehenes, con armas de juguete y un escape cinematográfico por un túnel.

Sobre las cuestiones técnicas no ahondaremos mucho, porque son quizás el punto más interesante del documental, en términos logísticos del robo, y porque ya se han contado en la película de 2020, dirigida por Ariel Winograd encabezada por Diego Peretti y Guillermo Francella. Lo que sí resulta interesante de destacar es cómo se cruzan los caminos de estos tipos: un dandy que pendula entre las artes marciales, la “cultura canábica” y un particular sentido del arte como modo de vida; un escruchante que solo agarra trabajos seguros; un técnico mecánico, y un veterano del crimen con los músculos puestos a disposición para que nada ni nadie se salga de su lugar. Una vez que el equipo estuvo listo, ellos pulieron su propia creación.

En cuanto a Fernando Araujo, no es sólo el cerebro detrás de este robo maestro sino un personaje en sí, sin dudas el más interesante. Como buen guionista que también es, sabe construir su relato, plagado de frases y máximas que logran que el documental funcione para el director y para él mismo.

En cuanto al diálogo que se establece con El robo del siglo, la película y la producción de Netflix funcionan perfectamente una con la otra. La ficción está bien lograda y todas las omisiones que buscaron hacer más entretenido el film son develadas en este documental, que le da voz, nombre y cara a los verdaderos ladrones del siglo. Vale decir que el documental también echa luz sobre la investigación, el proceso judicial y la liberación y vida posterior de Araujo, Vitette Sellanes, De la Torre y Bolster. El resto es historia… O relato, o habladurías.