El tiempo es tan implacable como subjetivo. Avanza sin ofrecer espacio a la negociación, pero también funciona como una herramienta de medición que permite conclusiones diversas y hasta contradictorias. ¿Es Marilina Bertoldi la primera elegida de un rock refundado y feminista, que abandonó para siempre el falocentrismo? ¿O se trata de la última heroína de acción de un género en desbande? Los tiempos culturales también son una fuerza circular y –seguramente– poco importa qué es nuevo, viejo, adelanta o atrasa. Más allá de cualquier invocación o sentencia relacionada con los calendarios, Marilina avanza y se constituye como una protagonista ineludible de este presente, pero también busca trascender en el tiempo. Alimentada por el peso, encanto y brillo agrio de sus canciones y discos –esa gramática que abraza más allá de las imposiciones del streaming–, su carisma y una electricidad intrínseca que no se transmite por enchufes y el rock extrañaba. Pero también genera un fenómeno abajo del escenario, ese “pogo lesbiano más grande del mundo”, esas pibas que son como bombas pequeñitas, capaces de generar un espacio de pertenencia y celebración que no para de expandirse. Les gusta, pero es mucho más que rock & roll.

Marilina Bertoldi disfruta del mejor momento de su carrera y lo transita con entusiasmo y una lógica ansiedad. El vital Prender un fuego (2018) impuso un antes y un después en su vida. Recibir el Gardel de Oro en 2019 significó mucho más que conquistar el máximo galardón de una industria en declive: dejó constancia y le dio mayor visibilidad a una artista feminista y militante del colectivo LGBT+ surgida del under y armada solo con sus canciones. Se trató, también, de la segunda mujer que alcanzaba ese reconocimiento. Desde entonces los shows y la exposición se multiplicaron, apareció la pandemia, retrocedió la pandemia, hace semanas llegó el esperado Mojigata, la gira por el interior del país fue otro gran paso y se viene la gran presentación del domingo 19 de junio en el Luna Park. El título de su cuarto disco solista contrasta con la “naturaleza desborde” de Marilina y ofrece nueve canciones donde se cruzan el folk, el power blues, el rock, el funk, las melodías pop y bastante más entre historias de amor, deseo, locura y desencantos. La cantante, compositora y multiintrumentista también se hace cargo de la producción y propone un viaje introspectivo por sus emociones que se entrelazan entre múltiples capas de voces y arreglos.

Uno de las momentos más difíciles para la carrera de un músico que pega el gran salto es “el disco después”. El impacto y prestigio que generó Prender un fuego sumó fans, curiosos y presión. “Siempre hay presión en esta profesión porque estás muy expuesta –confiesa Marilina en diálogo con Tiempo–. Pero logré ponerla a mi favor. Me dio más pilas, más ganas de demostrar, más voluntad para hacer cosas diferentes. Básicamente porque, si no lo hago, me aburro. Arranqué con el disco en plena pandemia y me mandé a hacer cosas que no manejaba del todo. Eso me mantuvo viva y alimentó mis ganas de seguir creciendo artísticamente”.

–¿Qué buscabas cuando decidiste ser también la productora de tu disco?

–Siempre me interesó la producción porque el sonido es parte de la composición. Había hecho algunas cosas, pero no un disco entero como Mojigata. Se supone que para ser productor tenés que tener un montón de data, y obvio que siempre suma, pero depende de lo que busques. Si querés hacer un disco para millones, es determinante: necesitás captar los oídos de mucha gente con ciertos códigos muy precisos. Pero mi principal objetivo era sonar a mí. Entonces, necesitaba cierta info vintage que me interesaba, para después llevarla a una óptica personal. No quería que nadie me dijera lo que tenía que hacer. Otras personas me ayudaron y no fue fácil encontrar un equipo que me entendiera, pero lo logramos y trabajamos juntos en la dirección en la que yo quería ir.

Prender un fuego entraba como una trompada de boxeador. ¿Mojigata seduce de a poco hasta que enamora?

–(Risas). Me gusta la analogía. Me lo voy a quedar. Creo que surgieron de procesos diferentes y que tienen otros ejes. Mojigata demanda más escuchas, quizás también porque tiene influencias menos reconocibles. Básicamente, mujeres de los ‘90: Sheryl Crow, PJ Harvey, Fiona Apple… Eso lo tomé como referencia. Pero lo determinante es cómo una conecta con lo que quiere decir y cómo lo quiere decir. Es un laburo interno potente y lo tenés que defender para que se exprese de la mejor manera y no se transforme en otra cosa.

–¿Lo de sumar muchas capas de voces y de instrumentos fue algo buscado de entrada?

–Fue algo que surgió en el proceso creativo, me gustó y me dejé llevar. De alguna forma, las canciones tienen mucho de diálogo interno. Fue importante dejarme hacer: dejarme llevar por mi instinto. Encontrar cosas nuevas, pero desde mis colores. Creo que esa es la clave. A mí me interesa la música, no el éxito. Si vivo de esto, mucho mejor. Si me escucha mucha gente, bárbaro. Pero no es mi motivación principal. Si algún día me pinta tener flor de casa, quizás cambio de opinión (risas). Pero por ahora no la veo. Quiero sonar real. No me importa parecer moderna, ni siquiera contemporánea. Sueño con que escuchen mis discos dentro de 20 años y sigan sonando reales y relevantes, aunque yo los odie.

–¿Odias tus propios discos?

–Suelo odiar los discos anteriores al último. Creo que me pasa porque me entrego tanto a cada grabación, siento que encuentro y aprendo tantas cosas, que después me da bronca no haber tenido todas esas herramientas a mano en los anteriores… Calculo que es normal. O no tanto (risas).

La muerte del rock

El certificado de defunción del rock es un documento de dudosa autenticidad que se viene agitando desde hace décadas. Se trata de una especie que favorece títulos catástrofe, no siempre amparados en reflexiones sustanciosas. Es claro que el rock perdió centralidad. Lo que hoy se conoce como música urbana ya no solo junta millones de reproducciones en las plataformas: también revienta estadios. Pero todo lo demás está por verse. Marilina es una apasionada de la música y de reflexionar sobre los distintos géneros.

–Me lo preguntaron varias veces y me gusta pensar y hablar del tema. Creo que se me había pasado un punto. Si se habla tanto de algo, aunque sea para polemizar o sentenciar su muerte, significa que ese algo está vivo. Es corta. El rock estará muerto cuando no se escuche ni se hable de él. Lo que yo creo que murió es el rock del abuso, el de las estrellas de rock, el del poder.

–¿Algunos representantes de la música urbana, hombres y mujeres, no reproducen clichés rancios de aquel viejo rock?

–También. Hay de todo en todos lados. Hay un montón de supuestos rockeros que usan la iconografía del rock, tatuajes, guitarras y son muy caretas. El rock necesita locura y que no te importe nada. Es una actitud. En cuanto a la música, me gusta agarrar un poco de todo, sin dejarme limitar. Hoy se puede mezclar casi todo sin que te señalen. Yo creo y necesito esa libertad.

–¿Te pegó mal la pandemia?

–Sí, en un momento la pasé feo. Pero no fue estrictamente la pandemia. La primera etapa del Covid-19 cortó las giras, el contacto con gente… Se pararon cosas que nunca pensé que se podían parar  y quedó claro que el mundo podía prescindir de ellas. Eso de por sí es bravo. Y justo estaba pasando unos procesos muy personales, así que se juntó todo. Creo que el golpe de la pandemia también se dio porque al principio había miedo y dificultades, pero también algo parecido a cierta esperanza. Se cerraba el agujero de ozono, aparecían animales por todos lados… Pero al toque apareció la codicia de los poderosos y su brutalidad, su egoísmo sin ningún tipo de disimulo. Es como que se hizo un vacío y no había donde apoyarse. Creo que fue ahí que perdí la fe en la humanidad.

–¿Tenías fe en la humanidad?

–¿Viste? (risas) Sin darme cuenta. O quizás amparada en que era una situación límite. ¿Te acordás que hasta se decía que íbamos a salir mejores? Hasta la gente aplaudía a la misma hora… Pero fue todo lo contrario y la sensación de vacío se hizo muy profunda.

–¿Seguís necesitando enojarte y armar un personaje para salir al escenario?

–Sí. Nunca lo hablé en terapia para saber por qué necesito ese enojo. Y siempre hablo de personaje, pero no dejo de ser yo. Aunque llevada a cierta desproporción, digamos. Sigo necesitando hacer ese switch. Cuando no me sale, no me siento del todo cómoda en el escenario. Aunque con el tiempo ganás oficio y aprendés a sobrellevarlo también. Creo que se me nota en la cara cuando me cuesta un show. Una vez dije en el escenario que necesitaba terapia, así que no soy muy buena careteando (risas). Lo que procuro es ser cada vez más la del escenario en la vida. Que ese personaje gane más terreno, pero adaptándose a otras circunstancias, claro. Supongo que es algo que lograré con tiempo.


¿Cuándo?

Marilina Bertoldi presenta Mojigata el domingo 19 de junio a las 20 en Luna Park: Av. Eduardo Madero 40. Artista invitada: Lupe.

Discos y libertad artística

Hasta el más incipiente estudiante de marketing habría auspiciado que Mojigata se transformara en un festival de featuring. Las colaboraciones/enlaces ocasionales de artistas se transformaron casi en una obligación en la era del streaming. Entrecruzan públicos y multiplican escuchas en forma exponencial. Marilina solo convocó a Javiera Mena y porque sentía que la canción «Amuleto» lo pedía.

«No soy inocente. Veo cómo funcionan esas estrategias y los resultados son palpables. Pero después hay que salir a ‘defender’ todos los seguidores que ganás y muchos de ellos tienen poco que ver con vos. No quiero trabajar para ellos, no quiero trabajar para nadie. Me interesa mi libertad artística y mi construcción es a largo plazo. Hago discos porque es la forma en la que me gusta crear, y los hago a mi manera», destaca Marilina.

Cuando escucha a otros músicos, la cantante y compositora también prefiere el formato álbum: «Aunque me guste un hitazo y en principio no tanto lo demás, es la mejor forma de entender a qué apuntaron, cómo resolvieron y recorrer sus diferentes humores. Algo así me pasó con el último de Rosalía, que está muy bueno. Si te comprometés con la escucha, los discos te ofrecen un mundo único».



La tensión y el placer del deseo

Mojigata tiene dos clips que dieron mucho que hablar. Se trata de “Amuleto”, el tema que Marilina grabó junto con la cantante chilena Javiera Mena; y “La cena”, cuyo video cuenta con la participación de la actriz porno, trabajadora sexual y militante María Riot. Los videos cuentan historias diferentes, pero los une la necesidad de relatar historias sexoafectivas de dos mujeres eludiendo clichés.

“Buscamos salir de la mirada heteronormativa porque, por un lado, no nos representa y, por el otro, nos parece pobre a la hora de contar lo que realmente sentimos –señala Marilina–. En los videos musicales, series y películas, hasta cuando se retrata una relación lésbica, se suele pensar en un espectador hombre y heterosexual. Por eso hicimos algo muy distinto, con directores de la comunidad LGBT. Con Javiera fue genial cantar la canción y compartir el clip. Charlamos de cuáles eran nuestras fantasías y deseos, y los llevamos a la práctica. Es mucho más fácil actuar un beso que toda la tensión previa. Por eso fuimos por la segunda opción”.

“La cena”, por su parte, muestra a Marilina y María Riot en un plan diferente: “Estamos en un campo, haciendo la nuestra y concretando. Pero sin roles estereotipados, como nos pinta y cuando nos pinta. Admiro a María por todas sus luchas creo que también es una gran artista. Estuvo muy bueno hacer el video juntas”.