En una esquina de Villa Ortuzar está el refugio de  Fernando Samalea. Un departamento modesto con terraza y un gato desde donde se ve la casa de Daniel Melingo, quien lo saluda de vez en cuando por la ventana cruzando la calle. A ese rincón, cóctel equilibrado entre lo austero y el buen gusto, Samalea regresa cada vez que vuelve de alguna de sus constantes aventuras musicales. 

Hace poco estuvo en Francia hasta hace un mes y el año pasado giró con Marina Fages por todo el país, Bolivia, Chile y Perú: más de 11 mil kilómetros y 25 conciertos hechos arriba de una moto. Esa inquietud natural es el espíritu a que atraviesa “Mientras otros duermen”, su segundo libro. Es la continuación de “Qué es un long play” y retoma sus andanzas desde 1997 hasta 2010 a modo crónica de un período adrenalínico, donde además de grabar discos de bandoneón, vivió infinidad de historias, giras conciertos y grabaciones junto a Gustavo Ceratti, Charly García, Calamaro, Joaquín Sabina, Caetano Veloso, Fabiana Cantila, Calle 13 e IKV, entre otros. En sus 570 páginas, logra reproducir al detalle lo vivido en esos días. Hay anécdotas de todo tipo. Bien coloridas de una época que visto desde hoy, es ya mitológica.

“Con los dos libros ordene recuerdos e  imágenes que  vuelven  de manera aleatoria, pero el hecho de ponerlo en orden cronológico te lo hace volver a vivir. Mi forma narrativa es en momento presente para quien lo lee se sorprenda tanto como yo lo hacía en ese momento con lo que me pasaba”, comenta el músico. Samalea sabe que vivió un tiempo de grandes iconos de nuestra historia sonora y lo que él compartió con esos personajes no se lo guarda. “Para mí es emocionante recuperar quien fui en cada circunstancia y revivir ese momentos. Esto es un agradecimiento a todo eso, escrito desde mi lugar actual, mientras sigo con mi actividad. Es un relato que quería que sea entretenido, nada solemne, con mucho humor, sin satirizar obvio”, comenta, sabiendo de la suerte de codearse con los célebres creadores le permitió dar testimonio. 

“El paso del tiempo es asombroso y está bueno que en algunos años  las anécdotas que  cuento sean estudiadas como parte de la historia del rock. Soy un cronista de esto y algún día quizás escriba otro libro”, revela.   Su vida  se desarrolló entre proyectos propios, pero acoplándose a las nuevas tendencias y bandas en un tiempo muy fértil. 

“Creo que tengo un sentimiento que mezcla nostalgia y humor y le di forma de libro.  Entiendo que pude vivir tantas circunstancias particulares en tan diversos proyectos porque los demás vieron algo en mí, más allá  de mi destreza técnica. Creo que de mis propias carencias técnicas pude crear una  forma que se adapta a lo que otros músicos necesitaban. Apenas pasé los veinte tuve la suerte de comenzar a tocar con Charly.  Lo había escuchado desde mis trece años, en mis fantasías, más que integrar un grupo exitoso, yo deseaba ser parte de alguna de formaciones solistas de los que admiraba. Y se fue dando así. Como cuando me reencontré con Cerati en su última etapa solista. Era un condimento en su plato y  pude comprender que era lo que necesitaban. Tengo esa facilidad”, asegura. 

“Siempre tengo  nuevos objetivos y me gusta ver que está pasando. Me  gusta estar abierto a lo nuevo: James Blake es un groso,  las inglesitas Let’s Eat Grandma  y ver todo el fantástico universo femenino que hoy hay. De acá me gusta la pianista Candelaria Zamar, Juan Ingaramo o Francisca & Los Exploradores, Bestia Bebé y los Espíritus. Pero estaría bueno vivir una  revolución estética total, me gustaría verlo. Algo nuevo sin nada vintage desde lo sonoro”, comenta y agrega que el molde espera por ser roto: “Instaría a los jóvenes a tener esa búsqueda totalmente rebelde”.