El reciente fallecimiento por coronavirus de John Davis, el verdadero cantante principal de la banda, puso otra vez en primer plano una historia repleta de playback y manipulación. Las dramáticas consecuencias de la explotación y la discriminación.
Formalmente, Milli Vanilli eran el alemán Robert “Rob” Pilatus y el francés Fabrice “Fab” Morvan, modelos y bailarines de breakdance. Irrumpieron en los rankings globales con hits en inglés como “Girl You Know It’s True” y “Girl I’m Gonna Miss You”, que rápidamente se constituyeron como referentes del sonido eurodance, ese género con el que Italia, Alemania y otros países de Europa continental le intentaron disputar la hegemonía del mainstream pop a Inglaterra y Estados Unidos a fines de los’80 y durante los ’90. Vendieron millones de discos y ganaron el premio Grammy a mejor artista revelación. Pero todo se desvaneció de la noche a la mañana: Pilatus y Morvan solamente hacían playback.
El fin del proyecto repercutió de maneras distintas en sus integrantes: el productor reunió a quienes habían sido las verdaderas voces -la principal de ellas, John Davis- y lanzó el disco Moment of Truth, un título irónico que connotaba su impunidad en la industria; de todos modos, fue un fracaso de ventas. Pilatus y Morvan, por su parte, publicaron el CD Rob & Fab en el que finalmente pudieron cantar, pero el resultado tampoco fue satisfactorio. Tras este nuevo fracaso, Farian siguió ligado al mundo de la música, aunque sin el éxito de sus primeros días. Pero todo fue peor para Pilatus: cayó en una profunda depresión y, en ese marco, comenzó a consumir drogas y cometer delitos de forma recurrente. Estuvo preso por vandalismo e intentos de robo y fue encontrado muerto a causa de una sobredosis generada por la ingesta de alcohol y pastillas a los 32 años.
La noticia de la muerte de John Davis, un cantante condenado al anonimato en un proyecto en que otros le pusieron cara a su voz, es una oportunidad para reflexionar sobre la tradicional explotación de artistas por parte de quienes gestionan los intereses capitalistas de las diversas industrias culturales. También, para comprender que la idea de inclusión (étnica, de género, de clase, etc.) puede ser utilizada con fines meramente mercantiles por hombres blancos empresarios: es menester bregar por expresiones artísticas que sean realmente diversas e, incluso, divergentes.
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