En épocas de dominancia religiosa, la necesidad tenía cara de hereje. En tiempos de Modernidad tardía, la necesidad se disfraza de alta racionalidad. Ese es uno de los ejes centrales que recorre Ocaso, la nueva obra de la dupla Juan Ignacio González e Ignacio Torres, que el primero dirige con música en vivo de Clara Maydana con los protagónicos de Juan Tupac Soler, Mario Bodega, Nacho Bozzolo, Sergio Calvo, Pablo Ragoni y Cecilia Ursi.

«Con Con el mar tal vez un poco –cuenta González– nos había ido muy bien (estuvieron durante 2015/16 en Abasto Social Club) y eso nos entusiasmó para trabajar en otra obra. Nos sentimos cómodos con esa manera de producir». Y lo que esa dramaturgia ofrece hoy es la historia que sucede entre algunos habitantes del ficticio pueblo de Rivas, rodeado por campos cuyos dueños aceptan que sean fumigados con agrotóxicos. Ellos, más el casero, su hijo, un amigo y el aviador que rocía los campos pero vuela porque siente que de esa manera se conecta con los pájaros y el cielo, dan relieve a una obra que ofrece algunas respuestas y que también genera nuevas preguntas.

«En principio tomo como punto de partida algunas hipótesis que me resuenan de mi historia de vida –explica González como parte de su proceso creativo–, y se ponen en juego a la hora que circulan en este material escrito, en relación de un cuerpo con otro cuando lo toman los actores. A partir de la circulación de esas hipótesis aparecen algunas respuestas y nuevas preguntas. Y como se trata de lenguaje artístico resuenan distintas cosas en quien lo observa». Nada muy extraño ni excéntrico para quien alguna vez haya participado, incluso como espectador, de un hecho artístico. González agrega: «El arte resiste a los cierres de significado, por eso es importante no intentar cerrar la pregunta. El arte abre sentido, abre la sensibilidad porque acontece en el cuerpo. Y eso me parece que es una zona muy interesante para preguntarnos en este momento en que aparecen tantos cierres que intentan normalizar». 

En ese proceso, el trabajo de la puesta en escena resulta esencial: los espacios inducen, en quienes se mueven en él, a diversas reacciones y movimientos que abren determinadas respuestas (y con ellas preguntas), dejando de lado otras, cuando no obturándolas. «Cada función es la posibilidad de seguir diciendo y pidiendo cosas –señala González–. Me interesa la puesta y su relación con las luces y la música: es la partitura del lenguaje teatral», concluye. «