Hay algo en la música de Javier Ruibal que invita a pasear. Su voz de marcado flamenco se conjugan casi a la perfección con los demás sonidos que están dentro suyo. En cada canción aparecen ritmos sefaradíes, deslices rockeros, acordes de jazz e imágenes que que se encuentran naturalmente. Nacido muy cerca de Gibraltar, el músico que cumple este años 35 de carrera musical, pudo sintetizar a la perfección su vida de frontera. 

Hace unas semanas llegó a la Argentina para presentar Quédate conmigo, producido por su hijo y con el que ya pasó por varias provincias del país. «Es un disco fresco, que salió cuando sentí que tenía completa una selección de buenas composiciones. Para mí el disco está cuando hay una coherencia entre las letras y las melodías», cuenta a Tiempo, Ruibal del otro lado del teléfono. «Busqué hablar de varias cosas, del trabajo infantil. Hay algunas historias como ‘El niño de Serengeti’, que trabaja llevando agua mientras sueña con ser artista o ‘Mi pequeño Buda’ que lo único que quiere es dejar de posar para que le den plata. Quería incluir ese tema porque siempre se habla de los niños pero pocas veces se les presta atención. Con el tiempo uno aprende a decir esas cosas sin caer en el un panfleto que implique echar vinagre en las heridas. Uno como músico puede buscar vivir otra realidad, pero no puede salvarla», comenta. 

Producido por su hijo Javier Ruibal, el disco salió en 2013 y formó parte de la celebración por sus décadas con la música. El año pasado, a modo de festejó realizó un concierto donde lo acompañaron varios de sus colegas e intérpretes de sus canciones que fueron grabadas entre otros por Martirio, Joaquín Sabina, Jorge Drexler y Marta Gómez, Juan Carlos Baglietto, Luis Pescetti y Juan Quintero. El músico tendrá esta noche su segunda presentación en La Usina del arte. 

–¿Cómo es tu trabajo para armar una canción? 

–Muy aleatorio. A veces arrancas de un verso que se te ocurrió o leíste o hay algo digno de ser el centro de todo un desarrollo, una melodía, parte de ahí. Como si armaras un proyecto, tenés un soporte melódico con fraseo musical y esperás y tiempo a ver qué te sugiere. Las músicas a veces son muy rítmicas y llenas de chispa, sobre eso tenés que escribir versos menos líricos. A veces las melodías son emotivas y hay que escribir en otros tonos menos frescos. Tengo la sensación de que no vale ponerle un sombrero cualquiera al muñeco. Soy un poquito obsesivo y busco que tanto la letra con la música tengan un nivel de buen acabado ya que de esfuerzo tienen mucho. 

–¿Tenés relación con lo que se llama inspiración? 

–Siempre se habla de las musas, pero las musas siempre están metidas en la casa de otro por eso a veces siento que decir que uno espera a la musa es una afirmación estúpida porque nunca hay motivos para que la musa venga a la casa de uno. Es más, pasa bien lejos. Hay períodos de silencio en que se leen mucho, con el tiempo algo de todo lo que leí y viví queda. Soy un poco raro en ese sentido. Espero que cuando se dé el hecho de escribir yo tenga la sensación de que algo mágico está ocurriendo. Sentir que a uno se le aparecen los dioses, o musas es infantil pero es mi manera de hacerlo.

 –¿Qué pasa cuando terminás una canción? 

–Entro en una dinámica de obsesión: cuanto más me gusta creo que lo he copiado. Ahora que todo es más moderno, puedo entrar a Google pero es un trabajo que me tomo para tener la sensación de que no he copiado o si no emula el verso de otro. Me pasa que si lo termino a mitad de la noche ya no puedo dormir, antes salía a la calle a ver el mar para festejar ese hecho tan bonito de haber creado algo que antes no existía, es un poco el ritual. Al día siguiente me queman las manos y no puedo esperar hasta grabarlas. Tengo el temperamento del chismoso: tengo que ir a contar enseguida (risas). Una vez que la canto ya está, se abre un vacío y está en blanco la página otra vez. Al principio de mi carrera me castigaba mucho esa sensación de vacío. Ahora confío un poco más porque con los años conseguí oficio y sé que algo siempre saldrá. 

–¿Qué valor tiene una canción? 

–Cantando las buenas canciones de otro uno aprende las emociones, te fijás en las canciones que hayas tenido la suerte de escuchar. Por ejemplo, cantaba a Joan Manuel Serrat y así aprendí a estimularme con la aspiración. Si eso no lo tienes desde el principio nunca terminas de hacer una música en la que trasciendas, aparece una música más liviana, sin complicaciones. Son maneras de entenderlo. Para hacer arte hay que complicarse la vida y echar mano a tus emociones y a las de los otros. Tuve muchas canciones muy mal construidas, o eran muy ambiguas… “La canción del gitano” fue una canción equilibrada, con el tiempo ya podía hacer canciones arriba de los haiku y por debajo del romance o de un relato breve. Tiene que tener un poco de esas cosas, un poco de la imagen, de concretar mucho en pocas palabras, entretener, estar en camino del cuento, del relato breve. Al final, una de las las cosas fundamentales es que den ganas de oírlas otra vez. Puede estar basadas en un el sonido pegadizo y que cada vez que llega esa parte, todo el mundo la canta. Es como lanzar una declaración de principio, por eso lleva tanto tiempo una canción. 

–Aparece en tu música el flamenco, la música sefaradí pero también muchos otros sonidos, ¿cuándo lograste todo eso? 

–Uno se cría entre voces, consejos mínimos, la música que sale por la radio y los discos. De toda esa sonoridad sale música, yo podría haber optado porque quería en algún momento parecerme a Hendrix, quería parecerme al mejor. Quise ser todos los buenos, el caso es que no opté por ninguna de las disciplinas, me gustó mucho juntar acordes brasileños con flamenco, poemas de la generación del 27 y Lorca y Alberti… Somos todo eso y no es azaroso. La mezcla de todo no es aliviarse de nada, tenés que conocer todo lo que haces, tienes que especializarte y en esto más, porque tienes que hacer guiños a todo esto. Aunque los demás no te miran con lupa tenés que hacer las cosas como si fuera así, hay que trabajar con concentración y respeto al doble oficio que manejas. 

–¿Qué diferencia hay entre tu forma de hacer y pensar la música con las nuevas generaciones? 

–Para hacer música hay que estar en silencio y hoy hay mucho ruido de fondo. Hay una avalancha de sonoridades y aplicaciones de la música en diferentes cosas, hay música todo el tiempo. Cuando era niño había menos ruido de fondo, uno podía abstraerse en esas posibilidades y entonces nos podíamos concentrar más, no había una voracidad como la de ahora. Los chicos hoy tienen sus iPods y llevan cinco mil canciones encima que no oyen, o canciones a las que no vuelven. No pasa lo que tiene que pasar con la canción que es volverla oír. Hay un exceso que hace que se pierda el gusto, no quiero ser catastrófico pero las musas van a terminar yéndose a otro planeta. 

–¿Cómo impactó la crisis de España de los últimos años en el arte musical? 

–Vamos a llamarle a las cosas por su nombre. España no viene de una crisis, viene de un saqueo, somos presa de la maldad de un tipo obsceno que pone el país al servicio de su soberbia. Soy más consciente de que hay que defenderse armándose moralmente hay que tener conciencia de que tenemos que cambiar a nivel personal, desde un equilibrio de ánimo. Una de las crisis más grandes que hay es la educativa, no les preguntamos a los chicos qué les gusta y la educación termina llevándote por un terrerno donde al final se aprende a estar aturdido y así empieza: el mundo es un despropósito con una música pobre donde se dan patadas al idioma, donde se dicen cosas de un machismo insoportable, como el reggaeton, estamos metidos en un esquema que no podemos solucionar. Hay una crisis profunda de qué hacemos con nuestras vidas.

Ruibal se presenta el domingo 6 a las 19 hs. en la sala de Cámara de la Usina del Arte, Caffarena 1. Entrada gratuita (se retiran hasta dos localidades por persona dos horas antes del show).