La humanidad tiene una relación ancestral y obsesiva con los aniversarios. La columna vertebral de ese mandato celebratorio son los cumpleaños: una demanda que se renueva cada doce meses, impone encuentros, amontona protocolos y multiplica muecas de felicidad. La industria del espectáculo extendió esa lógica hasta lo inimaginable. Los creadores de las presentaciones en vivo de discos en vivo que suenan igual a discos de estudio –un juego de espejos que ni siquiera imaginó Borges– hicieron una práctica habitual de la conmemoración de nacimientos de bandas, de separaciones, de discos determinantes, de discos olvidables y generosos demases que saturan el mercado. Muchos de ellos –incluso– son abordados por sus protagonistas con una ligereza y desinterés sorprendente.

Nada de esto aplica a Pedro Aznar. El cantante, letrista, compositor y multiinstrumentista presentará el espectáculo Resonancia este viernes y sábado en el Teatro Ópera. Los shows están pensados como un festejo de sus 35 años de carrera solista –desde su primer disco, Pedro Aznar (1982), hasta Contraluz (2016), más un EP que se conocerá en breve– e incluirán un recorrido meticuloso y cronológico por cada unos de sus álbumes como líder. Acá no hay excusas de ocasión ni márketing aventurero. Aznar viene trabajando desde hace casi un año para armar un show que reproduce composiciones y sonoridades extremadamente diversas. Aznar no sólo es un músico y creador singular. También es uno de los más comprometidos y consecuentes con su obra.

Estos shows que luego devendrán en gira serán acompañados por un lanzamiento muy particular. Un box set que incluirá los 18 discos de su discografía solista acompañados de un libro escrito por el propio Aznar y un EP de nuevas creaciones. El lanzamiento tendrá una versión más pedestre llamada Esenciales, que será editado en formato de tres CD y cinco vinilos.

–La caja es un proyecto monumental. ¿Cómo la fuiste trabajando?

–Es un trabajo muy ambicioso que nos llevó casi un año. Va a incluir los 18 discos de mi discografía solista más un EP de cuatro canciones nuevas compuestas y grabadas este año. «La Trampa» ya se puede escuchar por YouTube. Algunos de los discos están remasterizados y todos están rediseñados con las medidas similares a un vinilo pequeño. La caja viene con un libro de cien páginas que escribí yo. También hicimos una recopilación de tres CD o cinco vinilos que se llamará Esenciales. Tienen dos temas de cada disco. No fue fácil la selección. Incluimos las canciones que yo considero más representativas. No siempre son las más exitosas, pero a mí criterio sí son las mejores. Aunque definir mejores es muy complejo. Digamos que cumplen con parámetros de calidad, pero también de relevancia por el momento en que las compuse y, en muchos caos, por cómo fueron creciendo después. Así llegamos a las 36.

–¿Qué más nos podés contar del libro?

–Me encanta escribir. Como disciplina artística y como hecho concreto: disfruto mucho de sentarme, pensar y tipear. Hacerlo para este proyecto tenía un valor agregado porque me hizo recordar y reflexionar sobre muchas cosas. El método fue simple: ponía cada disco y evocaba recuerdos y sumaba análisis. De alguna forma también incluye una especie de entrevista exhaustiva que me hago a mí mismo. La caja también incluye mucho material gráfico inédito. 

–¿Cómo armaste la lista de temas para estos shows?

–Fue muy trabajoso también. Tuve que llegar a una síntesis de 30 canciones que incluyera todos mis discos solista. Los vamos a tocar en forma cronológica y los requisitos fueron que sean temas tocables en vivo, que la gente los pueda disfrutar en ese ámbito y que se puedan ir hilando respetando la cronología y al mismo tiempo favorezcan un buen ritmo de show. La verdad es que quedó divino. Estoy muy orgulloso. Hicimos un laburo muy grande con Alejandro Oliva (percusión), Julián Semprini (batería), Coqui Rodríguez (guitarras) y Fede Arreseygor (teclados) para sacar muchos temas que hacía años no tocaba y recuperar sonidos idénticos a los originales.

–Nadie puede decir que no pensás cada cosa hasta el último detalle.

–(Risas). No puedo dejar nada librado al azar. Todo lo que hago tiene mucha pasión, mucha dedicación y mucho trabajo. Es mi modo de operación. Me gusta hacer las cosas así. Quiero que la gente se emocione con lo que hago. Que les toque el corazón. Y para que pase eso hay un montón de variables que se tienen que dar: la música tiene que estar bien construida, sonar bien y contar con una presentación acorde. Se necesitan muchos requisitos para que la música sea un viaje y siempre trabajo para que estén todos.

Máxima visibilidad 

La carrera de Aznar empezó a los 15 años. Pasó por Alas, Madre Atómica, se consagró con Serú Girán, fue parte de la banda del mítico guitarrista de jazz estadounidense Pat Metheny, formó Tango con Charly García, se sumó a decenas de invitaciones y trabajó en bandas de sonido. Pero decidió cambiar las luces del éxito –particularmente las de Serú Girán y Pat Metheny– por una carrera solista. Aznar nunca terminó de encajar en un género y eso le hizo las cosas más difíciles en términos de mercado. Pero la calidad de su obra y su convicción para nunca bajar los brazos permitieron que hoy disfrute de un momento de máxima visibilidad.  

–Los discos pueden ser como fotos y a mucha gente le cuesta ver fotos del pasado. ¿Se te hizo difícil acercarte a algún disco en particular?

–No exactamente. Desde lo emotivo disfruté mucho volviendo a escuchar y redescubrir cada álbum. Desde lo técnico me costó la remasterización de En vivo (2002). Pero básicamente por la tecnología de la época para grabar fuera de un estudio. Costó encontrarle el timbre, el color y el sonido en la remasterización. Pero quedó increíble. A nivel emocional fue todo muy fuerte porque reviví momentos muy especiales.

–¿Volviendo a escuchar te sorprendiste de vos mismo?

–Sí, totalmente. Sobre todo de los primeros discos. Me sorprendí y un poco me maldije (risas) ¡Había cosas muy complicadas! La frase que me salió cuando estaba trabajando en el primer disco fue: «¡Qu{e cachorro ambicioso! (risas)

–En la primera parte de tu carrera y más todavía con tu llegada al Pat Metheny Group tus habilidades como instrumentista estaban en primer plano. Pero después profundizaste en la canción. Pocos músicos hacen ese tipo de renunciamiento. ¿Fue una decisión consciente?

–Absolutamente. Ese camino de instrumentista me acotaba. Yo quería componer canciones y letras. Eso también lo relato en el libro. Fotos de Tokyo (1986) fue la primera apuesta decidida para volver al rock y a mis fuentes. Sentí que estaba genial lo de tocar con grandes músicos de jazz, pero que necesitaba otra cosa. David y Goliat (1995) fue un punto de consolidación. Tango 4 (1991) fue muy importante porque hicimos todo mano a mano con Charly. 

–¿Trabajar mano a mano con Charly te dio más confianza?

–Me hizo agarrarle todavía más el gustito a la canción de rock como medio. Creo que si hoy tuviera que definir lo que hago con pocas palabras diría que hago canción de rock que está influida por la música de raíz latinoamericana, algo de jazz y algo de música clásica.

–¿Alguna vez te preocupó quedar atrapado como un ex Serú Girán?

–En algún momento me he dicho a mí mismo: «¿Cuándo se van a dejar de joder con lo de ex Serú Girán?». ¡¡¡Ya está!!! Ya pasó y fue hace mucho tiempo (risas). No reniego de ninguna manera. Lo percibo como una bendición. Pero en algún momento sentí que era una cosa que de alguna manera se transformaba en una carga. Era como si no pudieran terminar de dejarme soltar y ser. Pero más que nada pasaba con el periodismo.

–Siempre tuviste la destreza técnica y la creatividad para componer. ¿Qué te sumó la experiencia?

–Muchas cosas. Pero creo que los músicos y los cantantes en particular somos como actores. Tenemos que poder meternos en la piel de cada canción y transmitir esas emociones. Con los años viví más, disfruté y sufrí muchas cosas. Creo que todo eso enriqueció mi capacidad para interpretar. Yo canto «Mi gurí», de Chico Buarque. Es la historia de una madre amorosa que se da cuenta que su hijo era chorro cuando lo ve muerto en la tapa de un diario. A mí eso jamás me pasó. Pero tengo que buscar en mis dolores para recrear cierto sentimiento y transmitirlo. Es parte del oficio. El dolor es una forma de aprender. 

–Pero en sí mismo no garantiza el aprendizaje.

–Claro. El dolor no enseña si vos no estás dispuesto a aprender. Tenés que enfrentarlo. Si le echas la culpa a Dios o a la vida no vas a aprender nada.  «

El futuro, por venir

Aznar puede hablar de música y sonido durante horas. Su pasión y nivel de conocimiento son notorios. Pero no son sus únicos ámbitos de interés. Es fotógrafo, sommelier, estudió filosofía oriental, cantos ancestrales con Leda Valladares y todo con una gran entrega y profundidad. Una de sus últimas obsesiones es la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías que –más tarde que temprano–  cambiarán el mundo. En el 2015 realizó un curso sobre el tema en la Singularity University que depende de la NASA.

–Sigo investigando por mi cuenta. Hay un grupo bastante nutrido de alumnos de la Singularity en la Argentina y nos juntamos cada tanto en los que llamamos asados exponenciales (risas).

–¿Alguna buena noticia? ¿Se viene la vida eterna?

–No sé si la vida eterna sería una buena noticia. Pero quizás no falte tanto. En los últimos días estuve leyendo algunas novedades de Peter Diamandis. Parece que crearon un sistema de transportación a través de un tubo de vacío que logrará que los hombres viajen a mil kilómetros por hora con un gasto muy reducido de energía. Eso solo va a transformar el mundo.

–¿La inteligencia artificial nos va a matar a todos?

–El desarrollo en esta área tiene que ser muy responsable. La inteligencia artificial puede darnos avances notables y hay que saber aprovecharlos. Pero se debe llevar con mucha transparencia. No puede quedar en manos de intereses gubernamentales. Es una cuestión de toda la humanidad. ¿Qué pasa si las máquinas se dan cuenta que la especie más dañina del planeta somos los hombres? Las máquinas van a pensar. A su manera, pero lo harán.