Vino a estudiar Letras a Buenos Aires, desde su Chaco natal. Pero la curiosidad y el deseo la llevaron a ser actriz. Betty Ana Blum Flores (tal es su nombre completo en el DNI) debutó en teatro en 1964 y rápidamente alcanzó una gran continuidad en la televisión, donde se destacó en novelas como Rosa de lejos. La consagración definitiva llegó tiempo después, con su recordado papel de Nora en el clásico de clásicos Esperando la carroza. En 1990 también disfrutó del éxito teatral con Nosotras que nos queremos tanto, que la puso en el podio de las elegidas del público.

En televisión se destacó en ciclos como Alta comedia, Campeones (a partir del cual ganó un Martín Fierro como mejor actriz de Reparto, mismo premio que años después obtuvo por Para vestir santos, Soy gitano, Mujeres asesinas y Televisión por la identidad, entre muchos otros.

Actualmente protagoniza y dirige la comedia La pipa de la paz, los sábados y domingos a las 20 en el Teatro Astral (Av. Corrientes 1639).

–¿Cuál es la clave para ser una buena actriz?

–Tenemos que hacer que lo que leemos en el guión nos pase de verdad. La clave es reproducir la vida, no es sólo hacer tonos y poner caras.

–No debe ser fácil de lograr.

–Suena sencillo, pero no lo es tanto. Hay que estar dispuesto a ser alguien más y no buscar fórmulas o lugares cómodos. Hay que estar siempre activo,  entrenando el cuerpo y relajando la mente.

–¿Hay que entregarse al personaje?

–Hay que soltar el ego y rendirte ante lo que te propone el papel. Hay que buscar un punto de entrada para construir desde allí: si es de tal manera por falta de amor o lo que hace es por rencor o por lo que sea. Hay que agregarle actitudes desde ese punto de partida. Siempre lo hice así.

–¿Cómo llevó el tiempo de la pandemia?

–El sillón y Netflix no me hicieron bien. Pero obvio que leí mucho y empecé hacer yoga dos veces por semana. Ahora me obligo a caminar y hacer relajación, para no quedarme. Pero ahora bien, por suerte se volvió al trabajo.

–¿La lectura siempre fue importante para usted?

–De chica nunca pasé necesidades y me pude dedicar a leer muchas horas. Luego, a mano, llenaba muchas hojas con palabras que formaban historias o sonetos. Lo que me marcó, desde temprana edad,  fue el verbo, la palabra. Pensaba que iba a escribir, incluso me encantó y publiqué un libro en algún momento. Lo que pasa es que no le dedico tiempo.

–¿La biblioteca era una ventana a otros mundos?

–Sí. Había de todo en casa. Me gustaban los cuentos, las novelas, la filosofía oriental… Me pasaba horas tirada entre libros.

–¿A qué se dedicaban su madre y su padre?

–Mi papá era gerente de una algodonera y trabajaba para darme libertad. Mamá trabajaba en casa y me enseñó a ser prolija y metódica. Aunque me decía que deje de leer y me arreglara un poco, era muy coqueta ella (risas).

–¿Ahora que está leyendo?

–Un guía espiritual del escritor alemán Eckhart Tolle. Es un libro que se llama El poder del ahora y me parece espectacular. También Volver al amor,  de Marianne Williamson. Tengo uno en el living y otro en la mesita de luz. Me gusta esa visión espiritual de las cosas.

–¿Cómo tomaste la decisión de ser actriz?

–Me gustaba recitar poesías y me hicieron notar mis amigas que transmitía algo diferente. Me decían mucho que tenía que ser actriz, supongo que porque me veían muy histriónica. Me llamó la atención, probé y me gustó.

–¿Su personaje más emblemático es el de Esperando la carroza?

–Puede ser. Cuando leí el guión de Esperando la carroza me di cuenta de que iba a marcar mi carrera. Me lo dio (Alejandro) Doria.

–¿Por qué?

–Era algo espectacular. En la primera escena ella entra a la casa con un zorro y dice: que calor hace. «¿Está loca, qué le pasa a esta mujer? Es una hipócrita, una cínica», me dije. Era una de esas personas que tienen la habilidad de engrupir a cualquiera, de distintas formas. Es el personaje ideal. En la película se construyen situaciones desopilantes que la hacen eterna. A mi manera, me di cuenta en la primera lectura.

–¿La gente en la calle te recuerda alguna frase de ese personaje?

–Sí, claro. Algunas que ni me acuerdo. Es la vedette, la película que más popular me volvió, pero de otros roles también. De las novelas, de algún programa de tele, también siempre me recuerdan escenas o expresiones. Eso es mágico.

–¿Cómo se maneja esa reacción del público?

–Es parte del oficio, una tiene que estar preparada para poner el cuerpo cuando pasa eso. Te pueden saludar, tocar la bocina, hablarte y hasta ponerse a llorar por algo de tu personaje que los identifica. O mirar mal, si hacés de mala.

–¿En tantos años de carrera le pasó de todo?

–Sí, pero esas reacciones variadas son entendibles. Una trabaja con los sentimientos y no todo el mundo está en contacto fluido con ellos.

–¿Es algo que muchos bloquean por el devenir cotidiano?

–Sin dudas. La mayoría está más en la mente, en la cabeza. Por eso es difícil perdonar, reconciliarse o aceptar cosas. Por suerte, a mí nunca me costó dejar que el corazón me maneje.

–¿Le gustan muchos los animales?

–Me encantan. Tengo un perro y una gata. Me gusta ver los pájaros. Vivo frente al Botánico y me gusta despertarme temprano para ver si los veo volar al amanecer. Es un placer.

–Pasó su niñez y adolescencia en la ciudad de Sáenz Peña, Chaco, ¿cómo fue esa infancia?

–Hermosa, muy tranquila. Yo nací en Charata, pero de chica ya me crié en Sáenz Peña, hasta que terminé la secundaria. Siempre estaba creando algo, armaba juegos para el barrio, hacía coreografías de baile o armaba clubes secretos. Lo lúdico está dentro de mí desde niña. Y, por leer tanto, escribía mucho también. «