Es actor y escritor, pero desde comienzos de la década pasada Pablo Fábregas se transformó en uno de los comediantes más celebrados de la escena del stand up argentino. Con espectáculos como Inestable, Cachivache, Pucha y sus performances en la señal Comedy Central, Fábregas supo hacerse un lugar en la siempre difícil arena de hacer reír a quien se interponga en su camino.

Más allá de su lugar como co-equiper de Sebastián Wainraich en Vuelta y media (el programa que de lunes a viernes de 17 a 20 se emite por Urbana Play, en el 104.3 FM), Fábregas protagoniza este verano porteño en la cartelera teatral local. Más comedia, es el título del show que junto a Fernando Sanjiao están ofreciendo en el Paseo La Plaza (con funciones en enero los viernes a las 22:30, los sábados a las 23:30 hasta febrero, con regreso programado en marzo próximo los viernes y sábados a las 23:30).

–¿Siempre fuiste gracioso?

–El humor estuvo en la casa donde yo nací desde siempre, fue muy importante. La colección entera de la revista Humor todavía debe estar por la casa de mis viejos, siempre vimos a Benny Hill y la comedia estaba metida en la organización familiar.

–¿Cuándo te diste cuenta de que podías hacer reír a la gente?

–Creo que tomé conciencia que podía hacer algo con eso en el secundario. Supe que tenía una herramienta extra. Hoy, voy a ser honesto, me veo grabado y no me percibo gracioso. Trabajo de esto, la gente se ríe y la pasa bien, pero me miro a veces y no creo o no tengo bien entendido si soy gracioso.

–¿Cómo comenzaste?

–Nunca tuve muy claro hacia dónde iba, recién ahora lo tengo. Desde muy chiquito me gustaba la radio y comencé a hacer producción, a escribir para programas y guiones, de ahí salté a producir a comediantes amigos cuando surgió la movida del stand up. La verdad es que no me gusta estar detrás del escenario sino arriba, así que en un punto del 2000 supe que no me quería bajar de ahí y me quedé sobre un escenario. Hoy siento que estar arriba actuando para la gente es como una especie de adicción que voy a necesitar toda la vida.

–¿Usaste chistes para conocer chicas?

–Sí, porque el humor es mi herramienta. Creo que también es como una fase de la inteligencia y a la vez suele suplir ciertas carencias. Me identifico totalmente con eso, así que el humor es mi arma de seducción.

–¿Tenés un téster para saber cuándo un chiste no funciona?

–Hoy en día, cuando veo algo o me lo cuentan, enseguida me doy cuenta si va a funcionar. Por supuesto que hay cosas que me sorprenden y otras que son una porquería pero que también pueden andar. En general, puedo suponer si van a funcionar o no pero eso no significa que voy a tener una efectividad total. Cuando algo está buenísimo, esto dicho en líneas generales, me doy cuenta antes de que suceda.

Inestable fue el nombre de uno de tus espectáculos. ¿Era algo autorreferencial?

–Sí, en un ciento por ciento. La obra fue escrita en el agobio de la pandemia. Le puse ese nombre porque estaba contando cosas de mi vida y porque tenía una inestabilidad emocional con la que iba transitando todo ese periodo. No quiere decir que estaba todo el día llorando o súper eufórico, pero en la pandemia me di cuenta de que las cosas me afectaron más de lo que yo pensaba. Todo eso finalmente se transformó en una obra.

–¿Qué fue lo primero que te compraste con un dinero grande ganado con tus espectáculos?

–Instrumentos musicales y tecnología. Eso me gustó porque comencé a usarlos en mis shows, aunque hoy en día tendría que venderlos porque no sé qué hacer con ellos. Sin embargo, tuve la satisfacción de comprarlos porque tengo pasión por los instrumentos.

–¿Tocás algo de todo lo que compraste?

–La guitarra, pero ni en pedo soy guitarrista.

–¿Te sucedió algo inesperado en un escenario?

–Sí, aburrirme de mí mismo (risas). Me doy cuenta que a veces tengo que jubilar algo, y sucede que lo estoy diciendo en ese momento, me escucho desde afuera y me siento un embole. Eso es muy loco porque me digo que soy un gordo que tiene que cambiar, como si hubiese una tercera persona que también me está pidiendo un cambio (más risas).

–¿Sos gracioso fuera del escenario?

–En pareja soy divertido y como papá, también. La familia que construimos con Inés es divertida, no hay gente seria ni con cara de culo.

–¿Se ofendieron alguna vez con tus chistes?

–Con la religión siempre se ofende alguien. Soy un defensor de que la gente puede sentir, alegrarse o pensar lo que quiera, pero también defiendo la posibilidad de reírse de los demás. Eso del respeto no sé muy bien hasta dónde llega. Me acuerdo que tenía un monólogo de la argentinidad, las Malvinas y todo eso con que me han puteado muy fuerte también. Ah, una vez también hice unos chistes sobre los porteños que cruzamos la General Paz y me putearon bien fuerte, hubo mucho hate por varios días.

–¿Sentís que a los comediantes se los respeta como a otros actores serios?

–Hay que ser un poco nabo para desdeñar al humor y la comedia. Si es fácil o difícil depende de lo que cada uno haga. Todas las ramas del arte tienen su versión berreta y eximia, y hasta hay actores de método que son horribles pero por eso el teatro no es malo.

–Junto a Wainraich en la radio hacen Fútbol o muerte, una parodia de un programa de fútbol donde satirizan a ciertos personajes de ese deporte. ¿Se ofendió alguien con eso alguna vez?

-Nunca me enteré, pero me da la impresión de que puede haber gente que se haya sentido ofendida. De todas formas la comedia tiene que hacer eso. «