Valeria Valente es la actriz detrás de Fáchima, ese personaje que, desde las redes, se presentó como una extranjera de origen incierto, aunque sin dudas supo abrazar muy bien lo mejor de la tilinguería criolla: opinadora honoris causa, meritócrata y discriminadora, se indigna indistintamente por los vendedores callejeros de paltas o por el kirchnerismo (últimamente, además, la posee el espíritu de Viviana Canosa). Pero Valente hizo muchas cosas antes de que los videos de Fáchima se viralizaran a través de las redes y la hicieran llegar al teatro (Fáchima en vivo) y hasta a la televisión de aire (De mil humores, por El Nueve). También pintora y docente (tanto de teatro como de artes plásticas), lo suyo, cuenta, es dejar que las cosas vayan pasando. Mientras se alegra de haber pasado la pandemia y sus embates variopintos y se prepara para viajar a México, la actriz revela cómo es eso de volverse popular sin hacer mucho esfuerzo.  

–Sos actriz, pintora y docente. ¿Se puede sobrevivir a la pregunta “qué te gusta más”?

–La verdad es que siempre fui y sigo siendo mucho más pintora que actriz.

–Pero seguís haciendo las dos cosas…

–Sí, y también enseño las dos cosas.

–¡Te falta ser modelo y conductora!

–Para modelo, te diría que ya se me pasó el tren, pero conductora, me encantaría.

–¿Qué te gusta de conducir?

–La improvisación. Eso de no tener que pensar, como cuando hay un libreto, que en tal momento tengo que llorar o hacer tal o cual cosa.

–¿Y qué conducirías?

–Un programa de entrevistas. Como Fáchima, en el teatro, durante 2018, hice entrevistas y salió espectacular: pasaron desde Axel Kicillof a Guillermo Moreno, pero también Bimbo, Luciana Péker… Y me encantó.

–¿Y qué les preguntaba Fáchima?

–¡Los bardeaba! Les decía cualquier barbaridad.

–¿Siempre te tiró la veta artística?

–De chica quise ser odontóloga y después hasta llegué a anotarme en Medicina. Pero justo ahí se enfermó mi abuela y dije: “esto no es para mí”. Y no seguí.

–¿Dónde te criaste?

–No puedo decirte que soy de algún barrio, porque me mudé 50 mil veces.

–¿Ninguno que quieras más?

–No, ninguno, porque fue un embole esto de tener padres separados e ir de acá para allá.

–¿Cómo se llega a la actuación, después de pensar en hacer tratamientos de conducto?

–Hice bastante teatro en la infancia y la adolescencia, también danza y deportes. A los 23 años me fui a vivir a Italia, y a los 30, cuando volví, descubrí la escuela que me hizo amar la actuación, que fue la de Nora Moseinco. Y empecé a dar clases ahí para adolescentes y preadolescentes, que es lo que más me gusta.

–¿Por qué?

–Porque tienen recursos más cercanos a los adultos, pero no sus rayes: no hay ego, ni miedo a la crítica o al fracaso, como pasa con la gente grande.

–¿Cuándo nace Fáchima?

–En 2009-2010, en una obra que hicimos justamente con compañeros y amigos de la escuela de Nora, que se llamaba Jorge.

–¿Era el protagonista?

–No, no el nombre no tiene explicación (risas). Volviendo a Fáchima, lo hice ahí y resultó un personaje muy querido, por más desagradable que fuera. Después ganó Macri en 2015, vino la coyuntura y como ella ya era un asco, la empecé a usar para darle curso a todo lo que pasaba.

–O sea que Fáchima estaba medio frizada, hasta que Macri la descongeló.

–¡Tal cual! Salió más como un desahogo. Estaba tan frustrada y alucinada… Fáchima me ayudó a digerir que Macri era presidente Todo fue súper natural. Viste que la actriz está asociada al “desenfreno”, a ser caradura, y yo no soy así para nada. Soy súper tranqui.

–¿Pero cómo se te dio, entonces, por empezar a subir a Fáchima a las redes?

–¡Ahora que me acuerdo! En realidad, el primer video fue antes de Macri…

–¿Cómo es eso?

–Me subí a un taxi, se nos cruzó otro auto que nos hizo frenar de golpe, y el tachero empezó: “este negro zurdo de mierda”… ¡Un descuelgue total! Y eso me inspiró a hacer uno o dos videos, nomás, y después retomé a full con Macri.

–El año pasado tuviste la experiencia en tele con De mil humores, por El Nueve. ¿Cómo te sentiste?

–Fue una gran experiencia y surgió a partir de una nota. Claudio Villarruel la leyó, se copó, y me llamó para trabajar ahí. Tuve suerte, la verdad. No es algo que haya estado buscando, como te decía, soy súper tranqui.

–¿Y cómo surge el physique du rol, la caracterización de Fáchima?

–La inspiración me vino de una brasileña que se quería hacerse la porteña y era más o menos como Anamá Ferreyra: hacía 2000 años que vivía acá y todavía tenía acento. Lo empecé a usar en la escuela y así quedó. Pero se fue deformando y ahora no se entiende bien qué es.

–Un Frankestein auténtico.

–Sí, sí. Lo gracioso es que le puse “Fáchima” por cómo se pronuncia “Fátima”, con el acento de Brasil, pero quedó como si viniera por el lado de “facha”.

–Lo cual le sienta perfecto, digamos.

–¡Claro! En ese sentido, Fáchima es exactamente lo contrario a mí: yo soy moderada, por eso saco toda la mierda acumulada a través de ella, y puedo probar la crueldad y la indiferencia.

–¿Por qué te fuiste a Italia?

–Por amor. Me enamoré de un milanés. Después me separé, pero me quedé allá un montón más, y además soy súper amiga de mi ex.

–¿Qué es lo primero que extrañaste de acá?

–La verdad que me adapté y la pasé bien enseguida. Me costaron boludeces: acá te sentás en un bar para charlar 2000 horas, allá te tomás un ristretto de parado y seguís de largo. Pero no fue nada del otro mundo.

–¿Y lo último que querés encontrarte cuando estás volviendo?

–Y… Viniendo de Milán, hay un contraste raro: el centro de Milán es muy bello (no así la periferia). Está muy cuidada su arquitectura, no hay ni un papelito en la calle. En Buenos Aires es todo un caos, medio que nadie te respeta. Una querría que fueran más considerados con la ciudadana y el ciudadano.

–¿De qué trabajabas allá?

–¡De todo! Hice cualquiera: fui barwoman muchos años, también baby sitter e intérprete para el consulado argentino.

–Hay una senadora italiana que se llama igual que vos…

–¡Tal cual! Increíble, una napolitana.

–¿La realidad supera siempre a la ficción?

–A esta altura, me parece que sí. «