Las empresas globales que administ ran la indust r ia cultural suelen tener un éxito arrollador en lo que se refiere a fagocitar y/o resignificar expresiones populares que tienen el potencial de generar(les) réditos económicos. Sin ir más lejos, desde hace unos meses la frase catártica y desafiante “¡Rompan todo!” (espetada por Billy Bond el 20 de octubre de 1972, en el Luna Park) hoy parece apenas la marca de un documental de la empresa de streaming más grande del mundo. Pero afortunadamente existen músicos y obras que logran eludir las modas y los mandatos mercantiles. En ese lote se destacan los ingleses The Clash, los estadounidenses Rage Against The Machine, las rusas Pussy Riot, los alemanes Die Toten Hosen, los españoles Ska-P y los argentinos Fun People, entre otros.

En esa fidelidad crónica con sus raíces y su público también se destacan los Ramones y en particular la figura e influencia de su cantante, el mítico Joey Ramone. Joey fue siempre fiel a sí mismo y lo hizo en la complejidad de construir en la diferencia,  apostando por un proyecto colectivo que fuera más grande que su propia grandeza. Y también lo hizo hasta su último suspiro, que se produjo hace 20 años, el 15 de abril de 2001, por el inexorable avance de un linfoma.

Nació casi medio siglo antes en el neoyorkino barrio Forest Hills, bajo el nombre Jeffrey Ross Hyman, en el seno de una familia judía. Creció, creció y siguió creciendo hasta llegar a casi dos metros de altura. Su aspecto desgarbado, su delgadez extrema, su paso por instituciones  de salud mental y sus movimientos torpes no hacían más que potenciar su timidez casi enfermiza. Discriminado por sus compañeros y sintiéndose completamente afuera del canon estético, desarrolló dos únicas certezas: el movimiento punk sería su vida y la política de izquierda, su convicción.

En esa simbiosis encontrósu propia paradoja: lideró a los Ramones, uno de los fenómenos musicales más importantes del siglo XX, junto con un derechista confeso. Mientras que la voz de Joey enarbolaba consignas progresistas, la guitarra que sonaba a su lado era la de Johnny Ramone, férreo republicano. Y así lo hicieron desde 1974 hasta 1996, incluso sin hablarse desde que el guitarrista se casó con Linda Cummings, exnovia del cantante. En la actualidad, esto no debería llamar la atención, pero en aquel momento y analizado bajo los arcaicos dogmas patriarcales del rock, se trató de una traición insoslayable. Mientras que en la escena se esparcía el morbo voyeur, Joey compuso “The KKK Took My Baby Away”, una de las metáforas más sobresalientes del género, en clara referencia a lo sucedido –aunque vale mencionar que existen otras interpretaciones sobre su influencia–.

Identificado con el ala más radicalizada del Partido Demócrata y sumamente crítico de su propia estructura, Joey Ramone nunca dejó de ser un trabajador que no tuvo ninguna facilidad: su voluntad era ser baterista, pero no era lo suficientemente bueno. Aprendió a cantar cantando, a componer componiendo, a ser una estrella de rock siendo una… Bueno, eso nunca sucedió. Por un lado, la fama de los Ramones alcanzó su pico después de su separación y, por otro, nunca se sintió cómodo con ese destino aspiracional al que apelaban los músicos de su generación. Joey siempre fue un obrero del arte.

A medida que la carrera del grupo avanzaba, sucedía lo mismo con sus problemas de salud, tanto física como emocional. Incluso en su recordada última visita a nuestro país, en el marco de la gira despedida Adiós amigos, durante el concierto en el estadio de River Plate se vio obligado a retirarse del escenario en algunos momentos porque –más allá de que se apoyaba en el micrófono– ya no se podía mantener en pie durante largos períodos de tiempo.

Tras la disolución de la banda, continuó con su carrera solista y falleció el 15 de abril de 2001. Sus canciones del período sin los Ramones se publicaron de forma póstuma en dos discos. El más recordado se lanzó al año siguiente de su muerte: Don’t Worry About Me. El álbum abre con una brillante interpretación del clásico “What a Wonderful World” y concluye con el tema homónimo al título del larga duración. 

Hace dos décadas la vida de Joey Ramone se apagó definitivamente. Pero su obra, su influencia y ese espíritu sencillo e indomable continúan alimentando las almas jóvenes de todo el mundo. «