No estaba en su cabeza. De hecho, estaba por producir algo de “teatro de texto” –como llama a las obras más tradicionales–, cuando le llegó la oferta de trabajar en Jekyll y Hyde, espectáculo que, según cuenta, ya desde 2015 estaba intentando montar él mismo pero sin tanta suerte en los asuntos de producción y derechos. Así que no llama la atención el nombre de Raúl Lavié en el cartel de este musical de Broadway que desembarca en Buenos Aires. Lo que sí genera alguna sorpresa es que alguien que vive a kilómetros de la ciudad tiene shows varias veces por semana, y está «cumpliendo 51 años de trabajo», se sume a una obra que tendrá funciones de miércoles a domingos. Pero lo hizo.

Desde el 6 de enero, Lavié será John Utterson en esta puesta que sube a escena en el Teatro Metropolitan Citi, por primera vez en la Argentina, y que tiene a Juan Rodó como protagonista, a Melania Lenoir en el rol de Lucy y a Eluney Zalazar en la piel de Emma. El musical, dirigido por Sergio Lombardo, está basado en la novela escrita por Robert Louis Stevenson y publicada en 1886, sobre un abogado que investiga la extraña relación entre su viejo amigo, el Dr. Henry Jekyll, que busca anular la parte negativa de todo ser humano y, su contracara, Edward Hyde.

“El hecho de estar en el teatro y hacerlo me da otra dimensión –dice Lavié–. Aparte de lo que aprendí como intérprete, lo que hago también me lo dio el hecho de trabajar como actor. Sé lo que digo, las puntuaciones, los silencios… Sé lo que debo hacer con una canción. Todo está relacionado. Y, a pesar de que desde el principio me habían aconsejado ‘Negro, vos cantando ganás mucho dinero, ¿para qué te vas a meter como actor?’, yo dije: porque es mi pasión. Con un show gano lo que en un mes de teatro, así que imaginate”.

«Vaya pasión» sale decir en días en que ganan popularidad frases como las del tango que dice «¿Dónde hay un mango, Viejo Gómez?».

Pero el recientemente homenajeado por el Senado de la Nación por su trayectoria, enseguida cuenta cómo, de chico, hijo único como era, cada sábado a la vuelta del cine en el que veía un “capítulo de lo que llamábamos episodios y para saber cómo terminaba o seguía había que ir al fin de semana siguiente”, se disfrazaba y usaba el “espaldar de la cama como caballo” para vivir las aventuras que su imaginación armaba. “Y pensaba que cuando fuera grande sería lindo ser actor”, admite.

La vida lo llevó por el canto, pero eso no le impidió concretar su sueño. Con un prestigio ganado, que incluía el debut, en 1956, en radio El Mundo, su propio programa en Radio Libertad en 1957, los prolegómenos del Club del Clan y el debut en televisión en años siguientes, se animó a pedirle a Juan Silver, que estaba dirigiendo el musical Los Fantásticos, participar en la obra, ya que el protagonista se iba. «¿Y qué experiencia tenés?», le preguntaron. «Ninguna», contestó. «De todos modos –cuenta Lavié– a Silver le pareció que lo que decía era interesante, porque vio que estaba convencido de que lo podía hacer. Entonces me dio pie para que viera la obra y me dio un libro para que lo estudiara. Pero cuando llegó esto a mano de los productores no lo aceptaron porque no tenía experiencia». Pero, claro, la historia no terminó ahí. «Eso quedó latente. Dos años después Silver me llamó y me dijo: ‘Tengo una obra para vos’. Y así fue que debuté en el Teatro San Martín con Locos de verano (de Gregorio Laferrere), ya inclusive con un nombre destacado dentro de un elenco de primeras figuras. Así empezó mi relación con el teatro. Y a partir de ese momento no lo dejé de hacer”, rememora.

La mayoría de las veces, el resultado fue exitoso. Incluso en obras dramáticas y épicas, que le valieron numerosos premios. Y todo por aquella convicción, que parece ser una palabra clave en la carrera de Lavié. Sobre todo la convicción de que, con esfuerzo y dedicación, al menos en la vida artística, prácticamente no hay obstáculos que impidan alcanzar sueños. “El teatro te da una dimensión artística y te granjeás mucho respeto con la gente –comenta el artista cuando se le pregunta sobre su entusiasmo incansable–. Porque ven que no sos alguien que de repente aprovecha su éxito como cantante o lo que sea. Todos los espectáculos son importantes, pero hay espectáculos con más contenido que otros. Hacer cosas importantes es algo que me fascina”. Ambición puede ser la otra palabra en su carrera.

Lavié habla del paso del tiempo aunque antes que hacer referencia a los achaques propios que produce el devenir, habla de las complicaciones que traen las “lesiones por el deporte: del fútbol y otras cosas que no fueron tratadas como correspondía y entonces en un momento estás con las tabas arruinadas. Y este es un trabajo de mucha exigencia física: tenés que tirarte al suelo, revolcarte, girar, es muy complicado”, detalla. No es que lo tengan a maltraer esas cosas que sabe que ya no puede hacer; menos que lo pongan de mal humor. “Lo tomo con naturalidad, no tengo que ir al psicólogo para que me ayude a canalizar la falta”.

–Tiene sus años bien caminados.

–Yo hice todo, prácticamente.

–Y en ese sentido, ¿cómo toma que lo dirijan, entre otros, profesionales más jóvenes o que vienen del canto lírico como Juan Rodó y Damián Mahler?

–Tengo el prestigio del tiempo, hace 50 años que hago teatro. Y soy tal vez uno de los que más comedias musicales ha hecho, y como protagonista. O sea, ¿de qué me hablás? Al contrario, creo que todo eso hay que respetarlo. No es solo una cuestión de academia. Cuando debuté le dije a Juan (Silver): ahora quiero perfeccionarme, quiero estudiar. Y él me dijo: ¿para qué?, has dado prueba de que podés ocupar un espacio en el teatro. Si querés conocer la historia del teatro, comprate un libro y leélo, pero lo que tenés que hacer es trabajar y exigirte cada vez más. Y así lo hice.

A tal punto lo llevó a cabo que la primera comedia musical de Bob Fosse que se montó en la Argentina lo tuvo como protagonista. “Y eso que, como él era bailarín, estaba todo alrededor del baile antes que del canto –refuerza la idea de que desde aquel consejo de Silver lo guía–. Yo no necesité ir a la academia, la academia para mí era el escenario”.

–¿Y cómo ve la evolución de la comedia musical en Argentina?

–Creo que la técnica no cambia nunca, es la misma. En el año ’60, cuando yo debuté, era la misma que hoy; no hay otra cosa. Puede ser que cambien las coreografías, que se hagan otras cosas más contemporáneas, más modernas… Acá no se está descubriendo Troya, se trata de hacer las cosas bien. Lo importante es que hay una camada de jóvenes, que fue a aprender lo que es hacer comedias musicales, y hay muy buenos elementos. Lo único que falta es que crezcan con su nombre y que puedan llegar a ser protagonistas. Pero hay que saber que todo lo académico se termina cuando tenés que enfrentar al público y tenés que demostrar que lo que estás haciendo es un personaje. Y eso no se aprende, se nace, se perfecciona, que es distinto.

Y Lavié habla de sus dos amores con la convicción de haber nacido para eso. «El canto y la actuación no son cosas tan diferentes: ambas son para transmitir emoción, alegría, visualidad; uno, expresándose con textos, y el otro, con textos y música. Pero siempre con un público delante. No cambia nada. Al contrario. Acá hay muy pocos que puedan hacer las dos cosas. Es cierto que cuando yo empecé a la gente le costaba ir a un espectáculo en el que de pronto para decir ‘te quiero’, se cantaba. Pero ahora no, es más masivo”, cierra con el tono en la octava del orgullo de quien hizo bastante para que eso suceda. «

El secreto de saber mirar alrededor

“El de John Utterson es un personaje simple, un abogado, amigo del que se hace hombre y bestia. Y no hay más secreto que hacerlo”, asegura Raúl Lavié sobre su última composición actoral. “Yo hice un gay en Victor Victoria, y la gente sabe que no soy gay. Pero se queda callada, me escucha y convenzo a esa gente con mi interpretación. Ese es el secreto.” Así de sencillo se toma el asunto.

–Pero los abogados, los gays, los gauchos, no se mueven ni se expresan de la misma manera en las distintas épocas.

–El actor tiene que observar lo que pasa alrededor. No hay gauchos antiguos ni modernos, hay gauchos; no hay gays antiguos ni modernos, hay gays. Te voy a contar una anécdota. Cuando era muy chico, 16 años, cantaba en un boliche en Rosario. Era un lugar bastante peligroso al que iba gente complicada. También cantaba otro muchacho, que era gay. Muy admirador de Azucena Maizani, una cantante de hace muchos años, que se vestía con bombacha y botas. Y este salía vestido de la misma manera y cantaba muy parecido a Azucena. Un día salió a cantar y aparecieron tres tipos que laburaban en el puerto, venían picaditos, y le gritaron: «Eh, maricón, hacete hombre». El tipo se bancó todo hasta que terminó, salió por el costado y los esperó en la calle. «¿Por qué no me dicen ahora lo que me decían ahí adentro?», los cruzó. «Andá, te vamos a reventar», le dijeron. Los reventó a trompadas a tal punto que pidieron disculpas. «Puto sí, marica no», los despidió. Y ahí aprendí la diferencia.

El «bailarín» que ganó un saco de seda

En la versión de principios de los ’70 de Los Ángeles de Vía Veneto, “el que ponía la cosa” era un productor italiano, que se presentó a los ensayos con un saco de seda a cuadros. Apenas vio el atuendo, Lavié lo elogió sin pruritos.

“Mi personaje en esa puesta era coprotagónico, y tenía que bailar. Yo había hecho dos o tres cositas hasta ese momento, pero nunca había bailado. Por suerte, tenía los chicos bailarines que me enseñaban las piruetas y ese tipo de cosas. Lo hice tan bien que el tipo no se dio cuenta de que no era bailarín. Yo se lo dije después de que dio el ok. A tal punto se sorprendió, que el último día de su estadía me dio el saco y me dijo: «Tomá, por tu esfuerzo; te lo regalo porque sé que te gusta mucho». Y así me lo gané.