Si se hace escuchar a alguien la grabación del tango «Alma de loca», por la orquesta de Horacio Salgán con la voz de Roberto Goyeneche, y luego se consulta quién es el cantor, generalmente no se obtiene respuesta. Queda al descubierto que el «me gusta el Polaco» muchas veces se reduce a unos pocos años, a los de su voz arenosa y su espíritu volando por los cielos.

Esa grabación sorprende. Se escucha a un cantor de veintipico de años, con la profundidad de un artista consumado, de un hombre sabio, una paleta infinita de recursos expresivos, dinámica, fraseo. Esa fue la primera grabación que Goyeneche realizó en su vida, y lo hizo con la solvencia de un experto. Los demás temas que grabó junto a Salgán poseen las mismas certezas; son interpretaciones acabadas, donde a la variedad de herramientas, se suma un timbre cálido y profundo, una voz madura y asentada.

Desde allí siguió una trayectoria diversa y magnífica. Amo especialmente su trabajo junto a la Orquesta Típica Porteña, con arreglos de Raúl Garello que son apenas unos trazos que lo envuelven y resaltan con maestría.

Y en el final, esa voz rasgada, que se hacía más ronca a medida que su espíritu comprendía más y más.

Ni el primero ni el último Goyeneche explican por completo la magia final. El amor incondicional que le profesó la gente es la consecuencia de toda una vida develando secretos, sacándolos a la luz desde los textos como un alquimista y tocando con ellos el corazón de un pueblo. «