Esta noche, más de 100 mil personas peregrinarán hasta un punto de la provincia de Mendoza, a 40 kilómetros de su capital, para presenciar el regreso a los escenarios del Indio Solari después de casi dos años de espera. Será otro capítulo de ese fenómeno indescriptible que genera el ex líder de Patricio Rey, al que tantos estudiosos le han buscado explicación y al que rotularon como misa ricotera. La pelota, como siempre que hay pasión, también estará dentro de esta fiesta.

Diego Placente –ex River, San Lorenzo, mundialista con la Selección en 2002– vivirá su primer recital como exfutbolista. “Ahora que tengo tiempo, voy a disfrutar”, avisa. Salió en su auto el jueves desde Buenos Aires, con amigos y familia, para aprovechar las horas a la espera del show, que también tienen su encanto. Será, cuenta, su primera vez con el Indio solista porque las otras presentaciones lo agarraban concentrando o jugando en el exterior. Pero siguiendo a Los Redondos tiene un currículum que muestra con orgullo.
“Voy desde los 15. El primero que fui fue en el Centro Municipal de Exposiciones. Después he ido a Santa Fe, Mar del Plata, Huracán, al boliche Go. Incluso en Reserva –recuerda– iba siempre: me acuerdo una vez que jugué un sábado a la mañana y después me tomé un avión en Mar del Plata para verlos. Hasta que empecé a jugar en Primera, que se me complicaba.”

Suele pasar con los debuts en un show ricotero: quedan marcados a fuego. Hasta la fecha se recuerda con el tiempo. “Voy desde el 91. Mi primer show fue en Obras. El 28 de diciembre. Fue como una adicción después de ese recital. No sabés lo que fue: calor, no entraba un alfiler. Fue impresionante”. Pasaron 22 de aquella noche, pero el ex lateral de Banfield, San Pablo y Platense recuerda con detalle. Y lo cuenta, acaso para potenciar aquello de la misa: “Fue un bautismo. Había ido a recitales, siempre me gustó el rock. Pero eso fue una atracción, que se volvió un fanatismo. Aunque el fanatismo es peligroso y hay que esquivarlo porque dejás de ser racional. Yo la banda la escuchaba por cassette y me llamaba la atención pero verlo en vivo, con Obras explotado, de tan cerca del escenario, fue impresionante. Hacía mil grados. Hicieron un intervalo y salimos a tomar aire porque no se podía estar. Los bomberos manguereaban. Llegué a mi casa y el documento estaba sin tinta, sin nada: me había quedado la foto. Por eso sentí que fue un bautismo.”
Sebastián Rulo Romero –ex Racing, Gimnasia, Banfield, Colón– también recuerda su debut: “Desde los 13 años que voy a ver a Los Redondos. El primero fue en el 92, en Santa Fe, en la cancha de Colón. Fui con un grupo de amigos, salimos en un colectivo que era un desastre desde Don Torcuato, a tres cuadras de casa. Cuando salimos del recital, el bondi desapareció. Tuvimos que volver haciendo dedo.”

A las 18, cuando en San Francisco, Córdoba, termine el partido entre Sportivo Belgrano y Unión, Carlos Mazzola deseará que la ciencia hubiera inventado la teletransportación. “Estoy al horno”, responde cuándo le preguntan si estará en el show. El técnico de Sportivo Belgrano es ricotero pero no mago: sabe que esta vez, por capricho del fixture, no llegará a escuchar a ese pelado que a los 64 años conmueve.

En 2011, cuando Solari se presentó en Junín, hizo más de 600 kilómetros con el auto, se unió al pogo más grande del mundo y volvió para dirigir un partido al mediodía siguiente. “Vamos con un par de amigos, mi hermano, mi novia. Escuchando sus temas desde que salimos, tomando algo, comiendo algo, la previa que hace todo fan. Y después, disfrutar.

Es el mismo ritual que cuando vas a la cancha”, describe Mazzola, que llevó al club de San Francisco por primera vez a la B Nacional. Y en ese ascenso, le atribuye algún mérito a Patricio Rey: “En el vestuario nosotros ponemos la radio local. Faltaban cinco minutos para salir a jugar la final del Argentino A y justo, pero justo pasan Ji-ji-ji de Los Redondos, uno de mis temas favoritos. Subí el volumen y ahí fue cuando dije: ‘Listo, esto no se nos escapa.’”

El Rulo Romero tiene tatuada la cara del Indio en la espalda y un Luzbelito en el brazo. De pibe, en inferiores, se ligó unos cuantos retos por escaparse para seguir a Los Redondos. Pero esta noche no podrá asistir: juega en Jorge Wilsterman, de Bolivia.

Estará concentrando en Cochabamba con Erick Aparicio, –23 años ex Lanús y Atlanta– y actualizando YouTube para ver si suben algún tema del recital. Aparicio tiene un tatuaje ricotero más que el Rulo y un homenaje más original: cada vez que hace un gol, festeja con la clásica vuelta que suele hacer Solari arriba del escenario. “Acá los periodistas me preguntaron por qué hacía eso, y les expliqué que era por un cantante de rock. Muy difícil de explicar qué es el Indio”, cuenta al teléfono mientras se enorgullece de haber “nacido ricotero”.

Para él, define, Los Redondos es pasar dos horas abrazado a su hermano en el medio de un recital. Y deja una anécdota: “En 2008, en La Plata, estaba en la cola para entrar con un amigo. Yo tenía entrada pero él no y se había quedado atrás. Yo ya había pasado un par de vallados, entonces le dí mi entrada y me mandé con un boleto de tren de Glew-Constitución. Y me dejaron pasar. Todavía lo tengo el boleto en mi casa.”

Carlos Alberto Yaqué –ex Almagro, Ferro, Los Andes, Argentinos y Huracán, entre otros–ya no tiene problemas con los horarios: “Ahora, es todo mío”. “Igual –aclara– dentro de todo, pude ir a bastantes shows. El que más me marcó fue el de Huracán, por todo el quilombo que se armó. Yo, igual, lo idolatro al Indio y siempre es perfecto. Con verlo, nomás. Algunos dicen no, hoy no se escucha bien. Qué se yo, ni me doy cuenta”.

Lo del Beto, que antes de cada partido se ponía unos auriculares para escuchar Juguetes Perdidos y así entrar en sintonía, es una idolatría con privilegios. “Mi nena iba con el hijo del Indio al colegio. No nos vemos mucho, por sus tiempos y todo. Pero estamos en contacto. Es futbolero, charlamos de todo. Cuando lo escuchás querés que nunca termine el día, que se quede hablando hasta el fin del mundo. Como te pasa con Menotti, una cosa así. Es una persona excelente”, explica. Y suelta una historia, como si hiciera falta para agregarle aun más misterio al hombre que hizo un culto de la mística: “En 2008, un jueves fui a comer a la casa por primera vez. Antes de irme me regaló una remera de Porco Rex y me dijo que me iba a traer suerte. Yo jugaba en Los Andes y el sábado era la final del reducido con Italiano. Así que me la puse debajo y justo hice el gol sobre la hora. Ganamos 1 a 0 y pasamos a jugar con Chicago la Promoción. Jugué con la camiseta que me dio él abajo. También le ganamos y ascendimos.”

Los lazos entre el fútbol y Los Redondos son interminables. Su único tema que se reversionó como canción de cancha en una tribuna –la de Atlanta– fue la Bestia Pop, el tema que Solari le escribió al Negro José Luis, un personaje de los suburbios platenses que militaba en la JP y lideró la barra de Gimnasia en los 70.

Hoy ambos rostros coinciden en varios paredones de la ciudad de las diagonales, donde también alguien pintó una frase que los triperos ricoteros recuerdan como un tesoro: “Me voy corriendo a ver que escribe en mi pared la hincha de Lobo”. El 3/10/1988, en Garage Zárate, La Plata, el Indio modificó una estrofa de Vencedores Vencidos. Y los hinchas de Gimnasia aun se jactan de eso.

Como explicó en una entrevista en el sitio auGol Pablo Sbaraglia, tecladista de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, la banda que acompaña ahora a Solari, el público que estará esta noche en Mendoza es similar al de un partido. “El comportamiento es más de alguien que está viendo fútbol que un show de música. Sin embargo, está escuchando música y es consecuente con eso. Pero los cantos, la manera de cantar, la euforia que se le pone desde ese viaje hasta el minuto final… Es como que fueses a ver a un grupo de rock que está jugando al fútbol. Tenés que hinchar por ellos”.

Adrián González, al revés de Sbaraglia, sabe lo que es vivir un partido desde adentro del campo de juego, y también un recital. “El último show que fui de Los Redondos fue en el Centenario de Montevideo. Fui en el auto, después de un partido que jugué con San Lorenzo. Llegamos al show, terminó y nos volvimos. Una locura. Es algo parecido a lo que hace el hincha por un equipo. Lo tenés en cuenta cuando lo vivís desde adentro, por ahí no en el momento del partido o del show. Pero lo pensás. Yo me fui hasta Montevideo a ver un recital porque Los Redondos fue la banda de mi adolescencia, crecí con ellos”.

Para Diego Placente, que en varios shows tuvo que responder que sí, que era él el que estaba saltando ahí como todos, es algo que no se explica. “El fanatismo es una cuestión aparte. Si te toca ir a Santa Fe, o dónde sea, tenés que esperar que pasen los días para ir a verlo. Juntarse en el lugar y después arrancar para allá. Y una vez que llegaste, la previa y todo lo que tiene que ver con la fiesta ricotera”. Los días ya pasaron: llegó la fiesta.Corrimos siete u ocho cuadras persiguiendo a la Negra Poly que se iba en el auto. En Mar del Plata. No la pudimos enganchar. La queríamos saludar nomás. No sabés cómo corrimos, hasta perdí una zapatilla en el camino. Y nos perdimos de los pibes con los que habíamos ido. Ni nos dimos cuenta, por la euforia. Tardamos como cinco horas en reencontranos”.