Es probable que la mayoría de los lectores asocien el nombre de Cosquín al legendario Festival Nacional de Folklore, que se celebra allí desde los años 60, y también a su hermano menor y más rebelde, el Cosquín Rock. Sin embargo, la ciudad turística del Valle de Punilla es además sede, desde hace 11 años, del Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC), que convoca durante cuatro días a coscoínos y coscoínas, vecinos del valle y cinéfilos en general que llegan desde ciudades como Córdoba, Rosario y Buenos Aires.

Al repasar su programación se advierte cierta rebeldía rockera, entendiendo a esta como un espíritu contrario a las corrientes establecidas, que busca cuestionar consensos estéticos, modelos narrativos y hasta modos de percepción. Sin ir más lejos, el FICIC quedará inaugurado este jueves 5 de mayo con El gran movimiento, del director boliviano Kiro Russo, una sinfonía urbana ambientada en La Paz que obtuvo el Premio especial del jurado en la competencia Orizzonti del Festival de Venecia, dedicada a películas que representan nuevas tendencias estéticas y expresivas. Además, el festival dedicará también una retrospectiva al argentino Pablo Mazzolo, quien suele experimentar con distintos formatos (Super 8, 16 y 35 mm) para abordar temas que van desde la soberanía indígena hasta los problemas medioambientales.

La competencia oficial de largometrajes es representativa de este espíritu libre y ecléctico e incluye, entre otras películas, la comedia Bloodsuckers, del alemán Julian Radlmeier, que se define a sí misma desde el subtítulo como “una comedia marxista de vampiros” o la argentina Danubio, ópera prima de Agustina Pérez Rial, un impactante documental basado en un copioso material de archivo que da cuenta del espionaje llevado a cabo por el gobierno de facto de Onganía sobre el Festival de Mar del Plata en 1968 (y por el que la directora se llevó el Premio a la mejor dirección en la edición marplatense de 2021).

Después de la suspensión por la pandemia, el festival volverá a abrir sus salas hasta el domingo. A las funciones presenciales se sumará además la opción de acceder a una selección de películas a través de la web del festival, cosquinfilmfest.com.

Si bien el FICIC, dirigido y producido por Carla Briasco y Eduardo Leyrado, tuvo desde sus primeras ediciones un gesto audaz y curioso, la incorporación al equipo de Roger Koza como director artístico a partir de la cuarta edición le terminó de brindar al festival su actual impronta. Y es que cualquiera que lea al crítico y docente en su blog Con los ojos abiertos o en los medios para los que escribe, como la revista Ñ o el diario La Voz del Interior sabe de su devoción por el cine. Co-conductor del ciclo Filmoteca en la TV Pública junto a Fernando Martín y programador de festivales como el Filmfest Hamburg, el DOCBuenos Aires y la Viennale, Koza dialogó con Tiempo acerca de esta nueva edición del FICIC.

-¿Cómo se dio la convocatoria para sumarse al festival como programador?

-Fui jurado de la primera edición. Era un festival lógicamente muy distinto, pero ya entonces observé primero que nada la amabilidad de sus fundadores, y también que había algunos intersticios por los que aparecían películas que no eran las habituales en festivales que se celebraban en aquella época en la zona. Había un festival en Carlos Paz, por ejemplo, que se programaba prácticamente con una carpeta que enviaban con películas disponibles desde el INCAA. En este festival no había claramente una curaduría, había una persona de cierta trayectoria vinculada al cine que había dado algunas sugerencias y consejos, pero aún así había tres o cuatro películas distintas que me hicieron prestarle atención. No estuve tan atento a la segunda edición, pero la tercera fue mítica, porque estaban presentes allí Gustavo Fontán, Nicolás Prividera, Germán Scelso y José Celestino Campusano. Había cineastas con una trayectoria, con un concepto de cine preciso y firme, y fue allí cuando se hizo la película Tres D, de Rosendo Ruiz, que no es un institucional del festival pero como ficción o versión imaginaria del mismo, me daba la impresión de que era un retrato amable y a la vez bastante justo sobre lo que vivía el público (la película del director, considerado una de las figuras claves del Nuevo Cine Cordobés, combina elementos de ficción y de documental y fue rodada en el FICIC, N. de la R.).

-Es decir que la película de Ruiz confirmó su idea acerca del festival…

-Esta inesperada película de Rosendo Ruiz hizo que le volviera a prestar atención al festival, a qué estaba pasando en Cosquín. Y un tiempo después recibí la invitación de Carla para ser parte del festival teniendo absoluta libertad como programador. En ese sentido me vi muy beneficiado porque ya venía programando en Hamburgo desde el 2006 y ya estaba trabajando en Festival Internacional de Cine UNAM en México desde el 2011, festival en el que tuve la mala experiencia de ser echado sin aviso en el 2018. Pero ahí aprendí muchísimo y llegué a Cosquín con la experiencia de dos festivales, uno latinoamericano y uno europeo, en mis espaldas. Y a eso me ayudó muchísimo a pensar y a contrarrestar el dinero que nos falta por no contar con una infraestructura económica poderosa, más bien todo lo contrario. Nosotros somos administradores de escasos recursos y tratamos de hacerlos lo más eficientes posibles.

Hay un enorme mapa de festivales en todo el mundo, e incluso varios que se celebran en nuestro país. ¿Qué distingue al FICIC o cuál es al menos como programador el perfil que busca darle?

– La hospitalidad no es una categoría estética, pero si tuviera que elegir un concepto para definir qué buscamos con la programación y qué quisiéramos que suceda con nuestro público, ese sustantivo anacrónico y ligado a la extranjería es el más preciso para caracterizar nuestro anhelo. Buscamos que las películas susciten una distancia respecto de un mundo hostil construido por miles de imágenes que dejan de tener sentido y distraen; buscamos planos cinematográficos, no imágenes vistosas y costosas circulando como imágenes-mercancías; intentamos garantizar algo de placer y también un movimiento en la conciencia del espectador frente a lo inaceptable. Es decir, se trata de pasar películas que recuerden lo hermoso del mundo y también que nos develen cómo se traiciona esa hermosura, que incluye una vida justa.

-El streaming e Internet acercaron películas a muchas personas que antes no tenían acceso a ellas. Sin embargo, los festivales se siguen celebrando como una suerte de acto de resistencia. ¿Por qué cree que es importante que sigamos contando con este tipo de festivales?

– La justificación de cualquier festival de cine en la actualidad pasa por sostener y dar a conocer una experiencia que fue condición de posibilidad de la existencia del cine: la reunión de extraños en una sala en la que se proyectan espectros en una pantalla de tamaño considerable, mientras una comunidad de anónimos mira y escucha. Esto significa invocar la tradición del cine en sí, aquella en la que las imágenes en movimiento con sonidos erigieron formas de ficción y modos de representación de lo real. Más que resistencia, se trata de una experiencia colectiva en la que el tiempo personal y la disposición perceptiva no pueden ser conquistados por la certidumbre de lo doméstico y los usos fragmentados del tiempo que discontinúan el encuentro de un espectador con una película. Ver sin pausa y sin distracciones.

-¿Qué efecto transformador tiene la celebración de un festival con este tipo de películas fuera de un gran centro urbano o de la capital provincial?

-El cine comercial dejó de existir hace ya varios años en Cosquín y el Espacio INCAA que tuvo la ciudad fue abandonado. Saber que esto es así lleva a presuponer que la mayoría de los espectadores ve películas en Netflix y plataformas afines. Hay que pensar entonces en una programación que opere como contrapunto, con picos de gran exigencia estética, siempre matizados por otros de descanso perceptivo. A esa dialéctica didáctica hay que sumar otras estrategias de programación; escribir sobre las películas elegidas y presentarlas es un acto decisivo en la programación.

-¿Qué objetivo tiene en mente como programador cuando piensa en el público?

-Siempre intento que la programación permita descentrar amablemente al espectador, apelando a la virtud más excelsa del espíritu, la curiosidad. Por eso siempre insisto con películas de países lejanos (en esta ocasión tenemos un film rarísimo de Irán como District Terminal y otro no menos enigmático de China, Double Helix) y con películas cuyas formas cinematográficas resulten inconmensurables con las poéticas cinematográficas vigentes. Los focos de Pablo Mazzolo y Kiro Russo podrían ser considerados como terapias de percepción, porque en ambos casos lo que sucede con el oído y el ojo es enteramente diferente al trabajo del ojo y el oído ante el cine que circula en salas y en plataformas.

-Hay una sección dentro del festival que se llama Filmoteca en vivo donde va a presentar junto a Fernando Peña tres películas de la URSS. ¿Es esto, en el marco de la actual Guerra de Ucrania, un gesto político? No en el sentido burdo de leer la programación como una señal de apoyo a Rusia, sino como una señal, quizá, de que lo mejor es mantener los consumos culturales por fuera de cancelaciones. Pienso en la cantidad de artistas rusos que han sido suspendidos en el último tiempo en el marco del conflicto. ¿La programación de estas películas es un gesto en este sentido?

-Me pregunto si me hubiera preguntado lo mismo si hubiera programado Rocky versus Drago. Ese film, incluido recientemente en un festival de cine independiente (N. de la R.: se refiere al BAFICI), no despertó sospechas ideológicas (ni tampoco estéticas), pero tres películas soviéticas (que están relacionadas con directoras mujeres y cuyos relatos –al menos dos– tienen el deseo femenino como eje) precisan, aparentemente, alguna justificación. La elección de las tres no tiene ninguna relación con el cinismo geopolítico y las vidas aniquiladas por un conflicto bélico. El cine soviético ostenta una diversidad y una riqueza formal indesmentible; se lo conoce poco y poder verlo en 35m es un privilegio. Supongo que en una provincia en la que una heladería censuró un gusto de helado puede resultar una provocación, pero la única provocación detrás de esta sección es reavivar la experiencia sensible entre el ojo y una imagen fotográfica iluminada y en movimiento. Es probable que muchos miembros de la audiencia jamás hayan visto una película en 35mm.

-En los últimos días, quedaron en el centro de la polémica dos películas muy valiosas, El motoarrebatador y El silencio es un cuerpo que cae, porque fueron mencionadas con ligereza, en un tono casi burlón, en el programa televisivo de Luis Majul cuando se hablaba del INCAA. Muchas veces se percibe cierta sorna y desprecio, además de desconocimiento, en relación al cine argentino que no es mainstream. ¿A qué cree que se debe esto? ¿Son los festivales como el FICIC una forma de contrarrestarlo?

-Permítame corregirla: el “casi” es una gentileza piadosa de su parte ante los cuatro periodistas que exhibían impunemente la ignorancia que los define, el desprecio de clase que ejercitan y el centralismo porteño que los posiciona ante todo lo que dicen. El desconocimiento no se circunscribe solamente al cine argentino; ellos glosan una posición reaccionaria que los excede. Godard dijo alguna vez que “el cine es un país ocupado”. Mi responsabilidad como programador y crítico es dar noticias de que el mundo hace cine de otros modos y que en ese mundo existe un país como el nuestro en el que, mal que les pese a muchos, incluyendo colegas y directores de festivales, la cantidad y la variedad del cine es tan ostensible como encomiable.


Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC)
Del 5 al 8 de mayo. Proyecciones en Microcine, teatro El Alma Encantada, Sala Federal y Centro de Congresos y Convenciones de Cosquín y también disponibles online. Más información y programación en cosquinfilmfest.com.