En su acotado speech en el que recorrió con mirada conservadora lo ocurrido en el último año, el presentador por segunda vez consecutiva de los Premios Oscar, Jimmy Kimmel, invitó a ganadores y ganadoras a hacer discursos generosos sobre sus sueños, fuesen esos pequeños o grandes. Al mismo tiempo, les recordó que igual había un tiempo límite para expresarse, acompañando el recordatorio con una zanahoria, antes que un palo (que suele llegar cuando quien fue tras la zanahoria se dio cuenta de que no existía): una moto de agua para aquel o aquella que menos tiempo usara para dar su mensaje. Y si bien por condiciones físicas antes que por estilo pocos de los potenciales triunfadores y triunfadoras de la noche estaban en condiciones de utilizarla, la alocución de Kimmel ponía blanco sobre negro que la sorpresa no estaba invitada a la noche.

Y eso pese a que en la previa la calma se rompió con una provocación: la estatua en dorado de Harvey Weinstein cerca del ingreso del Dolby Theatre, donde se realiza la ceremonia desde 2001. Sin embargo nadie se dio por aludido, y todo siguió el rumbo previsto en el debatido y minucioso guión que siempre, de acuerdo al objetivo buscado, establece de antemano cuál será el tono del evento.

Por si la duda angustiaba algún corazón, minutos más tarde, al presentar el premio a Mejor dirección de Producción, la querible Lupita Nyong’o, dijo: «Los sueños son la base de Hollywood. Y los sueños son los fundamentos de Estados Unidos». Kumail Nanjiani, su ocasional acompañante para entregar el premio, se presentó como «paquistaní llegado de Idaho», y completó la sentencia de Nyong’o: «A todos los dreamers que nos están viendo, estamos con ustedes». Los dreamers son los inmigrantes (se calcula un millón) que desde 2012 estaban amparados por la iniciativa de Acción Diferida de Barak Obama, que en septiembre de 2017 fue cancelada por Donald Trump. El detalle hollywoodense está en que Lupita nació en Ciudad de México; al año fue a Kenia con sus padres -oriundos de ese país y exiliados políticos en México-, y volvió a tierra azteca a los 16, donde empezó a estudiar español, actuación y dirección. Terminó de recibirse en Estados Unidos. Una auténtica dreamer, calificativo más aplicable al migrante milenial que al tradicional del siglo XX.

A partir de ahí, pareció estar todo dicho. Y así fue. Los premios más codiciados como Película y Dirección quedaron para La forma del agua, a la que por su realizador y tema se asocia bastante a la idea sobre lo latino que se tiene en el gran país del norte, esa que con astucia Gabriel García Márquez llamó realismo mágico: fantasías de ayer y hoy sin límites de edad. En ambos rubros la gran relegada fue Dunkerque. No es Christopher Nolan un favorito de la Academia. Eso de vivir recordándole en cada película cómo debería intentar ser el cine del siglo XXI si Hollywood quiere seguir manteniendo su preeminencia audiovisual en el planeta frente a los colosos del streaming, no es algo que le agrade: lo viene ninguneando desde Memento (2000); ni siquiera se llevó alguna vez el premio al guión: una forma de decirle que puede tener destreza, pero que no califica como artista.

En sintonía con el lugar que la sociedad norteamericana parece asignarle a lo latino desde este lado del mundo, el premio a la Mejor Película en habla no inglesa fue para la chilena Una mujer fantástica, entregado por la puertorriqueña Rita Moreno, ganadora como actriz de reparto en 1961 por Amor sin barreras. El film chileno puede ser loable por tema mas no por factura. Cierto que no tenía competencia considerable, pero su convencionalismo extremo incluye el tema del travestismo según una mirada de clase media blanca, y bastante lejos el mundo trans, y toda su discriminación. Ese universo resulta por lo general bastante más rico y complejo que el de una chica que sólo parece querer despedir a su pareja masculina y no cuestiona más que las actitudes personales, pero nada dice del andamiaje institucional y cultural que la segrega. Pero, como dijeron algunas comentaristas al evaluar la premiación, tiene un final cerrado, como La forma del agua, atributo que no le reconocían a la gran Tres anuncios para un crimen. Con sus premios Hollywood parece haber respondido a su público. En este caso el latino.

Como cuando alguien gana, alguien debe perder (de lo contrario no habría confrontación, concurso o competencia de ningún tipo), la Academia consideró que lo más indicado para ocupar ese lugar era el feminismo, en especial la iniciativa #MeToo (que enterró profesionalmente en vida a Harvey Weinstein y Kevin Spacey, entre otros) y un poco menos al #TimesUp. Luego de que el Golden Globe -considerado el premio de la crítica, y por lo tanto de un sector relevante pero no mayoritario- se vistiera de negro para protestar contra el acoso y la discriminación salarial hacia las mujeres, Hollywood tomó el lugar de las masas: allí aún la desigualdad manda. Y pese al fuerte discurso por la igualdad de Frances McDormand al ganar Mejor Actriz por Tres anuncios para un crimen, los premios no estuvieron en consonancia. Incluso Daniela Vega, la trans que protagoniza a la Marina de Una mujer fantástica y motivo y motor casi excluyente de la película según dijo en el escenario su director Sebastián Lelio, no pronunció palabra al recibir el premio; y luego se dirigió en inglés a la audiencia al momento de presentar Mejor Canción Original; siempre hablando de los sueños y los dreamers. El menú se completó con las nominaciones a la actriz de reparto: todas ellas hacían de madres; ganó la más mala de todas (Allison Janney por Yo, Tonya).

La perlita quedó para Kimmel, cuando interrumpió la proyección de Un viaje en el tiempo justo que aparecía en pantalla Oprah Winfrey, una de las mayores promotoras del #MeToo cuando contó los abusos sufridos sexualmnete durante su infancia y adolescencia, y la discriminación salarial y el maltrato verbal en su trabajo.

Anodina fue uno de los adjetivos más reiterados en las crónicas internacionales para calificar la ceremonia de los 90 Oscar. Corrección política también tuvo un buen número. La sensación que deja es que luego de las bravuconadas de 2017 contra Trump a poco de su asunción, Hollywood se llamó a recato. Una estrategia en la que sacrificó la dama del feminismo por el caballo latino: en este momento del juego, la ubicuidad del caballo le vale más que el glamour y el poder de la dama.