Santiago Loza, además de ser un destacado cineasta, un gran dramaturgo y un sorprendente novelista, es uno de los cuatro focos (mejor dicho, su cine) de este mes en Comunidad Cinéfila, ese estimulante proyecto de Alejandra Ruiz y Daniela Diestre para promover y exhibir cine a partir de la formación de espectadores, que ya lleva diez años y un montón de alegrías.

El foco no es sobre todo el cine de Loza. Eso es mucho (aunque no parezca: su nombre está más asociado a lo nuevo, y de eso, al menos en parte, hay una explicación más adelante). Eso sobre la última década: “Nunca sé si lo último es lo más maduro -ríe al comenzar su respuesta de si se trata de esa parte de su filmografía-. Pienso que las primeras películas fueron más formales, como que si hubiera algo de la forma, cierto control de la imagen o cierta necesidad de trabajar lo pictórico o lo atmosférico, y quizás con el tiempo se flexibilizó, como que empecé a necesitar que hubiese algo más narrativo, que quizás antes tenía prejuicios con eso. Por eso digo que envejecer es como quitarle peso a ciertas cosas. Cada posibilidad de un rodaje es un acontecimiento y por lo general trabajo con gente que quiero, que admiro, y hay algo de eso que es mío, que fui encontrando en los rodajes, y que está bueno que aparezca como esa necesidad de lo festivo, aun cuando se trate de películas muy melancólicas.”

–¿Esa preocupación por lo formal es posible atribuirlo a estar más pendiente de la mirada ajena?

–En parte sí. La primera película fue hecha con absoluta inocencia respecto a la mirada de afuera, pero a partir de esa primera uno pierde como la ingenuidad, sabe que va a ser visto, criticado, todo junto. Me parece que esa pérdida de ingenuidad hace que algo se modifica, aunque siempre traté de no complacer, de no hacer películas como respuesta a la mirada de los demás, sino películas que se refuten unas con otras, y también traté de no caer en esa trampa de responder a esa mirada de la otredad. Y tampoco hay que detenerse en el peligro permanente de la aprobación del otro, sino buscar como ese equilibrio.

Loza no entra en el grupo de los que “responden a los que otros quieren”, pero reconoce que “tampoco sabría cómo hacerlo”. Se fue armando como un tipo de cine, quizás minoritario, “pero yo también soy parte de una minoría, entonces me parece casi lógico hacer un cine como el que hago. Pero también es por falta de talento, no me imagino en mega rodajes, es lo que pude hacer y estoy contento con eso. Y está bueno reconocer un talento en eso. Por supuesto que miro cine industrial y hay trabajos magistrales y con eso uno creció, pero es gente que tiene un talento y un temple que no tengo. A mí me interesa la escritura del guión y la dramaturgia, y a veces veo en el mal llamado teatro comercial un mecanismo de relojería que es increíble y yo me veo como más imperfecto en la narrativa. Pero asumí esa imperfección y a partir de esa falla armar cierta poética.”

-¿Se puede hablar del joven y el viejo Loza?

-Me siento como amateur y siento cada rodaje como si hubiese algo de primera vez. En cuanto al equipo que trabaja,  lo actoral, todo es nuevo, y al mismo tiempo como la sensación de que cada rodaje puede ser el último. Y no me desesperaría porque nunca pude pensar hacer cine como una carrera, que tiene que ver con tener objetivos. Yo quise hacer tal y cual película cuando se pudiera, por eso también me cuesta saber si las últimas películas son más maduras que las anteriores; son como casi accidentes. Me siento un aprendiz que cada vez que arranca un proyecto es un sujeto nuevo, y no me pasa lo mismo en el teatro.

-Definiste el rodaje como una aventura. En ese sentido, ¿cuál fue tu mejor aventura cinematográfica?

Breve historia del planeta verde por la adrenalina, el grupo que se armó, yo no conocía Tierra del Fuego: fue ir a filmar algo muy lindo en grupo a un lugar lejano, en el fin del mundo. Había algo de eso de cómo se arman los destinos, los lugares a los que uno quiere llegar y no conoce. Y también fue extraño la primera película con Julio Chávez y Valeria Bertuccelli, un rodaje extrañísimo en el medio de la crisis en el 2001, que empezó el día del bombardeo a las Torres Gemelas y terminó de firmar el día que cae el gobierno de De la Rúa. Los rodajes son como maquinarias de generar recuerdos para quienes estuvieron y visto desde afuera son medio aburridos. Pero para quienes participan son algo muy inolvidable. A mí me cuesta mirar mis películas, en general, y creo que si las miro, las miro en relación al tiempo que dura la película. Mirar las tomas como si fueran un álbum de fotos y que toda la gente ya está grande y todo lo que pasó. Y al mismo tiempo es súper destructivo: el cine tiene como un poder destructivo, irrumpe por más que vayas con una cámara y tres personas; quiebra algo de lo cotidiano y eso también genera fricción, separación en lo afectivo. Pero también ganás.

-Hay que ser valiente entonces para dedicarse al cine.

-¡Noooo! (ríe).

Foco Santiago Loza

Disponible en Comunidad Cinéfila. comunidadcinefila.org

Un recorrido sin desperdicios

De adelante para atrás, de Loza se podrá ver: Breve historia del planeta verde (2019), cuya narración comanda Tania, una mujer trans que al concer la muerte de su abuela a su pueblo natal junto a dos amigos, y descubre un alienígena; Malambo, el hombre bueno (2017), documental que tiene algo de Rocky, bastante de las películas iniciáticas de Pablo Trapero y mucho de la gloria, que sí, también existe en el malambo; La paz (2013), cuenta la salida del psiquiátrico de un joven de clase media alta, y su desconcierto porque el mundo que va descubriendo le resulta bastante distinto al que dejó al internarse; Si estoy perdido, no es malo (2014), que trata de un grupo de personas en una ciudad chica en un día, se cruzan, se descubren, y se olvidan; Los labios (junto a Iván Fund, 2010), sobre tres mujeres que viajan a un lugar distante, para realizar trabajo social para el Estado, y empiezan a descubrir eso que años después se popularizaría como sororidad.